Por su parte, el Papa Benedicto XVI aseguraba que: “Cristo mismo, en su sacrificio de la Cruz, ha engendrado a la
Iglesia como su esposa y su Cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho
sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (Gen
2, 21-23) y de la nueva Eva (la Iglesia) del costado abierto de Cristo, sumido
en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y
agua (Jn 19, 34), símbolo de los Sacramentos…Por ellos, la Iglesia <vive de
la Eucaristía>”
Con razón el Concilio Vaticano II, ha proclamado que el
Sacrificio Eucarístico es <fuente y cima, de toda la vida cristiana>
(Cons. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11). <la Sagrada Eucaristía,
en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del
espíritu Santo (Conc. Ecuménico Vaticano II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre
el ministerio y vida de los presbíteros, 5). Por tanto la mirada de la Iglesia
se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el
cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”
“La Eucaristía, presencia
salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es
lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así
se explica la marcada atención que le ha prestado siempre al Ministerio
Eucarístico. Una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los
Concilios y de los Sumos Pontífices ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de
los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de
la Misa promulgados por el Concilio de Trento (1545-1563)?
Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).
El Concilio Vaticano II, aunque
no ha publicado un documento especifico sobre el Misterio Eucarístico, ha
ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus
documentos, y en especial en la Constitución dogmatica sobre la Iglesia
<Lumen Gentium> y en la Constitución
sobre la sagrada Liturgia <Sacrosantum Concilium>”
“Como quiera que esta que
llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural
del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella
conviene, que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca.
Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo
del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan
vivo> que había de darle…
Sin duda todos los Papas de la Iglesia,
empezando por San Pedro han mostrado su devoción y amor a la Santísima Eucaristía
y así en los últimos siglos algunos de ellos se han distinguido por sus
enseñanzas sobre este Misterio mediante sus escritos. Juan Pablo II, como ya
hemos recordado con anterioridad, destacaba entre otros a Pio XII y su Carta
Encíclica <Mediator Dei>. En dicha carta es de resaltar, de aquella
sección dedicada a la potestad de los sacerdotes, para celebrar este Sagrado
Misterio, el párrafo siguiente (Carta Encíclica <Mediator Dei> Pio XII
dada en Roma en el año 1947):
Aquella inmolación incruenta con
la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente
en el estado de victima sobre el Altar, la realiza solo el sacerdote, en cuanto
representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene representación de todos los
fieles.
Más al poner el sacerdote sobre
el Altar la Divina Victima, la ofrece a Dios Padre como una oblación, a gloria
de la Santísima Trinidad y para bien de la Iglesia. En esta oblación, en
sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto;
pues no solo por manos, sino en cierto modo, junto con él, ofrecen el Sacrificio;
con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto
litúrgico.
Que los fieles ofrezcan el
Sacrificio por las manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro
del Altar representa la persona de Cristo que ofrece en nombre de todos los
miembros; por lo cual puede decirse con razón que toda la Iglesia universal
ofrece la Victima por medio de Cristo”
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