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domingo, 14 de octubre de 2018

JESÚS PROBÓ LA MADUREZ DE LA FE DE SUS APÓSTOLES


 
 
 
“Pedro estaba sentado fuera, en el atrio; se le acercó una sirvienta y le dijo: < Tú también estabas con Jesús el Galileo> / Pero él lo negó delante de todos: <No sé de qué me hablas> / Al salir al portal le vio otra, y les dijo a los que había allí: <Éste estaba con Jesús el Nazareno / De nuevo lo negó con juramento: <No conozco a este hombre> / Un poco después se acercaron los que estaban allí y le dijeron a Pedro: <Desde luego tú también eres de ellos, porque tu acento lo manifiesta / Entonces comenzó a imprecar y a jurar: <¡No conozco a ese hombre!>.

Y al momento cantó un gallo / Y Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho:

<<Antes de que cante el gallo, me habrás negado  tres veces>>

Y salió afuera y lloró amargamente” (Mt 26, 69-75)

En varias ocasiones Jesús probó la madurez de la fe de sus apóstoles porque deseaba que ellos mismos se dieran cuenta de lo que estaba escondido en sus mentes y en sus corazones, y además  lo expresaran con sus propias palabras con objeto de afianzarles más en la gracia que Dios había derramado  sobre ellos.

Una ocasión muy clara es aquella en la que Jesús les preguntó de forma transparente y directa: <Y vosotros ¿quién  decís que soy yo?>

Sucedió, que durante su ministerio en Galilea, poco antes de su partida hacia Jerusalén, Jesús mantuvo un enfrentamiento con un grupo de fariseos y  saduceos, que para tentarle se atrevieron, a pedirle una <señal del cielo>. El Señor les respondió en aquella ocasión que tan solo les daría la <señal de Jonás>, e hizo muy bien, porque no merecían una mejor respuesta a su malicia; y sin más se alejó de ellos con sus apóstoles a la otra orilla del mar de Galilea, pero antes les previno de la <levadura de aquellos hombres>.

 


Los apóstoles no entendieron que era aquello de <la levadura de los fariseos y de los saduceos >, y Jesús al darse cuenta de que lo comentaban entre ellos les dijo (Mt 16, 8-12):

“¿Hombres de poca fe por qué vais comentando entre vosotros que no tenéis panes? /  Todavía no entendéis ¿No os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuantos cestos recogisteis? / ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y de cuantas espuertas recogisteis?/ ¿Cómo no entendéis  que no me refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos/ Entonces comprendieron que no se había referido a guardarse de la levadura del pan, sino de las enseñanzas de los fariseos y de los saduceos”

Verdaderamente Jesús algunas veces no les ponía las cosas muy fáciles a sus apóstoles, y era natural, porque deseaba que ellos mismos fueran madurando en su fe y comprendiendo los misterios de su mensaje. No es pues de extrañar que precisamente después de este incidente, yendo ya, camino de Judea, al llegar a la región  de Cesarea de Filipo, comenzara a preguntarles (Mt 16, 13): ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?. Y ellos respondieron (Mt 16, 14): Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas.

 


Ante esta sincera respuesta de los apóstoles Jesús les hace la pregunta clave, la que en realidad deseaba hacerles desde el primer momento (Mt 16, 15): ¿Y vosotros?, ¿quién decís que soy yo?

Entonces Pedro seguro de sí mismo y de sus compañeros tomó la palabra para decirle (Mt 16, 16): Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Es lo que deseaba escuchar Jesús, porque conocía sus corazones y sabía de sobra lo que pensaban y por eso le dijo a Pedro (Mt 16, 17): <Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto ni la carne  ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos>

 


En cierta ocasión, preguntaba el Papa San Juan Pablo II a este respecto: ¿Cuál es el significado de este dialogo? Lo hizo durante la XV Jornada  Mundial de la Juventud, más concretamente en la Vigilia de oración  en Tor Vergata (Sábado 19 de agosto de 2000). Para después  seguir diciendo:

“¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de él? ¿Por qué quiere saber lo que sus discípulos piensan de él?

Jesús quiere que sus discípulos se den cuenta de lo que está escondido en sus mentes y  sus corazones y que expresen su convicción. Al mismo tiempo, sin embargo, sabe que el juicio que harán no será sólo de ellos, porque en el mismo se revelará lo que Dios ha derramado en sus corazones por la gracia de la fe.

Este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo nos introduce, en cierto modo, en el <laboratorio de la fe>. Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración  de la fe. En primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente está la respuesta del hombre, repuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido a toda su vida.

Aquí tenemos lo que es la fe. Es la respuesta a la palabra del Dios por parte del hombre racional y libre. Las cuestiones que Cristo plantea, las respuestas de los apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de la madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo”

Pero ¿Qué prueba nos pide el Señor a nosotros, a los hombres de todos los tiempos?...

Es una pregunta que implica otra pregunta previa: ¿Soy un cristiano a ratos, o soy siempre cristiano?...

 


Es la pregunta que proponía el Papa Francisco el 13 de octubre de 2013 durante la misa en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Y lo hacía porque como él mismo razonaba:

“La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de la fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade que a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra debilidad para que él nos dé la fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados, no ir jamás por el camino de lo provisional. Esto nos mata. La fe es fidelidad definitiva, como la de María”

Ello implica además el deber de dar testimonio de nuestra fe, como lo hizo María, como lo hicieron también sus apóstoles después de Pentecostés, cuando la madurez de su fe había llegado al máximo, gracias a la llegada del Espíritu Santo que el Señor les había prometido.

También nosotros recibimos la gracia del Espíritu Santo a través de los Sacramentos instituidos por Cristo, en particular por el Bautismo y la Confirmación, por tanto no tenemos excusa alguna para obviar nuestra obligación de practicar, de llevar a buen término la evangelización.

Sí, esto está sucediendo actualmente, como precisaba el Papa Francisco en su homilía  del domingo 15 de marzo de 2017, durante su visita a la Parroquia Romana de <Santa María a Setteville>:

“Hay muchos cristianos que profesan que Jesús es Dios; hay muchos sacerdotes que profesan que Jesús es Dios, muchos obispos… ¿Pero todos dan testimonio de Jesús? ¿O ser cristiano es como…una forma de vivir, como otra; como ser hincha de un equipo?...

Ser cristiano, en primer lugar, es dar testimonio de Jesús. Lo primero. Y esto es lo que han hecho los apóstoles: los apóstoles han dado testimonio de Jesús, y por esto el cristianismo se ha difundido en todo el mundo…

Pero los apóstoles no habían hecho un curso para convertirse en testigos de Jesús; no habían estudiado, no fueron a la universidad. Habían escuchado el Espíritu Santo dentro de sus corazones y han seguido lo que Él les inspiró”

El Papa Francisco tiene mucha razón, aunque en  un mundo tan paganizado como el nuestro estas palabras puedan sonar pasadas de moda a ciertas personas, o difícil de llevar a la práctica a otras, y por eso, es consolador comprobar como también los apóstoles tuvieron que ir madurando en la fe por la gracia que Dios derramaba sobre ellos. 

Por eso, sí, Jesús probó el grado de madurez de sus apóstoles, porque también por entonces el paganismo era muy grande, aunque él tenía plena confianza en los hombres,  que había elegido, para que continuaran su misión evangelizadora.

No se equivocó, excepto en uno, Judas Iscariote, aunque no podemos asegurar que se equivocara, porque éste tuvo también un papel importante en <Su Pasión y Muerte>… los caminos de Dios son insondables para los seres humanos…

 

En este sentido, convendría recordar otro acontecimiento de la vida de Cristo, que tuvo lugar después de su Pasión, Muerte y Resurrección, en la que el Señor probó, una vez más,  la madurez de la fe de sus apóstoles.

Nos referimos al  encuentro de Jesús con su Apóstol  Tomás durante sus apariciones después de haber Resucitado.

Sucedió que  María Magdalena anunció a Pedro y Juan la desaparición del cuerpo del Señor del sepulcro donde había sido enterrado por José de Arimatea, discípulo de Jesús y por Nicodemo, el israelita influyente y culto que había tenido cierta noche una larga conversación con Él sobre temas teológicos de enorme importancia.

Los Apóstoles corrieron  al sepulcro y pudieron comprobar que era cierto lo que decía aquella mujer que tanto amaba al Señor. Según el Evangelista San Juan fue a ella precisamente a la que se apareció Cristo Resucitado por primera vez cuando se encontraba llorando a la entrada de la tumba.

Después se apareció a sus Apóstoles, al atardecer del mismo día, en el lugar que se encontraban reunidos estos, probablemente el Cenáculo donde habían celebrado la Ultima Cena, pero faltaba un Apóstol, Tomás, el cual no quiso creer lo que le contaron sus compañeros al respecto asegurando: <Si no le veo en las manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.

 

Tuvieron que pasar, según San Juan, hasta ocho días después de este acontecimiento para que de nuevo el Señor Resucitado se les apareciera, y en esta ocasión estaba Tomás presente también junto a los otros Apóstoles. Jesús se presentó de repente, aunque estaban las puertas de la casa cerradas y dijo (Jn 20, 26-28):

“La paz esté con vosotros/ Después le dijo a Tomás: <Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente>/ Respondió Tomás y dijo: <Señor mío y Dios mío>”

El Papa San Juan Pablo II recordando este episodio del Evangelio de San Juan aseguraba que (Ibid):
“También el Cenáculo de Jerusalén fue para los Apóstoles una especie de <laboratorio de la fe>. Lo que allí sucedió con Tomás va, en cierto sentido más allá de lo que ocurrió  en Cesarea de Filipo. En el Cenáculo nos encontramos ante una dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical y, al mismo tiempo, ante una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo. Verdaderamente no era fácil creer que estuviese vivo Aquél  que  días antes había sido depositado en el sepulcro.

El divino Maestro había anunciado varias veces que iba a Resucitar de entre los muertos y ya también había dado pruebas de ser el Señor de la vida. Sin embargo, la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían necesidad de un encuentro directo con Él para creer en su Resurrección: los Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos en el camino a Emaús, las piadosas mujeres junto al sepulcro…También Tomás lo necesitaba. Cuando su incredulidad se encontró  con la experiencia directa de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: Si es así, si  Tú verdaderamente estás vivo aunque te mataron, quiere decir que eres: <mi Señor y mi Dios>”

Tanto Tomás como los restantes Apóstoles después de las apariciones de Jesús Resucitado llegaron a la conclusión de que Él , era el único mediador entre Dios y los hombres, que era Hijo único de Dios, el Mesías tan esperado, a lo largo de los siglos, por el pueblo de Israel. Por eso como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

 
“El Creador, desde el principio, ve un múltiple bien en lo creado, lo ve especialmente en el hombre formado a Su imagen y semejanza; ve ese bien, en cierto sentido, a través de su Hijo encarnado. Lo  ve como una tarea para Su Hijo  y para todas las criaturas racionales. Esforzándonos hasta el límite de la visión  divina, podremos decir que Dios ve este bien de modo especial a través de la Pasión y Muerte del Hijo.

Este bien será confirmado por la Resurrección que, realmente, es el principio de una creación nueva, del reencuentro en Dios de todo lo creado, del definitivo destino de todas las criaturas. Y tal destino se expresa en el hecho de que Dios será <todo en todos> (1 Co 15, 28).

Cristo desde el comienzo, está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. Y también en el centro del Magisterio y de la teología.

En cuanto al Magisterio, hay que referirse a todo el primer milenio, empezando por el primer Concilio de Nicea, siguiendo con los de Éfeso y Calcedonia, y luego hasta el segundo Concilio de Nicea, que es la consecuencia de los precedentes.

Todos los Concilios del primer milenio giran en torno del misterio de la Santísima Trinidad, comprendida la procesión  del Espíritu Santo; pero todos, en su raíz son  cristológicos.

Desde que Pedro confesó: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16), Cristo, está en el centro de la fe y de la vida de los cristianos, en el centro de su testimonio, que no pocas veces ha llegado hasta la efusión de sangre”

Sí, Cristo quiso probar la madurez de la fe de sus Apóstoles para esto, para que gracias a esta fe su Iglesia se expansionase rápidamente por el entonces mundo conocido, y siguiera haciéndolo a lo largo de los siglos y hasta nuestros días. Ciertamente enseguida empezaron a aparecer religiones heréticas, como el arrianismo, que pretendían modificar y desnaturalizar la verdadera fe cristiana, pero a pesar de ello como proclamó San Pedro en Cesarea de Filipo Cristo fue reconocido por una gran parte de la humanidad como el <Hijo de Dios vivo>. Por eso como sigue diciendo el Papa San Juan Pablo II (Ibid):

“La originalidad de Cristo, señalada en las palabras pronunciadas por Pedro en Cesarea de Filipo, constituyen el centro de la fe de la Iglesia expresada en  el Símbolo:

 <Yo creo en Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, Su único Hijo, nuestro Señor, el cual fue concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; el tercer día resucitó; subió a los Cielos, se sentó a la derecha de Dios Padre Omnipotente>

Este llamado Símbolo de los Apóstoles es la expresión de la fe de Pedro y de toda la Iglesia” 

 
               

     

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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