“Pedro estaba sentado fuera, en el atrio; se le acercó una sirvienta y
le dijo: < Tú también estabas con Jesús el Galileo> / Pero él lo negó
delante de todos: <No sé de qué me hablas> / Al salir al portal le vio
otra, y les dijo a los que había allí: <Éste estaba con Jesús el Nazareno /
De nuevo lo negó con juramento: <No conozco a este hombre> / Un poco
después se acercaron los que estaban allí y le dijeron a Pedro: <Desde luego
tú también eres de ellos, porque tu acento lo manifiesta / Entonces comenzó a imprecar
y a jurar: <¡No conozco a ese hombre!>.
Y al momento cantó un gallo / Y Pedro se acordó de las palabras que
Jesús le había dicho:
<<Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces>>
Y salió afuera y lloró amargamente” (Mt 26, 69-75)
En varias ocasiones Jesús probó la madurez de la fe de sus apóstoles
porque deseaba que ellos mismos se dieran cuenta de lo que estaba escondido en
sus mentes y en sus corazones, y además
lo expresaran con sus propias palabras con objeto de afianzarles más en
la gracia que Dios había derramado sobre ellos.
Una ocasión muy clara es aquella en la que Jesús les preguntó de forma
transparente y directa: <Y vosotros ¿quién
decís que soy yo?>
Sucedió, que durante su ministerio en Galilea, poco antes de su partida
hacia Jerusalén, Jesús mantuvo un enfrentamiento con un grupo de fariseos
y saduceos, que para tentarle se
atrevieron, a pedirle una <señal del cielo>. El Señor les respondió en
aquella ocasión que tan solo les daría la <señal de Jonás>, e hizo muy
bien, porque no merecían una mejor respuesta a su malicia; y sin más se alejó
de ellos con sus apóstoles a la otra orilla del mar de Galilea, pero antes les
previno de la <levadura de aquellos hombres>.
Los apóstoles no entendieron que era aquello de <la levadura de los
fariseos y de los saduceos >, y Jesús al darse cuenta de que lo comentaban
entre ellos les dijo (Mt 16, 8-12):
“¿Hombres de poca fe por qué vais comentando entre vosotros que no
tenéis panes? / Todavía no entendéis ¿No
os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuantos cestos
recogisteis? / ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y de cuantas
espuertas recogisteis?/ ¿Cómo no entendéis
que no me refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y
saduceos/ Entonces comprendieron que no se había referido a guardarse de la
levadura del pan, sino de las enseñanzas de los fariseos y de los saduceos”
Verdaderamente Jesús algunas veces no les ponía las cosas muy fáciles a
sus apóstoles, y era natural, porque deseaba que ellos mismos fueran madurando
en su fe y comprendiendo los misterios de su mensaje. No es pues de extrañar
que precisamente después de este incidente, yendo ya, camino de Judea, al
llegar a la región de Cesarea de Filipo,
comenzara a preguntarles (Mt 16, 13): ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre?. Y ellos respondieron (Mt 16, 14): Unos que Juan el Bautista, otros
que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas.
Ante esta sincera respuesta de los apóstoles Jesús les hace la pregunta
clave, la que en realidad deseaba hacerles desde el primer momento (Mt 16, 15):
¿Y vosotros?, ¿quién decís que soy yo?
Entonces Pedro seguro de sí mismo y de sus compañeros tomó la palabra
para decirle (Mt 16, 16): Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Es lo que deseaba escuchar Jesús, porque conocía sus corazones y sabía
de sobra lo que pensaban y por eso le dijo a Pedro (Mt 16, 17): <Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos>
En cierta ocasión, preguntaba el Papa San Juan Pablo II a este
respecto: ¿Cuál es el significado de este dialogo? Lo hizo durante la XV
Jornada Mundial de la Juventud, más concretamente
en la Vigilia de oración en Tor Vergata (Sábado
19 de agosto de 2000). Para después
seguir diciendo:
“¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de él? ¿Por
qué quiere saber lo que sus discípulos piensan de él?
Jesús quiere que sus discípulos se den cuenta de lo que está escondido
en sus mentes y sus corazones y que
expresen su convicción. Al mismo tiempo, sin embargo, sabe que el juicio que
harán no será sólo de ellos, porque en el mismo se revelará lo que Dios ha derramado
en sus corazones por la gracia de la fe.
Este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo nos introduce, en
cierto modo, en el <laboratorio de la fe>. Ahí se desvela el misterio del
inicio y de la maduración de la fe. En
primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de
Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente está
la respuesta del hombre, repuesta que desde ese momento en adelante tendrá que
dar sentido a toda su vida.
Aquí tenemos lo que es la fe. Es la respuesta a la palabra del Dios por
parte del hombre racional y libre. Las cuestiones que Cristo plantea, las
respuestas de los apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de la
madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo”
Pero ¿Qué prueba nos pide el Señor a nosotros, a los hombres de todos
los tiempos?...
Es una pregunta que implica otra pregunta previa: ¿Soy un cristiano a
ratos, o soy siempre cristiano?...
Es la pregunta que proponía el Papa Francisco el 13 de octubre de 2013 durante la misa en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Y lo hacía porque como él mismo razonaba:
“La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida
de la fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias,
y añade que a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es fiel y con su
misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos
a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra debilidad para que él
nos dé la fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre con el Señor, también
en nuestras debilidades, también en nuestros pecados, no ir jamás por el camino
de lo provisional. Esto nos mata. La fe es fidelidad definitiva, como la de
María”
Ello implica además el deber de dar testimonio de nuestra fe, como
lo hizo María, como lo hicieron también sus apóstoles después de Pentecostés,
cuando la madurez de su fe había llegado al máximo, gracias a la llegada del
Espíritu Santo que el Señor les había prometido.
También nosotros recibimos la gracia del Espíritu Santo a través de los
Sacramentos instituidos por Cristo, en particular por el Bautismo y la
Confirmación, por tanto no tenemos excusa alguna para obviar nuestra obligación
de practicar, de llevar a buen término la evangelización.
Sí, esto está sucediendo actualmente, como precisaba el Papa Francisco
en su homilía del domingo 15 de marzo de
2017, durante su visita a la Parroquia Romana de <Santa María a
Setteville>:
“Hay muchos cristianos que profesan que Jesús es Dios; hay muchos
sacerdotes que profesan que Jesús es Dios, muchos obispos… ¿Pero todos dan
testimonio de Jesús? ¿O ser cristiano es como…una forma de vivir, como otra;
como ser hincha de un equipo?...
Ser cristiano, en primer lugar, es dar testimonio de Jesús. Lo primero.
Y esto es lo que han hecho los apóstoles: los apóstoles han dado testimonio de
Jesús, y por esto el cristianismo se ha difundido en todo el mundo…
Pero los apóstoles no habían hecho un curso para convertirse en
testigos de Jesús; no habían estudiado, no fueron a la universidad. Habían
escuchado el Espíritu Santo dentro de sus corazones y han seguido lo que Él les
inspiró”
El Papa Francisco tiene mucha razón, aunque en un mundo tan paganizado como el nuestro estas
palabras puedan sonar pasadas de moda a ciertas personas, o difícil de llevar a
la práctica a otras, y por eso, es
consolador comprobar como también los apóstoles tuvieron que ir madurando en la
fe por la gracia que Dios derramaba sobre ellos.
Por eso, sí, Jesús probó el grado de madurez de sus apóstoles, porque
también por entonces el paganismo era muy grande, aunque él tenía plena
confianza en los hombres, que había
elegido, para que continuaran su misión evangelizadora.
No se equivocó, excepto en uno, Judas Iscariote, aunque no podemos
asegurar que se equivocara, porque éste tuvo también un papel importante en
<Su Pasión y Muerte>… los caminos de Dios son insondables para los seres
humanos…
En este sentido, convendría recordar otro acontecimiento de la vida de
Cristo, que tuvo lugar después de su Pasión, Muerte y Resurrección, en la que
el Señor probó, una vez más, la madurez
de la fe de sus apóstoles.
Nos referimos al encuentro de
Jesús con su Apóstol Tomás durante sus
apariciones después de haber Resucitado.
Sucedió que María Magdalena
anunció a Pedro y Juan la desaparición del cuerpo del Señor del sepulcro donde
había sido enterrado por José de Arimatea, discípulo de Jesús y por Nicodemo,
el israelita influyente y culto que había tenido cierta noche una larga
conversación con Él sobre temas teológicos de enorme importancia.
Los Apóstoles corrieron al
sepulcro y pudieron comprobar que era cierto lo que decía aquella mujer que
tanto amaba al Señor. Según el Evangelista San Juan fue a ella precisamente a
la que se apareció Cristo Resucitado por primera vez cuando se encontraba
llorando a la entrada de la tumba.
Después se apareció a sus Apóstoles, al atardecer del mismo día, en el
lugar que se encontraban reunidos estos, probablemente el Cenáculo donde habían
celebrado la Ultima Cena, pero faltaba un Apóstol, Tomás, el cual no quiso
creer lo que le contaron sus compañeros al respecto asegurando: <Si no le
veo en las manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de
los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.
Tuvieron que pasar, según San Juan, hasta ocho días después de este acontecimiento para que de nuevo el Señor Resucitado se les apareciera, y en esta ocasión estaba Tomás presente también junto a los otros Apóstoles. Jesús se presentó de repente, aunque estaban las puertas de la casa cerradas y dijo (Jn 20, 26-28):
“La paz esté con vosotros/ Después le dijo a Tomás: <Trae aquí tu
dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente>/ Respondió Tomás y dijo: <Señor mío y Dios
mío>”
El Papa San Juan Pablo II recordando este episodio del Evangelio de San
Juan aseguraba que (Ibid):
“También el Cenáculo de Jerusalén fue para los Apóstoles una especie de <laboratorio de la fe>. Lo que allí sucedió con Tomás va, en cierto sentido más allá de lo que ocurrió en Cesarea de Filipo. En el Cenáculo nos encontramos ante una dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical y, al mismo tiempo, ante una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo. Verdaderamente no era fácil creer que estuviese vivo Aquél que días antes había sido depositado en el sepulcro.
“También el Cenáculo de Jerusalén fue para los Apóstoles una especie de <laboratorio de la fe>. Lo que allí sucedió con Tomás va, en cierto sentido más allá de lo que ocurrió en Cesarea de Filipo. En el Cenáculo nos encontramos ante una dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical y, al mismo tiempo, ante una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo. Verdaderamente no era fácil creer que estuviese vivo Aquél que días antes había sido depositado en el sepulcro.
El divino Maestro había anunciado varias veces que iba a Resucitar de
entre los muertos y ya también había dado pruebas de ser el Señor de la vida.
Sin embargo, la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían
necesidad de un encuentro directo con Él para creer en su Resurrección: los
Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos en el camino a Emaús, las piadosas
mujeres junto al sepulcro…También Tomás lo necesitaba. Cuando su incredulidad
se encontró con la experiencia directa
de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras
con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: Si es así, si Tú verdaderamente estás vivo aunque te
mataron, quiere decir que eres: <mi Señor y mi Dios>”
Tanto Tomás como los restantes Apóstoles después de las apariciones de
Jesús Resucitado llegaron a la conclusión de que Él , era el único mediador
entre Dios y los hombres, que era Hijo único de Dios, el Mesías tan esperado, a
lo largo de los siglos, por el pueblo de Israel. Por eso como aseguraba el Papa
San Juan Pablo II (Ibid):
“El Creador, desde el principio, ve un múltiple bien en lo creado, lo
ve especialmente en el hombre formado a Su imagen y semejanza; ve ese bien, en
cierto sentido, a través de su Hijo encarnado. Lo ve como una tarea para Su Hijo y para todas las criaturas racionales.
Esforzándonos hasta el límite de la visión
divina, podremos decir que Dios ve este bien de modo especial a través
de la Pasión y Muerte del Hijo.
Este bien será confirmado por la Resurrección que, realmente, es el
principio de una creación nueva, del reencuentro en Dios de todo lo creado, del
definitivo destino de todas las criaturas. Y tal destino se expresa en el hecho
de que Dios será <todo en todos> (1 Co 15, 28).
Cristo desde el comienzo, está en el centro de la fe y de la vida de la
Iglesia. Y también en el centro del Magisterio y de la teología.
En cuanto al Magisterio, hay que referirse a todo el primer milenio,
empezando por el primer Concilio de Nicea, siguiendo con los de Éfeso y
Calcedonia, y luego hasta el segundo Concilio de Nicea, que es la consecuencia
de los precedentes.
Todos los Concilios del primer milenio giran en torno del misterio de
la Santísima Trinidad, comprendida la procesión
del Espíritu Santo; pero todos, en su raíz son cristológicos.
Desde que Pedro confesó: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt
16, 16), Cristo, está en el centro de la fe y de la vida de los cristianos, en
el centro de su testimonio, que no pocas veces ha llegado hasta la efusión de
sangre”
Sí, Cristo quiso probar la madurez de la fe de sus Apóstoles para esto,
para que gracias a esta fe su Iglesia se expansionase rápidamente por el
entonces mundo conocido, y siguiera haciéndolo a lo largo de los siglos y hasta
nuestros días. Ciertamente enseguida empezaron a aparecer religiones heréticas,
como el arrianismo, que pretendían modificar y desnaturalizar la verdadera fe
cristiana, pero a pesar de ello como proclamó San Pedro en Cesarea de Filipo
Cristo fue reconocido por una gran parte de la humanidad como el <Hijo de
Dios vivo>. Por eso como sigue diciendo el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“La originalidad de Cristo, señalada en las palabras pronunciadas por
Pedro en Cesarea de Filipo, constituyen el centro de la fe de la Iglesia
expresada en el Símbolo:
<Yo creo en Dios, Padre
Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, Su único Hijo,
nuestro Señor, el cual fue concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen,
padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a
los infiernos; el tercer día resucitó; subió a los Cielos, se sentó a la
derecha de Dios Padre Omnipotente>
Este llamado Símbolo de los Apóstoles es la expresión de la fe de Pedro
y de toda la Iglesia”
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