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sábado, 13 de octubre de 2018

MIRARÁN AL QUE TRASPASARON


 


“Mirarán al que traspasaron” Son palabras misteriosas, llenas de significado recordadas por   san Juan en su Evangelio, cuando relata un acontecimiento extraordinario que tuvo lugar inmediatamente después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Nos referimos al conocido episodio de la historia de Jesús que se ha dado en llamar <la lanzada> y que ha sido objeto de numerosas obras de arte y análisis teológicos, a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

Así describió el apóstol y evangelista, san Juan, los hechos acaecidos en aquel amargo día, cuando los soldados se acercaron a los tres crucificados, en el lugar llamado la Calavera (Gólgota,) con ánimo de romperles las piernas  (Jn 19, 33-37):

 

-Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta que ya había muerto, por eso no le rompieron las piernas.

-Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.

-El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros lo creáis.

-Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:<No le quebraron ningún hueso.

-La Escritura dice también, en otro pasaje: <Mirarán al que traspasaron>

 

San Juan recuerda con este último versículo, las palabras pronunciadas en su día, por el profeta Zacarías, consecuencia de una de sus visiones nocturnas y más concretamente aquella que se refiere a los vaticinios (Oráculo del Señor) sobre Judá y Jerusalén  (Zc 12, 8-10):

“Aquel día el Señor protegerá a los habitantes de Jerusalén. <Aquel día el más flojo de ellos será como David, y la casa de David, como un Dios, como un ángel del Señor al frente de ellos> / <Aquél día me dispondré a exterminar a cualquier nación que venga contra Jerusalén> / <Sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de plegaria para que fijen en mí la mirada. Por el que traspasaron, por él harán duelo con el llanto del hijo, por el hijo único; se afligirán amargamente por él, con el dolor por el primogénito>”

 
 

En el tiempo escatológico anunciado por el profeta Zacarías debían suceder todas estas cosas. Este profeta era hijo de Baraquías, y fue uno de los doce profetas llamados menores. Su libro es el penúltimo de los libros proféticos inspirados del Antiguo Testamento. Él llevo a cabo una misión profética entre los años 520-518 antes de Cristo. Zacarías hablaba en nombre de Dios a los judíos que por entonces habitaban en Jerusalén y en toda Judea, para animales a edificar el Templo para Él. La persona tan llorada por los habitantes de Jerusalén, según Zacarías, la persona a la que traspasaron, nos recuerda a Jesucristo clavado en la Cruz;  a Él vuelven la mirada los hombres pecadores, tal como leemos en el evangelio de san Juan y:

 

<No le quebraron ningún hueso>…<Mirarán al que traspasaron>.

Son palabras que evocan constantemente los últimos momentos de la Pasión  y Muerte del Señor, tal como nos advertía el Papa Benedicto XVI  en su libro <Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Ediciones Encuentros, S.A., Madrid 2011>:

“La Iglesia teniendo en cuenta las palabras de Zacarías, ha mirado en el transcurso de los siglos a este corazón traspasado, reconociendo en él la fuente de bendición indicada anticipadamente en la sangre y en el agua.

Las palabras de Zacarías impulsan además a buscar una comprensión más honda de lo que allí ha ocurrido. Un primer grado de este proceso de comprensión lo encontramos en la primera Carta de Juan, que retorna con vigor a la reflexión sobre el agua y la sangre que salen del costado de Jesús (Jn 5, 6-12)”

 

Se refiere el santo Padre a la 1ª Carta del apóstol san Juan, dirigida a los seguidores de Cristo que estaban siendo perseguidos y calumniados por los simpatizantes del enemigo común…

San Juan en su Carta poco antes del Epilogo, viene a dar testimonio sobre el Hijo del hombre, es decir sobre el Mesías con estas sentidas palabras (1 Jn 5, 6-12):

“Este es el vino por agua y sangre, Jesucristo. No solamente con agua, sino con el agua  y con la sangre. Y el Espíritu es quien testifica, porque el Espíritu es la verdad.

-Pues tres son los que testifican:

-el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden en uno.

-Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, por cuanto testificó acerca de su Hijo.

-Quien cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí. Quien no cree en Dios, por mentiroso lo tiene, por cuanto no ha creído en el testimonio acerca de su Hijo.

-Y éste es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su Hijo.

-Quien tiene al Hijo, tiene la vida: quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene vida.

Por eso es necesario, tener en cuenta siempre, lo que sucedió en el Calvario y en particular aquel momento trascendental en el que, del costado del Señor, salió agua y sangre. A este propósito recordaremos, de nuevo, las enseñanzas del Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid ):

 

“Los Evangelios sinópticos describen explícitamente la muerte en la Cruz de Jesús, como un acontecimiento cósmico y litúrgico: el sol se oscureció, el velo del templo se rasgó en dos, la tierra tiembla, muchos muertos resucitan.

Pero hay un proceso de fe más importante aún que los signos cósmicos: el centurión-comandante del pelotón de ejecución conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como Hijo de Dios: <Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 39)

 

Bajo la Cruz da comienzo la Iglesia de los paganos. Desde la Cruz, el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero.

Mientras los romanos, como intimidación, dejaban que los crucificados colgarán del instrumento de tortura después de morir, según el derecho judío debían ser enterrados el mismo día (Dt 21, 22 s).

Por eso el pelotón de ejecución tenía el cometido de acelerar la muerte rompiéndoles las piernas. También se hace así en el caso del crucificado del Gólgota.

A los dos bandidos se les quiebran las piernas. Luego, los soldados ven que Jesús está ya muerto, por lo que renuncian a hacer lo mismo con él. En lugar de eso, uno de ellos traspasó el costado, el corazón de Jesús, < y al punto salió sangre y agua> (Jn 19, 34).

Es la hora en que  sacrificaban los corderos pascuales. Estaba prescrito que no se le debía partir ningún hueso (Ex 12, 46). Jesús aparece aquí como el cordero que es  puro y perfecto”

 

En este sentido, el Papa Benedicto XVI, ha hablado de una forma clara y sugerente (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid):

“Los Evangelios sinópticos nos han descrito explícitamente la muerte en la Cruz como acontecimiento cósmico y litúrgico: el sol se oscurecerá, el velo del templo se rasga en dos, la tierra tiembla, muchos muertos resucitan.

 


Pero hay un proceso de fe más importante aún que los signos cósmicos: el centurión, comandante del pelotón de ejecución, conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como el Hijo de Dios: <Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 32).

Bajo la Cruz da comienzo la Iglesia de los paganos.

Desde la Cruz, el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero”

 

Por otra parte, el Papa Benedicto, en este mismo libro, también se pregunta: ¿Qué quiere decir el autor del evangelio con la afirmación insistente  de que Jesús ha venido  no sólo en agua, sino además en sangre?

El Pontífice sugiere una respuesta muy interesante (Ibid):

“Se puede suponer que haga alusión  a una corriente de pensamiento que daba valor únicamente al sacramento del Bautismo, pero relegaba la Cruz.

 

Y por eso significa quizás también que sólo se consideraba importante la palabra, la doctrina, el mensaje, pero no <la carne>, el cuerpo vivo de Cristo, desangrado en la Cruz; significa que se trató de crear un cristianismo del pensamiento y de las ideas del que se quería apartar la realidad de la carne: el sacrificio y el sacramento.

 

Los Padres han visto en este doble flujo de sangre y de agua una imagen de los dos sacramentos, la Eucaristía, y el Bautismo, que manan del costado traspasado  del Señor, de su corazón. Ellos son el nuevo caudal que crea la Iglesia y renueva a los hombres.

Pero los Padres, ante el costado abierto del Señor exánime en la Cruz, en el sueño de la muerte, se han referido también a la creación  del costado de Adán dormido, viendo así en el caudal de los sacramentos también el origen  de la Iglesia:

Han visto la creación de la nueva mujer, la Iglesia, del costado del nuevo Adán: Cristo” 

 

 

 

 

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