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martes, 19 de enero de 2016

JESÚS Y EL MIEDO DE LOS HOMBRES (II)


 
 
 



El Señor nos repite constantemente ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de dar a conocer mi Palabra! ¡No tengáis miedo de recordar a las gentes el mensaje divino! Esta presencia de ánimo, contra el mal, contra el miedo a lo desconocido o a los sucesos, muchas veces incomprensible para una inteligencia humana, debía estar presente en sus Apóstoles y así se lo hizo saber en primer lugar a aquel Apóstol que Él eligió para que fuera cabeza de su Iglesia. Nos cuenta, San Lucas refiriéndose a este tema primordial para los seguidores de Cristo, el milagro de la pesca milagrosa, la cual asombró y asustó tanto a sus discípulos, que  Simón Pedro postrándose a los pies de Jesús le dijo: <Apártate de mí, porque soy un hombre pecador, Señor> (Lc 5, 8), pero Jesús respondió: <No temas, desde ahora  serás pescador de hombres>.

El Papa San Juan Pablo II en su Homilía del domingo 8 de febrero de 1998, durante su visita pastoral a la parroquia romana del Niño Jesús en Saccopastore, recordaba la docilidad que los hombres le debemos a Dios, siguiendo el ejemplo de aquel que Él eligió como cabeza de su Iglesia:
“Después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, Jesús le pide que se alejen de la costa para pescar. Pedro replica manifestando las dificultades que habían encontrado la pasada noche, durante la cual, aun habiendo bregado, no habían logrado pescar nada. Sin embargo se fía del Señor y realiza su primer gesto de confianza en Él: <Por tu palabra echaré las redes> (Lc 5,5).

El prodigio de la pesca milagrosa, es un signo elocuente del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la misión que se confiará al pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del Evangelio una multitud innumerable  de hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.

La llamada de Pedro y de los primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde la libre adhesión del hombre. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser humano a tomar conciencia de sus límites, a la vez que, del poder de la gracia de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: <No temas desde  ahora serás pescador de hombres>.

El éxito final de la misión, está garantizada, por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en Él y que aceptemos dócilmente su voluntad”

 



Confiemos, pues, siempre en la voluntad de Dios, ¡No tengamos miedo! Como dice el Salmo 23: ¡El Señor es mi Pastor nada me falta!

Por otra parte, en la <Epístola a los hebreos>, refiriéndose al Sacerdocio de Cristo al modo de Melquisedec  podemos leer (Heb 5, 5-7):

-Cristo no se glorificó así mismo en hacerse Pontífice, sino el que le habló (Sal 2, 7): <Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado>.

-Como también en otro lugar dice (Sal 109, 4): <Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

-El cual en los días de su carne, habiendo ofrecido plegarias y súplicas con poderoso clamor y lagrimas al que le podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón de su reverencia,

-aún con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que era obediencia;

-y consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna,

-proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

 



San Pablo alude en su Epístola al hecho de que Cristo en los <días de su carne>, esto es, durante su Pasión y más concretamente durante su oración al Padre en el huerto de los olivos  <ofreció plegarias y súplicas con poderoso clamor y lagrimas al que le podía salvar de la muerte>, y fue escuchado, pues el Padre envió un ángel del cielo, el cual le confortaba (Lc  22, 43). Pero también nos recuerda el Apóstol  que <aún con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que era la obediencia>, más aún, lo que era la perfecta obediencia, hasta la muerte, y muerte de Cruz. Y con la consumación de tan tremendo hecho, fue glorificado consiguiendo para nosotros, los hombres, <la salud eterna>. Por eso, el Señor nos repite cada día ¡no tengáis miedo de dar a conocer mi Palabra!

Algunos hombres, como el Papa Pablo VI han tenido el valor de darla a conocer. Sin embargo, hoy en día vivimos en un mundo convulso, lleno de recelos, de angustias, a veces hasta de miedo…La Verdad absoluta, que es Cristo, el Hijo único de  Dios quiere ser tapada con la falsedad institucionalizada. El mal se ha instalado en el alma de muchos seres humanos que niegan a su Creador y que anhelan convencer a los creyentes de que esto debe ser así, dando lugar de este modo a un panorama  lleno de confusionismo y medias verdades. Y todo ello ha sucedido a pesar de las palabras de Jesús (Jn 12, 46-48):
-Yo vine como luz del mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas

-Y quien oyere mis palabras y no las guardare, yo no le juzgo, porque no vine para juzgar el mundo, sino para salvar el mundo.

-Quien me desecha y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzga. La palabra que hablé, esa le juzgará en el último día.

 
 




La tendencia a aceptar por una parte, nada despreciable de la sociedad, los mensajes de un gnosticismo encubierto, nos motiva como diría San Juan Pablo II: <A mirar al Señor y a sumergirnos en una meditación profunda y humilde sobre el misterio de la suprema potestad de Cristo>. Este Papa, en distintas ocasiones, se ha manifestado en contra de las religiones o   sectas, que tanto daño causan, incluso entre los creyentes de buena fe, ansiosos de modernidad, descontentos con, el mal llamado, autoritarismo de la Iglesia católica,  buscadores de nuevas alternativas de espiritualidad, sin reparar que para el cristiano no tiene sentido hablar del mundo, como de un mal radical, tal como preconizan algunas de estas ideologías, ya que al comienzo del camino, los seres humanos siempre encontraremos al Dios Trino que no se desentiende de todo lo por Él creado, especialmente del hombre, del cual se preocupa y no abandona jamás, como algunos acólitos del demonio quieren hacernos creer …
En contra de estos idearios, el Papa se expresaba claramente en los siguientes términos, a finales del siglo pasado (San Juan Pablo II <Cruzando el umbral de la esperanza>  Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores S.A. 1995):

“No está fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, de técnica y métodos de meditación y ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente…

Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma llamada <New Age>. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano”

 



Por su parte, el Papa Benedicto XVI al analizar el enfrentamiento del cristianismo con el gnosticismo aseguraba también, a principios de este nuevo siglo (Joseph Ratzinger <La unidad de las naciones>. Ediciones Cristiandad, S. A. Madrid 2011):
“El cristianismo se presentó ante el mundo como una entidad revolucionaria, no en el sentido de un movimiento subversivo violento <desde el momento en que a la autoafirmación mediante la fuerza de las armas, contraponía la fe en el poder más fuerte de la entrega que vence en el momento de la derrota>, pero sí en el sentido de cuestionar radicalmente los fundamentos intelectuales de los que vivía la Antigüedad y sobre los que se apoyaba su Cosmos, su forma de orden del mundo.

La revolución cristiana, tiene un límite intrínseco y se diferencia de la revolución gnóstica, que es absoluta. Ha sido mérito de H. Jonas (1954), haber hecho comprensible que la esencia de la gnosis es una revolución radical. Al ponerse de parte de la serpiente, de Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más verdadera intención: rechazar el Cosmos en su totalidad junto con Dios, al que desvela como un oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el sello, la clausura definitiva de la prisión que es el Cosmos. Su evangelio del <dios extranjero>, es la manera más radical de protesta contra todo lo que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida”

Tras tan tremenda denuncia de un Papa de la valía de Benedicto XVI, una vez más resuenan estas palabras en nuestros oídos: ¡No tengáis miedo! Esta frase repercute en nuestra alma como una exhortación maravillosa que nos invita a confiar siempre en la suprema potestad de Cristo, dirige nuestro paso hacia Él, tomamos conciencia de que guía el destino de la historia de la humanidad con la fuerza del Espíritu Santo; comprendemos que no estamos abandonados ante las duras pruebas que nos esperan, y nos  confirma en la fe. Y todo ello, a pesar de las constantes propagandas del maligno y sus acólitos a través de  diferentes mensajeros, que en nuestros días son muchos y muy poderosos.

 



Dejemos que esta íntima convicción  impregne nuestra existencia: Dios llama a todos los hombres para que le sigan, en algún momento de sus vidas… les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico…solo hay que estar atentos a esta llamada y sobre todo  ¡no tener miedo!...y recordar que ¡el silencio de Dios no existe, que es pura patraña del enemigo del hombre! Sí, como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar algún día: <Por tu palabra echaré la red>.

”Y su Palabra es la Verdad, es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta <buena nueva>, que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía>” (Juan Pablo II. Homilía del domingo 8 de febrero de 1998).

También los creyentes, deberíamos tener siempre presentes estas otras palabras del Señor, recogidas en el Evangelio de San Juan, en el <Libro de la gloria>, que completan su discurso de despedida (Jn 16, 7-11):
-Yo os digo la verdad: os cumple que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré

-Él, cuando viniere, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y respecto al juicio
-Con el pecado, porque no creyeron en mí;

-con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis
-y en cuanto al juicio, porque el Príncipe de este mundo ha sido juzgado

 

En efecto, como leemos en el Evangelio del Apóstol San Juan, el Señor, antes de partir de este mundo, nos recordó varios temas, que nos parecen  de vital importancia, para que  confiemos en su suprema Potestad:
1) El Espíritu Santo pondrá en evidencia el error del mundo al no creer en el Mesías; 2) la falta de justicia del mundo, por no haber creído en el mensaje del Hijo del hombre en <el tiempo de su visitación>; 3) Satanás, el Príncipe de este mundo, ha sido juzgado y todos los que le sigan ya tienen quién les juzgue.

Por otra parte, también dijo, no lo olvidemos: <No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás>. Se lo dijo a Pedro, al discípulo que eligió como <Cabeza de su Iglesia>, pero por extensión también nos corresponde a todos los creyentes aplicarnos sus divinas palabras y dar a conocer su Evangelio por todos los confines del mundo…Porque Él dice a los hombres ¡No tengáis miedo de acercaros a mí, de conocer mi mensaje y de darlo a conocer!

Él es el primer y el último fin, debemos tomar ejemplo suyo que fue humilde hasta el  sacrificio mayor de entregar la vida por todos los seres humanos. Por eso, no debemos acobardamos, ni caer en flaqueza humana; debemos por el contrario consolarnos en Él, y sobre todo cultivar el séptimo don del Espíritu Santo: el <Santo temor de Dios>.

El  <Santo temor de Dios> siempre se ha tenido por un tema  polémico, chocante si se quiere, con la insistente demanda, por parte de Jesús, a no tener miedo de su amistad, ni de acercarnos a Él con confianza. Sin embargo, no hay en este don del Espíritu Santo contradicción alguna con los deseos del Señor, todo lo contrario, son ideas complementarias y absolutamente necesarias tal como nos ha explicado el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Círculo de lectores):

“La Sagrada Escritura contiene una exhortación insistente a ejercitarse en el  <Santo temor de Dios>. Se trata de ese temor que es don del Espíritu Santo. Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de Isaías (Is 11, 12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero no quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente <el temor de Dios> es principio de sabiduría, y la sabiduría, entre los dones del Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso, al hombre de todos los tiempos y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el <Santo temor de Dios>.
A través de la Sagrada Escritura sabemos también que tal temor, principio de sabiduría, no tiene nada en común con el <miedo del esclavo>. ¡Es temor filiar, no temor servil! El esquema hegeliano (referencia a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un mundo en el que Dios está ausente. En un mundo en el que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor filial”

 
 




No obstante a pesar de esta clarísima explicación del Papa San Juan Pablo II, algunos hombres de mentes rebuscadas y quejicosas seguirán diciendo ¿Cómo encajamos todo esto con la exhortación de Cristo de que no tengamos miedo de Él, ni de su mensaje? A los que el Papa  responde con estas palabras (Ibid):

“La expresión auténtica y plena de tal temor, es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de todo lo que es ofensa a Dios, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la libertad. El hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente de predilección para todo lo que es bueno. Ese amor, según las palabras de San Juan, expulsa todo temor (I Jn 4, 18). Todo rastro de temor servil ante el severo poder Omnipotente y Omnipresente desaparece y deja sitio a la solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien, que tiene en Él su principio y su definitivo cumplimiento”

Sabias y bellas explicaciones del Papa San Juan Pablo II, pero desgraciadamente y a pesar de ellas, tenemos que reconocer, que en un mundo como el nuestro, la gente no se suele plantear estas cuestiones con mucha frecuencia, ni siquiera con cierta frecuencia. La existencia de Dios está puesta, por así decirlo, en <tela de juicio>, y los hombres ya no quieren creer en nada que no sea demostrable mediante el empirismo, esto es, mediante la experimentación, más o menos científica, sobre  hechos planteados por el propio ser humano. Cualquier análisis de una cuestión que se salga o rebase estos límites del empirismo, queda automáticamente en entredicho entre los sabios del lugar, los cuales luego se encargarán de fabricar nuevas teorías al respecto, que nada tengan  que ver con la existencia de un Ser Superior, aunque este Ser sea el Creador del hombre y de todo lo creado.

Es el pecado de la soberbia, aquél que llevó a algunos ángeles a querer ser como Dios, como su Creador, a los que el Señor condenó para siempre, y que ahora envidiosos de los hombres quieren conquistarlos para que formen parte de sus huestes infernales…y por desgracia muchas veces lo consiguen…

Recordemos de nuevo, pues, sobre el < temor de Dios> las prudentes palabras de San Juan Pablo II (Ibid):
“Para liberar al hombre, de los poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para libertarlos de todo síntoma de miedo servil, ante esa fuerza predominante  que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón, que lleve y cultive en su propio corazón, el verdadero <temor de Dios>, que es principio de sabiduría.

Ese <temor de Dios> es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo. Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el siglo XXI sería el siglo de la religión o no sería nada en absoluto”

 




Verdaderamente el Papa San Juan Pablo II aún sigue, después de muerto, siendo un gran pescador de hombres, sus palabras así nos lo muestran. El corazón se llena de alegría y desecha todo temor al leer sus catequesis y asumirlas como ciertas. No cabe duda, como él nos decía, el séptimo don del Espíritu Santo, el <temor de Dios>, es la fuerza impulsora que debe mover a los llamados a realizar en este nuevo siglo la excelsa tarea de la <Nueva evangelización>, y decimos que es excelsa no ya porque sea notable o excelente, sino porque se ha hecho imprescindible en los tiempos de perplejidad y turbación que vivimos. No tenemos nada más que acercarnos a algunos medios de comunicación para comprobar que no estamos exagerando ni un ápice.

 



A este respecto, no debemos olvidar que el <Sacramento de la Confirmación>, que aumenta en el hombre los dones del Espíritu Santo (Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios), <además concede una fuerza especial a los que lo reciben para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras, como verdaderos testigos de Cristo,  para confesar valientemente su nombre, para no sentir vergüenza de la Cruz y sobre todo los introduce más profundamente en la filiación divina, uniéndolos más firmemente a Cristo> (Catecismo de la Iglesia Católica  nº1303).

En definitiva, con la administración de los Sacramentos, el hombre se encuentra mejor preparado para escuchar la palabra de Dios y para dar a conocer el mensaje de Jesús. Ahora bien, es necesario también, que en las sociedades exista <un terreno cultivado bien abonado>, tal como advertía el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la <Jornada de oración> por las vocaciones sacerdotales y religiosas del año 2007:

“Para que la Iglesia pueda continuar y desarrollar la misión que Cristo le confió, y no falten los evangelizadores que el mundo tanto necesita, es preciso que nunca deje de haber en las comunidades cristianas una constante educación en la fe de los niños y de los adultos; es necesario mantener vivo en los fieles un sentido activo de responsabilidad misional y una participación solidaria con los pueblos de toda la tierra. El don de la fe llama a todos los cristianos a cooperar en la evangelización. Esta toma de conciencia se alimenta por medio de la predicación y la catequesis, la liturgia y una constante formación en la oración”

 



Ciertamente la Iglesia (Decreto <Ad Gentes> del Concilio Vaticano II), ha sido enviada por Dios a las gentes para ser <el Sacramento universal de salvación> y los Apóstoles, sobre los que ha sido fundada la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, <predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias>. Es por esto que sus sucesores a lo largo de los siglos, han tenido y tienen la obligación de perpetuar el Mensaje de Jesucristo, para que <la palabra de Dios sea difundida y glorificada>, en todo el mundo.

Más concretamente, como se nos enseña también en el <Decreto de Vaticano II> anteriormente aludido,  la misión evangelizadora de la Iglesia abarca aquel tiempo que va desde la primera venida del Mesías hasta su segunda venida, en la Parusía, esto es, al final de los tiempos. Y esto es así, porque la actividad misional o evangelizadora <no es ni más ni menos que la manifestación de la epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud. Por la palabra de la predicación y por la celebración de los Sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo autor de la salvación> (Capitulo primero. Principios doctrinales. Decreto < Ad Gentes> Vaticano II).

Precisamente teniendo en cuenta, todos estos aspectos de la evangelización, el Papa Benedicto XVI, decidió convocar un <Año de la fe>, el cual comenzaría, como así fue, el 11 de octubre del año 2012, conmemoración del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, para terminar el año 2013, pero ausente ya de la Silla Papal, el Pontífice convocante del mismo, como recordamos con tristeza todos los cristianos del orbe. Y es que la Iglesia nunca se para ante acontecimientos inesperados de la historia y sigue caminando, tal como podemos comprobar por las palabras del Papa Benedicto XVI, durante la conmemoración del XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo:
“No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un <Año de la fe>. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese <una auténtica y sincera profesión de la misma fe>, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca> (Ver Exhortación Apostólica de Pablo VI. Dada en Roma 22 de febrero de 1967): Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una <exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla, para confesarla…

En ciertos aspecto, mi Venerable Predecesor vio este Año como una <consecuencia y exigencia postconciliar>, consciente de las graves dificultades  del tiempo, sobre todo respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación”

Con este preámbulo el Papa Benedicto XVI nos sitúa ante cuales son algunas de las razones que a él le llevaron a proclamar un segundo <Año de fe>, puesto que como todos los fieles de la Iglesia católica, en particular, y los de otras comunidades cristianas, saben, la crisis de fe por la que está pasando la humanidad, es preocupante y abrumadora, y porque como el Papa Benedicto aseguraba en esta misma carta (Ibid):

“La renovación de la Iglesia pasa a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de la verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática <Lumen Gentium>, afirmaba: <Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha> (Hb 2, 17), no conoció pecado (II Co 5, 21), sino que vino solamente a, expiar, los pecados del pueblo (Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación <en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios>, anunciando la Cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (I Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar al mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. <Lumen Gentium>)”

 




Por su parte, el Papa Francisco, en su primera Audiencia general, al recoger el testigo de su venerado Predecesor, aseguró que retomaría la Catequesis sobre la Resurrección de Cristo del <Año de la fe>, propuesta por Benedicto XVI, y efectivamente así lo hizo:
“La Resurrección de Jesús es el centro del mensaje cristiano, que resuena desde los comienzos y se ha transmitido para que llegue hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: Yo os trasmití en primer lugar, lo que yo también recibí que <Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado al tercer día; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce>. Esta breve confesión de fe anuncia precisamente el misterio Pascual; con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la Muerte y la Resurrección de Jesús son precisamente el corazón de nuestra esperanza”

Recordemos que Jesús, después de su muerte, siguió pidiendo a los hombres que no tuviéramos miedo de enfrentarnos al gran misterio de su Resurrección, nos lo dijo a través  de María Magdalena  y las otras Marías que se habían acercado al sepulcro del Señor, encontrando allí a un ángel que les hizo saber que había resucitado, y más tarde, el mismo Jesús les salió al encuentro para ratificarlo con estas palabras (Mt 28, 9-10):

- ¡Alegraros! Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él

-Entonces les dijo Jesús: No temáis: Id, anunciad a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán.

Refiriéndose a este pasaje del Evangelio de San Mateo, Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret (2ª Parte) asegura que:

“Así como bajo la Cruz se encontraban únicamente mujeres <con la excepción del Apóstol San Juan>, así también el primer encuentro con el Resucitado estaba destinado a ellas. La Iglesia, en su estructura jurídica, está fundada en Pedro y los Once, pero en la forma concreta de la vida eclesial son siempre las mujeres las que abren la puerta al Señor, lo acompañan hasta el pie de la Cruz, y así lo pueden encontrar también primero como Resucitado…”

 




Es por esto que la Iglesia no puede dejar de comprender  y apreciar, la participación crucial de las mujeres en la misión de la evangelización (Benedicto XVI. <Cuando Dios llama> Ed. Rialp; S.A. 2010): “Nunca se ponderará suficientemente, lo mucho que la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión de servicio a la difusión del Evangelio”

Por otra parte, la confesión más exigente sobre los testimonios dados del misterio de la Resurrección de Jesús, se encuentra en la primera carta de San Pablo a los Corintios, con objeto de rebatir la negación de <la resurrección de los muertos> por parte de algunos miembros de aquella comunidad (I Co 15, 1-8):

-Os recuerdo hermanos, el Evangelio que os prediqué y que habéis recibido, en el perseveráis

-y por el que sois salvos, si lo guardáis tal como yo os lo anuncié, a no ser que hayáis creído en vano.

-Os transmití, pues, en primer lugar, lo que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;

-que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras;

-que se apareció a Pedro y luego a los Doce;

-después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los Apóstoles;

-por último, como un aborto, se me apareció también a mí

Con esta última expresión humilde, el Apóstol San Pablo, quiere dar a entender metafóricamente lo inaudito e inesperado de su encuentro con el Señor, en el camino de Damasco, cuando perseguía a los cristiano para llevarlos ante los tribunales de justicia de la época. Por eso sigue diciendo en esta misma carta (I Co 15, 9-11):

-Porque yo soy el menor de los Apóstoles y no soy digno de llamarme Apóstol porque he perseguido a la Iglesia de Dios.

-Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.

-Pues bien, tanto yo  como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.  

El Evangelio del que aquí habla San Pablo es el que hemos recibido los cristianos de todos los tiempos y de todos los lugares del mundo, hasta la fecha. Aquel en el que debemos perseverar para alcanzar la salvación; aquel, como asegura el Papa Francisco que es el <corazón de nuestra esperanza>. Y como también aseguraba el Papa Benedicto XVI comentando algunos de los versículos de esta Carta, que han quedado señalados para la historia de la Iglesia como <el Credo de San Pablo> (Jesús de Nazaret 2ª parte 2011):
“Los Doce siguen siendo la piedra fundamental de la Iglesia, a la cual siempre se remite. Por otra parte se subraya el encargo especial de Pedro, que le fue confiado primero en Cesárea de Filipo (Lc 5, 11), y confirmado después  en el Cenáculo (Lc 22, 32). Un cargo que lo ha introducido, por decirlo así, en la estructura eucarística de la Iglesia. Ahora después de la Resurrección, el Señor se manifiesta a él, antes que a los Doce, y con ello se renueva una vez más la misión única.

Si, el ser de los cristianos significa esencialmente la fe en el Resucitado, el papel particular del testimonio de Pedro es una confirmación del cometido que se le ha confiado de ser la roca sobre la que se construye la Iglesia”

Finalmente, recordemos una vez más que Jesucristo después de su Resurrección pronunció, de nuevo, la excelsa frase ¡No tengáis miedo! que desde el principio estamos evocando, como misiva inapelable del Señor, para todos los cristianos y también ¿por qué no? para todos aquellos hombres de buena voluntad que buscan la autentica Verdad…En cambio estas palabras de Jesús no pueden estar dirigidas a su Madre, la Virgen María, y esto es así <porque fuerte en su fe, Ella no tuvo miedo>, como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II.

 
 



El modo en que María participa en la victoria de Cristo es según este  Pontífice la que él mismo escuchó en boca del cardenal August Hlond, el cual al morir dijo: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. El Papa  recordaba en su libro <Cruzando el umbral de la esperanza>, que <durante su ministerio pastoral en Polonia, fue testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando>:
“Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí, una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, si llegaba la victoria, sería alcanzada por María.
Cristo vencerá por medio de Ella, porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo futuro estén unidas a Ella”

 

 

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