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viernes, 11 de septiembre de 2020

EL SANTO SACRIFICIO DE LA CRUZ


 
Por su parte, el Papa Benedicto XVI aseguraba que: “Cristo mismo, en su sacrificio de la Cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su Cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (Gen 2, 21-23) y de la nueva Eva (la Iglesia) del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (Jn 19, 34), símbolo de los Sacramentos…Por ellos, la Iglesia <vive de la Eucaristía>”


 
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el <núcleo del misterio de la Iglesia>. Ésta experimenta con alegría como se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: <He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y del vino, en la carne  y la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde Pentecostés, la iglesia, pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la Patria celestial; este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.

 
 
Con razón  el Concilio Vaticano II, ha proclamado que el Sacrificio Eucarístico es <fuente y cima, de toda la vida cristiana> (Cons. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11). <la Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del espíritu Santo (Conc. Ecuménico Vaticano II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5). Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”    

 
El Papa Juan Pablo II, en su vigésimo quinto año de Pontificado, escribió esta Carta Encíclica con la intención, por él mismo reconocida, de involucrar más plenamente a toda la Iglesia en la liturgia y adoración del Santísimo Sacramento del Altar, y reflexionar sobre este gran misterio de fe, así como dar gracias a Dios por el don Eucarístico y por el del sacerdocio (Ibid):



 
 
“La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la marcada atención que le ha prestado siempre al Ministerio Eucarístico. Una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento (1545-1563)?



Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo  VI (3 de septiembre de 1965).

El Concilio Vaticano II, aunque no ha publicado un documento especifico sobre el Misterio Eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y en especial en la Constitución dogmatica sobre la Iglesia <Lumen Gentium> y en la Constitución  sobre la sagrada Liturgia <Sacrosantum Concilium>”


 Sí, porque el hombre desea conseguir la felicidad, aunque casi nunca sabe cómo debe alcanzarla, absorto en los bienes terrenales, olvidado completamente de los bienes eternos. Pues bien, como nos aseguraba el Papa Juan Pablo II y tantos otros Pontífices de la Iglesia, el Banquete eterno en la Jerusalén celeste, solo se puede pregustar en el Santísimo Sacramento del Altar.
Así lo pone de manifiesto, por ejemplo, las bellas palabras del Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Mirae Caritatis> Dada en Roma el 28 de mayo de 1902,  un Pontífice que vivió durante una época verdaderamente peligrosa para la humanidad, donde se fraguaron errores teológicos y hábitos ciertamente inmorales, los cuales aún hoy en día persisten, pero aumentados:

“Como quiera que esta que llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella conviene, que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca. Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan vivo> que había de darle…


 
Recordemos ahora que precisamente <Mysterium Fidei> (3 septiembre de 1965) es el titulo dado por el Papa Pablo VI , bastante años después de estas palabras de León XIII, a una Carta   por él escrita para tratar principalmente sobre  la doctrina y el culto de la Sagrada Eucaristía, con la clara intención de restaurar la Sagrada Liturgia, que por entonces había sufrido algunos malos entendidos, y de esta forma lograr <copiosos frutos de piedad eucarística>, como él mismo manifestaba en su Encíclica. Por otra parte, el Papa Pablo VI, muy comprometido con el Mensaje de Cristo, quiso también con esta misiva poner de manifiesto algunas denuncias a tal respecto, algunas de las cuales, quizás convendrían recordar en estos momentos, incluso a algunos sectores de la sociedad que se dicen creyentes:


 Sí, como decía el Papa Juan Pablo II, el Misterio Eucarístico ha sido desde los primeros siglos, tras su institución por Cristo, objeto de devoción y atención por parte de los Padres de la Iglesia, recibiendo siempre palabras de admiración y agradecimiento a Dios, como en el caso de San Agustín de Hipona  que nos advirtió que al recibirlo <No sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo> (In Iohennis Evangelium Tractatus 21, 8: PL 35, 1568).

Sin duda todos los Papas de la Iglesia, empezando por San Pedro han mostrado su devoción y amor a la Santísima Eucaristía y así en los últimos siglos algunos de ellos se han distinguido por sus enseñanzas sobre este Misterio mediante sus escritos. Juan Pablo II, como ya hemos recordado con anterioridad, destacaba entre otros a Pio XII y su Carta Encíclica <Mediator Dei>. En dicha carta es de resaltar, de aquella sección dedicada a la potestad de los sacerdotes, para celebrar este Sagrado Misterio, el párrafo siguiente (Carta Encíclica <Mediator Dei> Pio XII dada en Roma  en el año 1947):

 

 
Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en el estado de victima sobre el Altar, la realiza solo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene representación de todos los fieles.
Más al poner el sacerdote sobre el Altar la Divina Victima, la ofrece a Dios Padre como una oblación, a gloria de la Santísima Trinidad y para bien de la Iglesia. En esta oblación, en sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto; pues no solo por manos, sino en cierto modo, junto con él, ofrecen el Sacrificio; con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto litúrgico.

 
 
 
Que los fieles ofrezcan el Sacrificio por las manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del Altar representa la persona de Cristo que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo cual puede decirse con razón que toda la Iglesia universal ofrece la Victima por medio de Cristo”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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