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jueves, 10 de septiembre de 2020

LA VIRGEN MARIA: LA MUJER VESTIDA DE SOL



Después, en el evangelio de san Juan, Jesús le dice al discípulo: <Ahí tienes a tu madre> (19,27). Tenemos una Madre, una <Señora muy bella>, comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace  cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: <Hoy he visto a la Virgen >.

Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de la luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto…

Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno que lleva a una vida, a menudo propuesta e impuesta sin Dios, y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la <Luz de Dios>, que mora en nosotros y nos cubre...

 
 
 
Y según las palabras de Lucia, los tres privilegiados se encontraban dentro de la <Luz de Dios> que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el  manto de luz que Dios les había dado. Según el creer  y el sentir de muchos peregrinos, por no decir de todos, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen para pedirle, como enseña la Salve Regina, <muéstranos a Jesús>”

 
Hermosas palabras del Papa Francisco que nos llevan a reflexionar sobre la necesidad, una vez más,  de perseverar en el camino de la santidad, para tratar de no apartarnos nunca de Dios, para que su Luz ilumine nuestro caminar y podamos con la ayuda de nuestra Madre del cielo alcanzar la gloria que no es otra cosa que poder llegar hasta Él en la otra vida y en ésta tener la esperanza de conseguirlo.

 
 
El Papa Francisco parece recordarnos de forma implícita, en esta oportuna ocasión, la existencia del <infierno>, algo que en una sociedad como la nuestra es prohibitivo, no se quiere hablar de ello, no se quiere reconocer la mas de la veces que el castigo por nuestros pecados aquí en la tierra, existe allá en el cielo, en la otra vida.


Algunos prefieren pensar que ni siquiera hay otra vida…Pero los católicos no podemos pensar así, porque en el Mensaje de Cristo está constantemente presente esta verdad absoluta, el Señor quiso advertirnos durante su estancia entre nosotros y después ha seguido haciéndolo a través de personas muy especiales como los videntes de Fátima, por supuesto, con la ayuda de su Madre, la Virgen María. Ella les habló a estos inocentes niños sobre los peligros que sobrevendrían sobre la humanidad, si seguía empecinada en sus desatinos, les habló concretamente de los terribles castigos del infierno…al igual que lo hiciera Jesús en su día, durante su Ministerio en Jerusalén, respondiendo a las preguntas de los justos:

¿Señor, cuando te vimos hambriento,  y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?...

 
 
 
Entonces dijo el Señor (Mt 25, 40-41): “<En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis / Entonces dirá a los que estén a la izquierda: <Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el día del  diablo y sus ángeles” Y más delante, asegura el Señor (Mt 25, 46): <Y estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio a la vida eterna>.

El Papa san Juan Pablo II recordando estas palabras del Señor se expresaba en los términos siguientes ante la pregunta: ¿todavía existe la vida eterna?, formulada por el periodista que le entrevistaba:
“Desde siempre el problema del infierno ha turbado a los grandes pensadores de la Iglesia, desde los comienzos, desde Orígenes, hasta nuestros días…

En verdad que los antiguos concilios rechazaron la teoría de la llamada <apocatástasis final>, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno. Pero el problema permanece. ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que éste lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos?
 
 
 
 
Y, sin embargo, las palabras de Cristo son unívocas. En Mateo habla claramente de los que irán al suplicio eterno. ¿Quiénes serán estos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Es un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, la única posición oportuna del cristiano” (Papa san Juan Pablo II. <Cruzando el umbral de la esperanza>; Editado por Vittorio Messori; Licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A.; 1995)

 
Sin duda, en Cristo, Dios ha revelado a los hombres que desea que todos se salven, y mediante su Madre, la Santísima Virgen, utilizando a videntes apropiados, como los niños de Fátima, sigue revelándolo, con el objetivo de que todos lleguen al conocimiento de la verdad de su Mensaje. 

En la  Primera Carta de San Pablo a Timoteo encontramos reflejada esta idea que resulta fundamental para el hombre que quiera tener una visión adecuada de las <cosas últimas> o <Novísimos>, esto es: <muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio>.

 
 
Concretamente en dicha carta el apóstol san Pablo, hace una serie de recomendaciones a  Timoteo, para defender la doctrina de Cristo, frente a ciertas desviaciones que se venían produciendo en la Iglesia de Éfeso al frente de la cual estaba su querido discípulo, y llega a nombrar a algunas de las personas, que por haberla desechado naufragaron en la fe; no obstante también desea  hacerles ver la voluntad salvífica de Dios, para que vuelvan al buen camino (1 Tim 2, 1-7):

“Por eso, te encarezco ante todo que se hagan suplicas y acciones de gracias por todos los hombres / por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad / Todo ello es bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador / que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad / Porque uno es solo Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre / que se entregó a sí mismo en redención por todos. Este es el testimonio dado a su debido tiempo / Yo he sido constituido mensajero y apóstol de ese testimonio -digo la verdad, no miento-, doctor de los gentiles en la fe y la verdad”

 
 
 
 
Ciertamente, Dios ha amado al mundo, y esta verdad absoluta queda perfectamente demostrada en su Hijo unigénito, el cual permanece en la historia de la humanidad, como el único y verdadero Redentor de la misma. Como aseguraba el Papa san Juan Pablo II (Ibid): “La Redención impregna toda la historia del hombre, también la anterior a Cristo, y prepara su futuro escatológico. Es la luz que <esplende en las tinieblas y que la tinieblas no han recibido> (Jn 1, 5) El poder de la Cruz de Cristo y su Resurrección es más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo…



< ¡No tengáis miedo!>, decía Cristo a los apóstoles (Lc 24, 36) y a las mujeres (Mt 28,10) después de la Resurrección. En los textos evangélicos no consta que la Señora haya sido destinataria de esta recomendación; fuerte en la fe, Ella <no tuvo miedo>.
El mundo en que María participa en la victoria de Cristo yo lo he conocido sobre todo por la experiencia de mi nación. Por boca del cardenal Stefan Wyszyn’ski sabía también que su predecesor August Hlond, al morir, pronunció estas significativas palabras: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. Durante mi ministerio pastoral en Polonia, fui testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando”

 
 
 
 
 
Verdaderamente estas entrañables palabras del Papa San Juan Pablo II nos llenan de emoción porque salieron de lo más íntimo de su corazón y de las experiencias por él vividas en momentos muy difíciles de su vida. Estamos totalmente de acuerdo con todo lo que él nos dice porque aunque sea a una escala ínfima respecto a lo que él vivió no podemos negar la presencia de la Virgen María en tantos y tantos momentos de nuestra propia existencia. Por eso, también con él, compartimos este pensamiento esperanzador y certero: “La victoria, si llega, será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella. Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en mundo del futuro estén unidos a Ella”

 
La gran experiencia de este Papa el 13 de mayo del año 1981 influyo sin duda para animarnos a todos los cristianos, y no cristianos también, con estas palabras: < ¡No tengáis miedo!>. Así narraba san Juan Pablo II la enseñanza que él había sacado de aquella terrible y extraordinaria experiencia (Ibid):

“He aquí que llegó el 13 de mayo de 1981. Cuando fui alcanzado por el proyectil en el atentado de la plaza de San Pedro, no reparé al principio en el hecho de que aquél era precisamente el aniversario del día en que María se había aparecido a los tres niños de Fátima, en Portugal, dirigiéndoles aquellas palabras que, con el fin del siglo, parecen acercarse a su cumplimiento.

 
 
¿Con este suceso acaso no ha dicho Cristo, una vez más, Su < ¡No tengáis miedo!>? ¿No ha repetido al Papa, a la Iglesia e, indirectamente, a toda familia humana estas palabras pascuales? Tienen necesidad de estas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa: Alguien que tiene las llaves de la muerte y del infierno (Ap 1, 18); Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (Ap 22, 13), sea la individual o la colectiva. Y este alguien  es amor (Jn 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras < ¡No tengáis miedo!>”

 
Entonces ¿la clave de todo se encuentra en este deseo? Pero ¿Qué podemos hacer los hombres para conseguir no tener miedo?, dirán algunos. La respuesta se encuentra, como siempre,  en Dios tal como nos recordaba también el Papa (Ibid): “Para liberar al hombre contemporáneo del miedo de sí mismo, del mundo, de los otros hombres, de los poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para liberarlo de todo síntoma de miedo servil ante esa <fuerza predominante> que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón el verdadero temor de Dios, que es principio de sabiduría.

Ese temor de Dios es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombre que se dejan guiar por la responsabilidad, por el amor responsable. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo”

 


 
 “Queridos peregrinos, ¡tenemos una Madre! Aferrémonos a Ella como hijos, vivamos la esperanza que se apoya en Jesús, porque, <los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo (Rm 5, 17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad, nuestra humanidad, que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Con un ancla fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (Ef 2, 6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro”


 El Papa Francisco nos anima a vivir la esperanza que se apoya en Jesús a través de su Madre porque como nos enseñaba en su catequesis  del 10 de mayo del año (2017):

“Hay un rasgo bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino de la vida a menudo un rostro hostil.

 
 
 
En cambio es una mujer que escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con las que nunca querríamos habernos cruzado. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.

Hasta ese día, María casi había desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dan a entender este lento eclipsarse de su presencia, su permanecer muda ante el misterio de su Hijo que obedece al Padre.


 

 

 

 

 

 

 

 

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