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sábado, 13 de octubre de 2018

¿CRISTO PUEDE INFLUIR EN LA VIDA DE UNA PERSONA?


 
 
 
 
En una sociedad en la que el hombre parece que tiene que vivir dejándose llevar solamente por la propia razón, dejando de lado el concepto de Dios, hacer como si Dios no existiera, la respuesta a esta pregunta quizas podría  ser difícil …

Sin embargo  aunque muchos seres humanos han prescindido ya de la idea de un Dios que no se esconde, que se preocupa del hombre, que quiere estar y está en la vida del hombre,  el concepto del Creador Supremo de todas las cosas, la existencia de este Creador y de la Providencia, sigue presente en lo más profundo del alma humana...

El racionalismo iluminista que incluso podía aceptar un Dios fuera del mundo, especialmente porque era una forma de evitar los métodos empíricos, cada vez se nos presenta más incierto, porque: ¡Dios ha amado al mundo! Y aunque para la ideologia del racionalismo, el mundo no necesite de Dios, porque según esta doctrina el mundo es autosuficiente  y el hombre puede llegar a ser inmortal: ¡El mundo necesita de su Creador!

Si no fuera por la existencia del Dios Creador, el mundo se hubiera  ya destruido; Dios protege al Universo entero y al hombre dentro de él de una manera muy particular.

 
 
 
Sí, el mundo con sus riquezas y con sus carencias necesita ser salvado cada día por Dios; el mundo como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II, no es capaz de liberar al hombre del sufrimiento y en particular no es capaz de liberarlo de la muerte (Cruzando el umbral de la esperanza. Círculo de Lectores S.A.; por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995):

“El mundo entero está sometido a la <precariedad>, como dice San Pablo en la Carta a los Romanos; está sometido a la corrupción y a la mortalidad. En su dimensión corpórea lo está también el hombre.

La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venir de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en una invitación del Hijo unigénito, para que el hombre <no muera>, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16).

La vida eterna puede ser dada al hombre solamente por Dios, solo puede ser don Suyo. No puede ser dada al hombre por el mundo creado; la creación y el hombre con ella, ha sido sometida a la <caducidad> (Rm 8, 20)”

 
 
 
Esta última reflexión del Papa, nos recuerda, al apóstol San Pablo, aquel hombre perseguidor de los cristianos, que un día halló a Cristo. Así es, cuando San Pablo tuvo el encuentro con Cristo era un hombre seguro de sí mismo, seguro de sus ideas, basadas en el Antiguo Testamento, era cuidadoso con la Ley, celoso en sostener  las tradiciones de su pueblo, pero no pensaba que el Creador, pudiera ya, haber mandado  a su Hijo para salvar a la humanidad.

Entonces, tuvo lugar en su vida esa poderosa influencia de Cristo  que todo ser humano puede llegar a tener, en su día,  para cambiar de forma drástica el sentido de su existencia.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI refiriéndose precisamente a la conversión de  San Pablo (Dios está cerca; Ed. Chronica S.L. 2011):
La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia: comenzó a considerar todos sus méritos, logrados en una carrera religiosa integérrima (intachable, integra), como <basura> frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo (Flp 3, 8).

La carta a los Filipenses nos ofrece un testimonio conmovedor del paso de San Pablo de una justicia basada en la Ley y conseguida con la observancia de las obras prescritas, a una justicia basada en la Fe en Cristo: comprendió que todo lo que hasta entonces le había parecido una ganancia, en realidad frente a Dios era una perdida, y por ello decidió apostar toda su existencia  por Jesucristo (Flp 3, 7).

El tesoro escondido en el campo y la perla preciosa, por cuya adquisición invierte todo lo demás, ya no eran las obras de la Ley, sino Jesucristo, su Señor”

 
 
 
En el libro de <Los Hechos de los Apóstoles>, del evangelista San Lucas, podemos leer como sucedieron los acontecimientos que tuvieron lugar en el encuentro de Pablo con Cristo. Como hemos recordado antes, este hombre culto y religiosos era perseguidor de los cristianos; se cuenta en  dicho libro que incluso estuvo presente durante el martirio de San Esteban, el primer seguidor de Cristo que murió por Él y su Mensaje, y no solo estuvo presente, sino que  lo aprobaba.

Sucedió sin embargo, que durante su viaje hacia Damasco con objeto de llevar detenidos a Jerusalén  a cuantos cristianos se encontrara por el camino, un extraño suceso tuvo lugar, le rodeó un resplandor inmenso que le hizo caer al suelo completamente ciego y escucho una voz potente que clamaba: ¡Saulo , Saulo, ¿por qué  me persigues? Él, seguramente asustado respondió: ¿Quién eres tú Señor? Jesús respondió: A quien tú persigues y después le ordenó: <Entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer>.

Así sucede, casi siempre, en la vida de los hombres, el encuentro con Cristo, se produce de repente, como un suceso extraordinario, en el que recibe su ayuda para saber lo que tiene que hacer en el futuro, desde ese momento transcendental de su existencia. Desgraciadamente muchos no aprovechan ese instante luminoso, muchos casi no se dan cuenta de qué ha pasado muy cerca de ellos. Por eso hay que estar siempre atentos a esa llamada de Cristo, que no obstante, siempre se produce, para que no se desaproveche esa enorme gracia de Dios.

A este respecto nos dice el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“La relación entre San Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda que lo impulsó a afirmar, que Cristo ya no era solamente su vida, sino su vivir, hasta el punto de que para poder alcanzarlo, incluso el morir era una ganancia (Flp 1, 21)

No es que despreciara la vida sino que había comprendido que para él el vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no albergaba otro deseo que alcanzar a Cristo, como en una competición de atletismo, para estar siempre con Él: el Resucitado se había convertido en el principio y fin de su existencia, el motivo de su carrera”

 
 
 
Durante su labor evangelizadora, la situación de San Pablo, en un momento dado, fue tal, que al escribir la Carta a los filipenses se expresaba con estas sentidas palabras, al referirse a la difusión del Mensaje de Cristo en Roma (Flp 1, 12-21):

-Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han servido para difundir más el Evangelio,

-de modo que, ante todo el pretorio y ante todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo,

-y así la mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se han atrevido con más audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios.

-Algunos, en efecto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, otros en cambio por buena voluntad;

-éstos, ciertamente, por caridad, sabiendo que he sido constituido para defensa del Evangelio;

-aquéllos, sin embargo, anuncian a Cristo por rivalidad, de modo no sincero, pensando  aumentar la aflicción de mis cadenas.

-Pero ¡qué importa! Con tal de que en cualquier caso –por hipocresía o sinceramente – se anuncie a Cristo, yo con eso me alegro; aún más, me seguiré alegrando,

-pues sé que me aprovecha para la salvación, gracias a vuestras oraciones y al auxilio del Espíritu de Jesucristo.

-Así es mi expectación y mi esperanza, de que en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, tanto en mi vida como en mi muerte.

-Porque para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia.

 
 
 
Sí, Cristo se hizo inmanente en San Pablo (la acción de Cristo perduraba en su interior); el apóstol ya solo aspiraba  alcanzar la <vida eterna>,  salvarse del mal radical, salvarse de la condenación eterna.

Como  nos enseñaba el Papa San  Juan Pablo II, la condenación es lo opuesto a la salvación. La una y la otra, se unen con el destino del hombre. La muerte temporal no puede destruir el destino del hombre a la <vida eterna>...

En este sentido, sabemos que Cristo rogó por sus discípulos al Padre; en su oración está la clave, la incógnita, sobre el tema de la <vida eterna> (Jn 17, 3-7):

-Y ésta es la <vida eterna>: que te conozcan a Ti, el único verdadero Dios, y a quien enviaste, Jesucristo

-Yo te glorifique sobre la tierra, consumando la obra que Tú me has encomendado que hiciese;

-Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti, antes de que el mundo existiera

-Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo, tuyos eran, y Tú me los distes; y tu palabra han guardado.

-Ahora han conocido que todo cuanto me has dado de Ti viene; pues las palabras que me confiaste, yo las he comunicado a ellos, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de Ti salí, y creyeron que Tú me enviaste.

 
 
 
Son versículos que pertenecen a la <Oración sacerdotal de Cristo> que pronunció,  poco antes de que fuera apresado y conducido hacia su Pasión, Muerte y Resurrección. Esta Oración sacerdotal es como el: <Momento del Sumo Sacerdote cuando está ya para consumar el sacrificio de la Redención. El poder universal de dar a los hombres la vida eterna, consiste en el conocimiento de Dios y de su Enviado.

Esta divina misión que es la obra de Dios, de parte de Cristo ya está consumada; más para que sea efectiva, para que de hecho redunde en la gloria de Dios, necesita ser refrendada con la glorificación del Hijo, que será el sello divino de su misión y de su obra. Con esto, la glorificación del Hijo será la glorificación del Padre> (Nota a pie de obra de una antigua Biblia. Biblioteca de autores cristianos. Madrid, MCMXLVII)

Como nos recuerda el Papa San Juan Pablo II que (Ibid):

“La unión con Dios se actualiza en la visión  del Ser divino <cara a cara>, visión llamada <beatifica>, porque lleva consigo el definitivo cumplimiento de la aspiración del hombre a la verdad.

En vez de tantas verdades parciales, alcanzadas por el hombre mediante el conocimiento pre-científico y científico, la visión de Dios <cara a cara> permite gozar de la absoluta plenitud de la verdad. De este modo es definitivamente satisfecha la aspiración humana a la verdad.

La salvación, sin embargo, no se reduce a esto. Conociendo a Dios <cara a cara>, el hombre encuentra la absoluta plenitud del bien…

Como plenitud del bien, Dios es plenitud de la vida que  no tiene límites de tiempo y de espacio.

Es <Vida eterna>, participación en la vida de Dios mismo y se realiza en la eterna comunión  con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad expresa la verdad sobre la vida íntima de Dios, e invita a que se la acoja.

En Jesucristo, el hombre es llamado a semejante participación y es llevado hacia ella”

 
 
 
Cristo influye en la vida del hombre de esta manera, llevándole a participar en el Misterio de la Santísima Trinidad, a  participar en la vida íntima  de Dios, para alcanzar la salvación. Por eso el cristianismo es una religión soteriológica (estudia y analiza la salvación del hombre):

“La soteriología  es  la de la Cruz y  la de la Resurrección. Dios quiere que <el hombre viva> (Ez 18, 23), se acerca a él mediante la Muerte del Hijo para revelarle la vida a la que le llama Dios mismo. Todo hombre que busque la salvación, no solo el cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo.

¿Aceptará  la verdad del Misterio Pascual o no? ¿Creerá? Esto es ya otra cuestión.

Este Misterio de Salvación es un hecho ya consumado. Dios ha abrazado a todos con la Cruz y la Resurrección de su Hijo. Dios abraza a todos con la vida que se ha revelado en la Cruz y en la Resurrección, y que se inicia siempre de nuevo por ella.

El Misterio está ya injertado en la historia de la humanidad, en la historia de cada hombre, como queda significado en la alegoría de la <vid y los sarmientos>, recogida por Juan (Jn 15, 1-8) (Papa San Juan Pablo II; Ibid)”

 
 
Ya en el Antiguo Testamento,  en el libro del <Salterio>, aparecen las súplicas del pueblo de Israel a Dios, Pastor Supremo (Sal 80, 9ss), que en el Nuevo Testamento, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, concretamente en el Evangelio de San Juan, implica la relación de Dios con los hombres mediante nuestro Señor Jesucristo, a través de la alegoría  de la <vid y los sarmientos>.

Por otra parte, también en el libro del profeta Isaías (Is 5, 1-7) podemos leer la <Canción a la viña> que contiene un mensaje aleccionador para el hombre que se aparta de su Creador. Allí podemos escuchar las palabras del labrador desencantado, que quieren representar al Señor decepcionado por la no correspondencia de su pueblo, es decir, del pueblo elegido.  (Is 5, 5-7):

“Pues ahora os hare conocer lo que voy a hacer con mi viña: arrancaré su seto para que sirva de leña; derribaré su cerca para que la pisoteen/ la haré un erial, no la podarán ni la labrarán, crecerán cardos y zarzas, y mandaré a las nubes que no descarguen lluvia sobre ella/ Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombre de Judá, la cepa de sus delicias.

Esperaba juicio y encontró prejuicios, justicia y encontró congoja”

 
 
 
Así suele suceder, por desgracia, muchas veces, cuando Cristo se acerca a los hombres para influir en sus vidas y conducirles por el buen sendero. Conseguir que el hombre <acepte la invitación al coloquio con Dios>, que no es otra cosa que <el dialogo de la salvación>, cada vez se pone más difícil para nuestro Salvador. El ateísmo ha tomado <carta de naturaleza>, debido principalmente a un pasotismo, que ha conducido a muchas personas, incluso a perder todo interés por las cuestiones religiosas.

No obstante como destacaba el Papa San Juan Pablo II, en su día (Audiencia General del 12 de junio de 1985):

“En muchos casos, esta aptitud tiene sus raíces en todo el modo de pensar del mundo, especialmente del pensar científico.

Efectivamente, se acepta como única fuente de certeza cognoscitiva sólo la experiencia sensible, entonces queda excluido el acceso a toda realidad suprasensible, transcendente. Tal actitud cognoscitiva se encuentra también en la base de esa concepción particular que en nuestra época ha tomado el nombre de <teoría de la muerte de Dios>.

Así pues, los motivos del ateísmo y más frecuentemente aún del gnosticismos de hoy son también de tipo teórico-cognoscitivo”

 
 
 
Así mismo, aseguraba  el santo Padre en esta  Audiencia que el Concilio Vaticano II ponía de manifiesto otro tipo de motivos que está frecuentemente unido a la excesiva exaltación de las capacidades del ser humano, que le lleva en ocasiones a olvidarse de su verdadera vulnerabilidad (Papa San Juan Pablo II; Ibid):

“Leemos en la <Gaudium et Spes> que en el ateísmo moderno <<el afán de la autonomía humana lleva a negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia (gnosticismo). Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual, da al hombre, puede favorecer esta doctrina>> (Gaudium et Spes, 20).

Efectivamente, hoy el ateísmo sistemático pone la <liberación del hombre principalmente en su liberación  económica y social>. Combate la religión de modo pragmático, afirmando que ésta obstaculiza la liberación, <<porque, al orientar el espíritu humano hacia un vida futura ilusoria, apartará al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal.

Cuando los defensores de este ateísmo llegan al gobierno de un  Estado – añade el texto Conciliar - <atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo, en el campo educativo, con el uso de todos los medios de presión que tienen a su alcance los poderes públicos>> (Gaudium et Spes, 20)”

 
 
 
Verdaderamente, los Padres de la Iglesia que participaron en el último Concilio de la Iglesia católica,  tenían muy claras las ideas que se estaban transmitiendo en aquellos momentos  a los hombres, y muy especialmente entre las nuevas generaciones, con el propósito de que llegaran a ignorar total o parcialmente  al Sumo Hacedor.

Ideas que han ido persistiendo y creciendo, hasta llegar a este nuevo siglo, de tal manera que han afectado en gran medida a la llamada sociedad del desarrollo, con resultados verdaderamente dolorosos y temibles para un futuro, no tan lejano, como cabría desear…

Por eso, más que nunca, el hombre debería estar  atento  a la llamada de Cristo, que cuando se produce cambia de forma radical la manera  de ver las cosas, porque entonces se daría cuenta de que todos los creyentes, y los no creyentes, pueden y deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven, porque el Evangelio y la fe en Cristo no están en contra del crecimiento del hombre, ni de la ciencia, como estas teoría defienden...
Por el contrario, el Nuevo Testamento dado a conocer por los seguidores de Cristo, reivindica la dignidad de la vocación de cada persona, le devuelve la esperanza a los desesperados, y les proporciona espíritu abierto a un destino más alto y por eso muestra la alegría de vivir ahora, en este mundo y luego alcanzar la vida eterna…

Precisamente por todo ello, teniendo en cuenta la hostilidad creciente hacia Cristo y su llamada, por una gran parte de la sociedad del siglo XXI, los creyentes deben ser conscientes de las dificultades y de las acechanzas a las que se enfrentan, para que éstas no les lleve al pasotismo, ni a la desesperación, sino que sean acicate a la más plena decisión de dar testimonio de esa <Gran esperanza>, que devuelve la alegría de vivir…

Como enseñaba  San Pedro, el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo, la actitud del cristiano, si  es celoso del bien, no debe ser de temor, ni de inquietud, sino de amor hacia Cristo (1 Pe 3, 15-17):

“Glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza/ pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta  en Cristo, queden confundidos en aquello que os critican/ Porque es mejor padecer por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer mal”  


        

 

   

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