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jueves, 7 de abril de 2011

JESÚS LES DIJO A SIMÓN Y A ANDRES: VENID EN POS DE MÍ Y OS HARÉ SER PESCADORES DE HOMBRES


"He aquí que vienen días, afirma Yahveh, en que pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva / No como la alianza que pacté con sus padres el día en que les agarré para sacarlos del país de Egipto; pues ellos han quebrantado mi alianza, habiéndome yo desposado con ellos, afirma Yahveh / Pero éste será el pacto que yo concertaré con la casa de Israel, después de aquellos días, declara Yahveh: pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón y constituiré su Dios y ellos constituirán mi pueblo / Y no necesitarán los unos a los otros, ni el hermano a su hermano, diciendo: < ¡Conoced a Yahveh!>, pues todos ellos me conocerán, desde el más pequeño al mayor, afirma Yahveh; porque perdonaré su culpa y sus pecados no recordaré más / Dios envió a nuestro Señor Jesucristo para establecer esa <Nueva Alianza> con los hombres; no vino a destruir la Ley o los profetas, sino a dar el cumplimiento debido a la una y a los otros, tal como nos manifestó en su Sermón de la Montaña (Mt 5,17-18):
 
 
 
No penséis que vine a destruir la Ley o los profetas: no vine a destruir, sino a dar cumplimiento / Porque en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra que pase una sola jota o una tilde, de la ley; sin que todo se verifique"

Los hombres se habían apartado de Dios y éste en su bondad infinita quiso perdonar sus pecados, mediante el sacrificio salvador de su Unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Pero la proclamación del <Reino de Dios> era una tarea de tal naturaleza, que Jesús necesitó del apoyo y el afecto incondicional de algunos hombres, que desde el inicio de su vida pública, le acompañarán y que continuarán su labor después de su Pasión, Muerte y Resurrección, por lo que les dijo a Simón y a Andrés: “Venid en pos de mí y os haré ser pescadores de hombres”
 
 
 
 
Así lo narró el evangelista San Marcos (Mc 1, 16-18): "Y paseando por la ribera del mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, echando la red en el mar, pues, eran pescadores / Y díjoles Jesús: <Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres> / Y al punto, dejadas las redes, le siguieron"
 
 
 
 
 
Es muy significativo el hecho de que el Señor llamara en primer lugar a estos dos hombres para que le siguieran, si tenemos en cuenta, que al primero le nombró posteriormente su Vicario sobre la tierra, y al segundo le pidió que evangelizara algunas de las que hoy en día se denominan Iglesias Ortodoxas Cristianas, como por ejemplo la Iglesia ortodoxa rumana, la Iglesia ortodoxa rusa, la Iglesia ortodoxa y apostólica georgiana, etc.
 
 
 
 
Con anterioridad a esta llamada, Jesús había conocido a Andrés, ya que éste había sido discípulo de San Juan Bautista, tal como nos narra el apóstol San Juan en su Evangelio (Jn 1, 35-40):

"Al día siguiente, de nuevo estaba Juan y con él dos de sus discípulos / y fijando sus ojos en Jesús que caminaba dice: <He aquí el Cordero de Dios> / Y le oyeron hablar los dos discípulos, y se fueron en pos de Jesús / Vuelto Jesús y viendo que le iban siguiendo, les dice / ¿Qué buscáis / Ellos le dijeron / Rabí que traducido quiere decir <Maestro>, ¿Dónde moras? / Díceles: Venid y lo veréis. Vinieron, pues, donde moraba, y se quedaron con Él aquel día. Sería la hora decima / Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús"

Andrés fue por tanto uno de los dos  hombres afortunados, que entablaron relaciones con Jesús en primer lugar, se cree según la tradición de la Iglesia Católica, que el otro era el propio apóstol San Juan Evangelista y  además San Andrés, tuvo el privilegio de anunciar la buena nueva a su propio hermano, Simón-Pedro, aquel que sería elegido por el Señor la cabeza de su Iglesia (Jn 1, 41-42):
-Andrés halla primero a su hermano Simón, y le dice:
-Hemos hallado al Mesías que quiere decir <Cristo> o <Ungido>.
-LLevóle a Jesús. Poniendo en él los ojos, dice Jesús:
-Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamaras Cefas (que significa <Pedro> o <Piedra>)

Cuando, pues,  hubieron almorzado, dice Jesús a Simón Pedro, ¿me amas más que éstos?
Al responder positivamente Pedro, el Señor volvió a hacerle la misma pregunta por dos veces más, lo cual entristeció al Apóstol, pero la petición de Jesucristo, también por tres veces fue la misma: “Apacienta mis ovejas” Y esto quería decir que confiaba en él para que guiara a su Iglesia a lo largo de los siglos por el camino que Él había marcado.

Como nos dice Joseph Ratzinger, nuestro actual Papa, Benedicto XVI, en su libro “El Elogio de la Conciencia”:
“El auténtico sentido de la autoridad doctrinal del Papa reside en el hecho de que él es el garante de la memoria cristiana. El Papa no impone desde fuera, sino que desarrolla la memoria cristiana y la defiende. Por eso, el brindis por la conciencia debe preceder al brindis por el Papa, pues sin conciencia no habría ningún papado. Todo el poder que posee es poder de la conciencia: servicio al doble recuerdo, en el que se basa la fe, que debe ser continuamente purificada, ampliada y defendida contra las formas de destrucción de la memoria, amenazada tanto por una subjetividad que olvida su fundamento como por las presiones del conformismo social y cultural”
 
 
 
Pedro y Andrés habían nacido en la ciudad de Betsaida, situada a orillas del lago de Genesaret, la cual fue visitada por Jesús en distintas ocasiones, aunque también fue duramente reprendida por el Señor por el mal comportamiento de algunos de sus habitantes. Ambos hermanos eran pescadores, oficio muy frecuente en la comunidad judía de la época, pero desde el momento en que Jesús posó sus ojos sobre ellos, solo pensaron en seguir sus pasos como así finalmente hicieron, cuando les llamó, superando muchas veces sus propias flaquezas, como le sucedió concretamente a Pedro, el cual sintió miedo cuando le mandó Jesús que andará sobre las aguas.


La falta de fe en las palabras del Señor, hizo que este tuviera que salvarle en última instancia (Mt 14, 24-31):
"Y a la cuarta vigilia vino hacia ellos, caminando sobre el mar / Los discípulos como le vieron caminando sobre el mar, se alborotaron, y decían que  / Es un fantasma y de miedo comenzaron a gritar / Más al punto les habló Jesús, diciendo / Tened buen ánimo; Yo soy, no tengáis miedo / Respondiéndole Pedro  dijo: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas / Él dijo: Ven Y bajando de la barca, comenzó Pedro a caminar sobre las aguas, y se fue hacia Jesús / Más viendo el viento recio, cobró miedo; y comenzando a sumergirse, se puso a gritar, diciendo  Señor, sálvame
 
 
 
 
Y al punto Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dice / Poca fe, ¿por qué titubeaste? / Y en subiendo ellos a la barca, amainó el viento"

El triple milagro realizado por Jesús en esta ocasión: caminó sobre las aguas, hizo que Pedro también caminará y sosegó la tempestad, sirvió a sus discípulos para tener fe en las palabras de Jesucristo, aunque más tarde volvieran a sentir miedo. Por eso el Señor, no deja de recordarles a ellos y también a los hombres de todos los tiempos, con el ejemplo de la higuera estéril, que la <fe mueve montañas>, (Mt 21, 21-22):
"Al amanecer, volviendo a la ciudad, sintió hambre / Y viendo una higuera en su camino, fue a ella, y nada halló en ella sino hojas solamente, y le dice: < ¡No brote ya fruto de ti por siempre jamás!> Y se secó de repente la higuera / Y al verlo los discípulos, se maravillaron y decían / ¡Que de repente se secó la higuera! / Más respondiendo Jesús, les dijo / En verdad os digo que si tuviereis fe y no titubeareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que aún si dijereis a este monte <Quítate de ahí y échate al mar, se hará / y todo cuanto pidiereis en la oración con fe, lo recibiréis>"

En otra ocasión, con motivo de la curación del hijo de un hombre que se acercó a Jesús diciéndole: <Señor ten compasión de mi hijo que tiene ataques y está muy mal. Muchas veces se cae en el fuego y otras en el agua; se lo he traído a tus discípulos, pero no han podido curarlo>  (Mt 17, 14). Los discípulos le preguntaron en privado a su Maestro por qué ellos no habían sido capaces de hacer aquel milagro y él les respondió:
< Por falta de fe, os aseguro que si tuvierais una fe del tamaño de un grano de mostaza diríais a este monte: trasládate  allí y se trasladaría; nada os sería imposible>
 
 
 
 
 
Está claro, que era la fe, lo que aquellos hombres necesitaban, sobre todas las cosas, para enfrentarse, sin miedo alguno y sin vacilaciones, a la tarea  evangelizadora que Jesús les habría de encomendar.


La gracia  llegó a ellos con el Espíritu Santo, estando reunidos en el Cenáculo, en compañía de la Virgen María, el día de Pentecostés, tal como nos narra el Evangelista San Lucas (Hch 2, 1-13).  
El Evangelista San Lucas, nos cuenta que  se produjo, de repente, un ruido producido por el viento huracanado que invadió  la estancia donde se encontraban sentados, y vieron aparecer como lenguas de fuego que se posaban sobre las cabezas de todos los allí presentes. A consecuencia  de estos extraños fenómenos, todos se llenaron del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintos idiomas, según la gracia infundida por el mismo.
 
 
 
En ese momento crucial de la Historia, cuando las gentes llegadas para la fiesta presenciaron aquel suceso y se maravillaron de la sapiencia de unos hombres que hasta entonces, sólo consideraban personas sencillas de una preparación intelectual, en general escasa, mientras que otros, por miedo decían que estos seguidores de Jesús estaban ebrios, Pedro con fe absoluta e inquebrantable en Jesucristo y su mensaje, tomó la palabra y se dirigió a aquella muchedumbre que rodeaba  el Cenáculo de Jerusalén, dando su primer discurso apostólico y reconociéndose con ello “cabeza de la Iglesia de Cristo”  (Hch 2, 14-14):

"Puesto en pie Pedro, acompañado de los once, alzó su voz y les habló en estos términos / Varones judíos y moradores de Jerusalén, tened esto entendido y prestad atento oído a mis palabras / No es así, como vosotros presumís, que están estos embriagados, pues no es sino la hora tercia del día / sino que esto es lo dicho por el profeta Joel"

Se refería Pedro con estas palabras, a la profecía realizada por el profeta Joel sobre el advenimiento de los tiempos mesiánicos. Joel, hijo de Petuel, profetizó a los sacerdotes y al pueblo de Judá, según algunos historiadores, en el reino del Sur, advirtiéndoles de sus preocupaciones, sobre la futura devastación del país por una plaga de langosta y exhortándoles al arrepentimiento.

 
 
 

"Y después de esto infundiré mi espíritu en toda carne y profetizarán, vuestro, hijos e hijas, vuestros ancianos fraguarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones / E incluso sobre mis siervos y mis siervas por aquellos días infundiré mí espíritu"

Aunque no se mencione en sus profecías el nombre de ningún rey, se cree que estas pudieron tener lugar hacia el año 800 antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo y por ello es más admirable este hecho, en el que Dios anuncia, en tiempos tan remotos, la “venida del Espíritu Santo”.

Pedro, lleno ya del mismo, es lo primero que recuerda a las gentes que escuchan sorprendidas su discurso. Y a continuación, denuncia con valentía, la Pasión y Muerte de Jesucristo, obra sin duda de la maldad de algunos de aquellos hombres que le escuchaban.

 
 
 
Menciona también Pedro en su discurso el hecho extraordinario de que el Patriarca David profetizara que Dios asentaría sobre su trono a uno de sus descendientes (Sal 88, 1-5): "La bondad de Yahveh cantaré perpetuamente; de edad en edad dirá tu fidelidad mi boca / Pues que dijiste por siempre  tu gracia ha sido fundada; tienes tu fidelidad en el cielo establecida / Con el escogido mío una alianza concerté. A David, mí servidor, le juré con juramento: / Tu semilla haré durar por los siglos de los siglos, y por edades de edades he de fundar Yo tu trono"

Por ello, afirma Pedro también (Hch 1, 36):
"Con toda seguridad, pues, conozca todo Israel que Dios le constituyó Señor y Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis. Al escuchar sus palabras, las gentes se emocionaban, se arrepentían de sus pecados y deseaban seguir las enseñanzas de Jesucristo, e incluso les preguntaban  (H, Apóstoles 1, 37): / ¿Qué tenemos que hacer, varones hermanos?"

Y Pedro les respondía (Hch 1,38):
"Arrepentíos y bautícense cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo"

Por eso también asegura:
“la Iglesia entera, como <sal de la tierra> y <luz del mundo>, debe dar testimonio de la verdad de Cristo, que hace libres”

Tomando ejemplo de estos dos hombres elegidos por Jesús (Pedro y Andrés), para mostrar el Camino, que no es otro que el de la Verdad de Cristo, el pueblo de Dios debe constantemente reavivar su compromiso con el Señor.
Pedro y Andrés llevaban nombres griegos, costumbre muy difundida, en aquella época, entre los hebreos, lo cual demostraba, en este caso concreto, según el Papa Benedicto XVI, una cierta apertura cultural de su familia. De cualquier forma, debido a la escasez de medios, es indudable que el nivel cultural de estos dos hombres, debería ser relativamente bajo, de acuerdo con la situación de sus vidas; por ello, admira más si cabe, el hecho de que ya desde el primer discurso de San Pedro, éste mostrara unos conocimientos tan profundos del Antiguo Testamento y una capacidad de dialéctica tan enorme, todo ello fruto,  de la acción del Espíritu Santo.
Nuestro Señor Jesucristo tenía, sin duda, muy clara  la misión que iba a encargar a cada uno de sus discípulos.  En concreto, eligió a doce de entre ellos, los Apóstoles, para que a su Muerte y Resurrección, se encargaran de guiar a sus hijos por el camino de la fe, del amor y de la esperanza hacía el Padre y a la <Cabeza de su Iglesia> puso a Simón-Pedro, la roca sobre la que descansaría a lo largo de la historia y hasta nuestros días la doctrina del perdón y la caridad que Él predicaba, en su nombre, en el de su Padre y en el del Espíritu Santo.
 
 
 
Andrés no se quedó atrás en la estima y consideración del Señor, pues le conocía bien y supo de su humildad y de sus deseos de ayudarle en todo, y por ello le encargaría una labor tan dura, como fue la evangelización de algunas regiones de la tierra, entonces ocupadas por pueblos feroces y muy alejados de los caminos del Dios verdadero. La tradición de la Iglesia, cita entre otras las siguientes zonas evangelizadas: Asia menor, Peloponeso, Capadocia, Epiro, ciertas regiones de Grecia, Turquía, Yugoslavia, Rumania y un largo etc.

Sólo tenemos que repasar algunos pasajes de la vida de este Apóstol al lado de Jesús, para comprender que el Señor había elegido al hombre adecuado para tan ardua empresa. Recordemos por ejemplo, aquel pasaje del Nuevo Testamento, donde San Juan nos cuenta el milagro de la primera multiplicación de los panes y de los peces.
Fue en la orilla del mar de Tiberiades, donde Jesús se apiadó de la multitud que le seguía, escuchando sus palabras, durante un largo periodo de tiempo, muchas veces enfermos, atraídos por su fama de sanador, sin haber tomado alimentos.
Jesús quiso ayudarlos realizando este primer milagro de la multiplicación  ( Jn 6, 3-9):
"Subió al monte Jesús, y allí se sentó con sus discípulos / Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando, pues, los ojos Jesús y viendo que viene a El gran muchedumbre, dice a Felipe: / ¿De dónde vamos a comprar panes para que coman éstos? / Esto decía para probarle, que bien sabía Él lo que iba a hacer / Respondióle Felipe: / Con doscientos denarios no tienen suficientes panes para que cada uno tome un bocado/
 
 
-Dícele uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón-Pedro: / Hay un muchacho aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pescadillos; pero eso ¿qué es para tantos?

El espíritu de servicio de Andrés y la confianza en su Maestro le llevó a poner rápidamente a su disposición lo poco que tenían para abastecer a aquella multitud, con la esperanza cierta de que algo haría el Señor para remediar la situación creada, como así sucedió. Por eso Jesús confiaría en este Apóstol para la misión que le tenía reservada y fue uno de los cuatro más cercanos a Él, junto con Simón-Pedro, Santiago (El Mayor) y Juan (hermano de este último). Sólo estos cuatro hombres se atrevieron a interrogar al Señor sobre el fin de los tiempos (parusía) y la destrucción del templo de Jerusalén, que el Señor había profetizado (Apocalipsis sinóptica) (Mc 13, 3-4):
-Y como, llegados al monte de los Olivos, se hubiera sentado frente a frente del templo, le preguntaban en particular Pedro, y con él Santiago, Juan y Andrés:
-Dinos: ¿Cuándo será eso, y cuál la señal, cuando todas esas cosas estén para cumplirse?
Y el Señor les respondió entre otras muchas cosas, refiriéndose a su segundo advenimiento  (Mc 13, 32-33):
 


Después de la venida del Espíritu Santo, los dos hermanos iniciaron su labor evangelizadora, al Igual, que el resto de los Apóstoles, en primer lugar en Jerusalén, donde las gentes les escuchaban impresionadas por sus palabras y por los milagros que hacían.
La costumbre de “evangelizar” en “parejas”, tal como los había enviado Jesús en vida, para que fueran preparándose para tal tarea, condujo a Pedro, probablemente uno de los Apóstoles de mayor edad a realizar la tarea evangelizadora en compañía del más joven, esto es, Juan el hermano de Santiago (El Mayor).
El primer milagro realizado por San Pedro y San Juan tuvo lugar, casi al principio de sus predicaciones, al encontrarse por el camino que llevaba al templo de Jerusalén a un hombre cojo de nacimiento. Éste les pidió limosna y Pedro, le dijo mirándole a los ojos (Hch 3, 1-11):
"Plata y oro no tengo; más lo que tengo, esto te doy: en el nombre de Jesucristo Nazareno, ponte a andar / Y cogiéndole de la mano derecha, lo levantó; y en el mismo instante se le consolidaron las plantas de los pies y los tobillos / y de un salto se puso en pie, y echó a andar, y entró con ellos en el templo, andando y saltando y alabando a Dios"

La muchedumbre que presenció este milagro quedó sorprendida y maravillada y también daba a Dios gracias por lo ocurrido. Entonces, Pedro, de nuevo tomó la palabra como representante de Cristo sobre la tierra, para explicarles a aquellas gentes el hecho acaecido (Hch 3, 12-26):
"Varones israelitas, ¿qué os maravilláis de esto, o por qué ponéis los ojos en nosotros, como sí por nuestro propio poder o piedad hubiéramos hecho que éste pudiese andar? / El Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su Hijo Jesucristo, a quienes vosotros entregasteis y negasteis ante la faz de Pilato, cuando él estaba resuelto a ponerle en libertad / 
 
 
 
Más vosotros negasteis al Santo y al Justo, y demandasteis que se os hiciese gracia de un hombre homicida / mientras que al Caudillo de la vida le disteis la muerte, a quien Dios resucitó de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos / Y por la fe de su nombre, a éste, que estáis mirando y conocéis, le consolidó su nombre; y la fe, que por él se nos da, le dio esta integridad de sus miembros en presencia de todos vosotros"


Con una valentía inaudita Pedro, el Apóstol que en su día había negado a Cristo por tres veces, manifiesta en su discurso la culpabilidad real y vil de aquellos hombres que dejaron que mataran al Creador de todos los seres humanos y en cambio pidieron la libertad de un asesino.

También pone de manifiesto, en dicho discurso, que ellos son testigos de la Resurrección del Señor, cosa que debió asustar terriblemente a los jefes judíos, allí presentes, y que tuvo como resultado el apresamiento de los dos Apóstoles, aunque finalmente los pusieron en libertad por miedo a la multitud que no dejaba de alabarlos, por el milagro en el que habían participado y seguramente también porque  empezaban a ver claro el <escándalo de la Cruz>.

Como el Papa Juan Pablo II nos dice en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, nosotros también sabemos cuál fue la repuesta que Cristo dio a las preguntas provocativas del tribunal de Pilato, que le juzgaba:
 
 
 
“Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad (Juan 18,37). Pero entonces, < ¿qué es la verdad?> (Juan 18,38). Y aquí acaba el proceso judicial, aquel dramático proceso en el que el hombre acusó a Dios ante el tribunal de la propia historia. Proceso en el que la sentencia no fue, emitida conforme a la verdad. Pilato dice: <Yo no encuentro en él ninguna culpa>: < ¡Prendedlo vosotros y crucificadlo!> (Juan 19,6). De este modo se lava las manos del asunto y hace recaer la responsabilidad sobre la violenta muchedumbre”

Los dos Apóstoles fueron amenazados por los sanhedritas con la prisión, antes de ponerlos en libertad, si seguían predicando en nombre de Jesús, pero Pedro y Juan respondieron (Hch 4, 20-26):
"Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que vimos y oímos… / Y puestos en libertad, se fueron a los suyos y les refirieron cuanto los sumos sacerdotes y los ancianos les habían dicho… / llos, como lo oyeron, movidos de un mismo sentimiento elevaron la voz hacia Dios y dijeron… / ¿Por qué embravecieron las naciones y los pueblos tramaron vanidades? / Acudieron los reyes de la tierra, y los jefes juntáronse en un haz, en contra del Señor y en contra del Ungido" (David, Sal.2, 1-2).

Como dice San José María en su libro “Es Cristo que pasa”:
“¿Lo veis? Nada nuevo, se oponían a Cristo antes de que naciera; se le opusieron mientras sus pies pacíficos recorrían los senderos de Palestina, lo persiguieron después y ahora, atacando a los miembros de su Cuerpo místico y real ¿Por qué tanto odio, por qué este universal aplastamiento de la libertad de cada conciencia? “
 
 
 
 
Sin embargo, a partir de aquel momento los Apóstoles y sus seguidores quedaron tranquilos, durante algún tiempo, sin ser molestados por las autoridades judías, tal como nos refiere San Lucas en “Los Hechos de los Apóstoles”.


Pero sólo durante algún tiempo, pues los sanhedritas no estaban tranquilos a causa de la gran aceptación, por parte del pueblo, de la evangelización realizada por los discípulos de Cristo y como consecuencia de ello encarcelaron de nuevo a Pedro y Juan, sus máximos exponentes en aquellos momentos, pero sin embargo un ángel del Señor, durante la noche, los puso en libertad ordenándoles que siguieran manifestando el mensaje de Jesús.

Ellos, así lo hicieron, y al alborear el día ya estaban de nuevo en el templo evangelizando al pueblo. El sumo sacerdote y sus secuaces convocaron de nuevo el Sanhedrín y todo el senado de los hijos de Israel para juzgar a los dos Apóstoles, y al enterarse de lo que había sucedido y de que de nuevo estaban en el templo hablando de Jesús, montaron en cólera y ordenaron que los apresaran y los llevaran a su presencia y una vez allí les conminaban con esta pregunta (Hch 5,27-28):
"¿Por ventura no os intimamos severamente que no enseñaseis en ese nombre? Y he aquí que habéis llenado a Jerusalén con vuestra enseñanza, y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre"

Llegado a este punto, Pedro y los Apóstoles respondieron (Hch 5, 29-32):
-Menester es obedecer a Dios antes que a los hombres
-El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quién vosotros matasteis colgándolo de un madero
 
 
 
 
"Y a éste, como Caudillo y Salvador, exaltó Dios con su diestra con el fin de otorgar a Israel penitencia y remisión de los pecados / Y nosotros somos testigos de estas cosas, como lo es el Espíritu Santo, que Dios dio a los que acatan sus mandatos"

No se puede decir ni más alto, ni mejor… Es evidente que aquellos hombres elegidos por Jesús estaban llenos de la gracia del Espíritu Santo y dispuestos al sacrificio de sus propias vidas para transmitir el mensaje de Cristo.
Un doctor de la ley, Gamaliel, salvó a Pedro y a Juan de una muerte segura, en aquel momento, pues con su discurso a favor de de ellos, asustó al Sanhedrín, que no tuvo más remedio que ponerlos de nuevo en libertad, no sin antes, darles una buena paliza e intimidarles con mayores castigos si no dejaban de hablar de Jesús.
Hasta este momento, aunque nada se indica en  el libro de San Lucas (Hechos de los Apóstoles), sobre la vida particular de cada Apóstol, parece lógico que los dos hermanos, Pedro y Andrés estuvieran aún juntos dentro de la comunidad cristiana de Jerusalén, realizando sus respectivas labores  apostólicas. Una prueba de ello podría ser, el hecho de que constantemente el evangelista nombra de forma genérica a todos los Apóstoles, como coautores de los acontecimientos que relata.

 
 
Así ocurre, durante el triste episodio protagonizado por el diácono, San Esteban, el protomártir, porque fue el primer cristiano mártir por amor a Jesucristo y sus enseñanzas, a raíz de cuya lapidación se produjo una persecución terrible de toda la comunidad cristiana en Jerusalén, tal como San Lucas nos cuenta (Hch 8, 1-3):

"Se levantó aquel día gran revuelo contra la Iglesia en Jerusalén; y todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria, a excepción de los Apóstoles / Y llevaron a enterrar a Esteban hombres piadosos, e hicieron gran duelo sobre él"

Fue en Jerusalén, también, donde San Pablo se puso por primera vez, en contacto con los Apóstoles, aunque según relata éste en su  < Carta a los Gálatas>, realmente sólo se entrevistó con San Pedro y vio casualmente a Santiago (El Menor) (Gálatas 1, 15-20):
"Más cuando plugo a Dios, que me reservó para sí desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia
 
 
/revelar en mí a su Hijo, para que le predicase entre los gentiles / desde luego no me aconsejé de hombre mortal ni subí a Jerusalén para ver a los que me precedieron, en el apostolado, sino que me retiré a la Arabia, desde donde volví otra vez a Damasco / Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver y hablar a Cefas, con quién permanecí quince días / A otro de los demás Apóstoles no vi, a no ser a Santiago, el hermano del Señor / Y lo que os escribo, os certifico delante de Dios que no miento"

San Pablo, en esta carta, muestra cierto dolor por la incomprensión de algunos de los seguidores de Jesús en aquellos momentos, debido sin duda a los terribles antecedentes del Apóstol, pues éste persiguió, antes de la llamada del Señor, a los cristianos con saña. Por otra parte, muestra también su deseo de sólo entrevistarse con San Pedro, que al fin y al cabo, es un reconocimiento obvio del <Primado> del mismo, sin embargo, parece extraño que durante tantos días (quince), como permanecieron juntos los dos Apóstoles, sólo viera por casualidad, como quien dice, al llamado hermano del Señor, esto es, al Apóstol Santiago el Menor , hijo de Alfeo y hermano del Apóstol San Judas Tadeo, y pariente del Señor. Por tanto, cabe la posibilidad de que por entonces ya estuviera San Andrés, el hermano de San Pedro evangelizando en otro lugar.


 
 
Según la tradición de la Iglesia, a San Andrés le correspondió la evangelización, en primer lugar, de la Escitia, cuna de pueblos bárbaros y feroces, en la zona sur de Rusia actual, junto al mar Negro. Pero como los demás Apóstoles no se limitaría su apostolado a una sola región.


La tradición recogida por los escritores antiguos, acepta la idea de que se movió por tierras de Asia Menor, Peleponeso, Tracia…etc. En el momento actual, estas tierras recorridas por San Andrés vendrían a ocupar, al menos, las regiones de Grecia, Turquía, Bulgaria, Albania, Yugoslavia, Rumanía, Ucrania y sobre todo, las ciudades junto al mar Muerto.
Vemos, por tanto, que este Apóstol fue un gran viajero que llevó la doctrina de Cristo por zonas muy diversa del mundo en su época conocido. No en balde es considerado el fundador de la Iglesia Ortodoxa Griega, entre otras.
Precisamente la liturgia griega distingue a San Andrés con el título de “Protocletos”, es decir, “el primer llamado”, aunque en honor a la verdad, este título, debería compartirlo con San Juan, pues como hemos recordado antes, ambos fueron los primeros que conocieron al Señor.
Entre tanto, en toda Judea, Galilea y Samaria, la Iglesia de Cristo gozaba de paz y los Apóstoles, que aún permanecían allí, pudieron libremente realizar su evangelización durante algún tiempo, e incluso Pedro llegó hasta Lida, ciudad situada en el valle de Sarón, a unos pocos kilómetros del Mediterráneo, en el cruce de los caminos de Siria a Egipto y de Jerusalén a Jope, y allí curó a un hombre paralitico llamado Eneas y esto dio lugar a un gran número de conversiones entre las gentes del lugar.

Fueron muchos los milagros realizados por San Pedro durante toda su vida y aún después de muerto, pero quizás el más estremecedor fue la resurrección de una mujer llamada Tabita. El suceso tuvo lugar en Jope hoy llamada Jafa, puerto del Mediterráneo y Tabita era una mujer creyente y muy caritativa, por ello los discípulos al enterarse de que Pedro estaba en una ciudad próxima, le avisaron aunque ya la mujer estaba muerta, por si podía hacer algo. San Lucas narra así el milagro (Hch 9, 40-41):
 
 
 
"Pedro, habiendo hecho salir a todos e hincando las rodillas, hizo oración y, vuelto hacia el cadáver, dijo: <Tabita, levántate> Ella abrió los ojos, y viendo a Pedro, se incorporó / Y dándole la mano, la levantó. Y llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva… / Y se hizo público por todo Jope, y creyeron muchos en el Señor"

Como relata San Lucas, Pedro antes de realizar el milagro de la resurrección de Tabita, al igual que vio hacer a Jesús, cuando resucitó a su amigo Lázaro, y como le vio hacer en otras muchas ocasiones, antes de predicar a las gente que le seguían o hizo otros milagros, se recogió en oración, pues como muy bien nos dice el Obispo, vietnamita, Francisco-Javier Van Thuan, en su libro <Cinco panes y dos peces>, Jesús quiso enseñarnos que <antes del trabajo pastoral, social, caritativo, es necesario rezar> ...

En Cesarea tuvo lugar, poco después, un hecho singular que convenció a Pedro definitivamente, de que la fe de Cristo debía llevarse, no solo al pueblo hebreo, sino a todos los pueblos. En los Hechos de los Apóstoles, San Lucas nos relata cómo un hombre llamado Cornelio, que era Centurión de la Cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios tuvo una visión, en la que por boca de un ángel, el Señor le mandaba llamar a Simón Pedro, que estaba en ese momento en Jope, para que evangelizara también a las gentes de aquella región.

Pedro que a su vez había tenido una visión, cuyo significado, en principio, no había comprendido, acudió a la llamada de Cornelio y una vez allí, al ver lo que se le pedía y toda la multitud reunida para escuchar sus palabras, dio un discurso maravilloso en el que por primera vez, se reconoce por parte de los Apóstoles, el derecho de todos los hombres, y no solo del pueblo de Israel, a recibir el mensaje de Jesucristo (H. Apóstoles 10, 34-43).

Sus palabras fueron muy claras en éste sentido, pero recordemos que ya Jesucristo durante su vida pública sobre la tierra había manifestado a sus Apóstoles, que su mensaje era para todos los hombres que lo quisieran recibir…
 
 
 
Aún estaba Pedro hablando, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los presentes que le escuchaban, tal como nos cuenta San Lucas en los Hechos de los Apóstoles (10. 44-48): "Estando aún Pedro hablando, cayó el Espíritu Santo sobre todos los que oían la palabra /Y se asombraron los fieles de la circuncisión, cuantos habían venido con Pedro, de que aún sobre los gentiles hubiera sido derramado el don del Espíritu Santo / porque les oían hablar en lenguas y engrandecer a Dios. Entonces intervino Pedro, diciendo / < ¿Tiene acaso alguno derecho de impedir el acceso al agua para que no sean bautizados éstos que recibieron el Espíritu Santo?> / Y dio orden de que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo…"

Entre tanto, los creyente que permanecían en Judea, al enterarse de los hechos acaecidos en Cesarea, se extrañaron sobre manera, de tal forma, que al regreso de Pedro, éste tuvo que dar  explicaciones, para tranquilizarlos, (Hch 11, 5): <Yo estaba en la ciudad de Jope, y vi en éxtasis una visión…>
Contó la visión Pedro a los allí presentes y al punto comprendió su significado y la relación de la misma con lo sucedido en Cesarea y les dijo estas palabras (Hch 11, 16-17):
"Y recordé el dicho del Señor de cuando decía: Juan bautizó en agua, más vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo / Si, pues, el mismo don otorgó Dios a ellos que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿yo quién era para poner vetos a Dios?"
 
 
 
 



Por otra parte, coincidiendo con el reinado del emperador Claudio, casi a su inicio, y por el deseo de su amigo personal, el rey Herodes Agripa I (nieto de Herodes el Grande), de agradarlo, se inició una persecución cruel contra la comunidad cristiana, que condujo, a la muerte del Apóstol Santiago (el Mayor) , por martirio, y también al apresamiento de  Pedro.

Temiendo Herodes que Pedro pudiera ser libertado por sus seguidores, mandó custodiar la prisión en donde lo mantenía, por cuatro piquetes de soldados, pues deseaba ajusticiarlo antes de la Pascua. Pero sucedió que un ángel del Señor, durante la noche liberó al Apóstol de sus cadenas y no encontrando a su paso ninguna puerta cerrada, Pedro salió de la prisión sin que los piquetes se hubieran enterado.
Asombrado como estaba Pedro de encontrarse en libertad, al principio creía que estaba soñando, mas dándose cuenta por fin de que Dios le había mandado el ángel para salvarlo, corrió a contárselo a los creyentes reunidos en casa de María, la madre de Juan Marcos (según la tradición, el discípulo que escribió uno de los cuatro evangelios) y habiendo relatado el milagro a los allí presentes, San Lucas nos dice en sus Hechos de los Apóstoles que Pedro marchó a otro lugar (Hch 12, 17).

En este punto, tenemos que pensar, y así la tradición de la Iglesia lo estima, que el Apóstol pudo dirigirse a Roma, donde su rastro reaparece según algunos indicios que no dan lugar a duda alguna.

 
 
 
Durante su estancia en Roma, es seguro que coincidiera con el Apóstol San Pablo y que ambos colaboraran en la evangelización; prueba de ello pudiera ser las dos cartas que San Pedro dirigió a algunas comunidades de Asia Menor, cristianizadas por San Pablo, para animarlas a seguir por el Camino emprendido.

Quizás algunas tribulaciones sufridas por estas comunidades cristianas, así como las insidiosas calumnias de los gentiles no convertidos y los precursores del gnosticismo,  movieron a San Pedro a escribir estas cartas deseoso de paliar el mal que padecían, que incluso podría llegar a ser peor en un fututo no muy lejano, como así sucedió en sucesivas persecuciones. Pedro como Cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo sobre la tierra, les recuerda que padecer como cristianos es una gloria.

Hay que tener en cuenta, además, que muy probablemente San Pablo no se encontraba entonces  en Asia Menor, incluso algunos historiadores piensan que en aquel momento podría haber viajado a la península Ibérica. San Pedro en el patético epílogo de su segunda carta, nos muestra su estado de ánimo, como si ya presintiese el final de sus días y también muestra su gran estima por la labor realizada por el Apóstol San Pablo, pero además esta carta es digna de admiración por la denuncia que hace de las falsas doctrinas y el anuncio que hace del castigo al que son merecedores los falsos doctores (2 P 2, 9-22):
 
 
 
"Sabe el Señor sacar incólumes de las pruebas a los piadosos, a los injustos, empero, al paso que los castiga, reservarlos para el día del juicio / mayormente a los que se van tras la inmundicia de la carne, estimulados por la concupiscencia, y menosprecian el señorío. Osados, satisfechos de sí, no tiemblan de blasfemar las glorias / donde los ángeles, con ser superiores en fuerza y poder, no pronuncia contra ellas en presencia del Señor sentencia contumeliosa / Mas ellos, como brutos animales, nacidos naturalmente para presa y corrupción, blasfemando lo que ignoran, se corromperán con la misma corrupción de aquellos / sufriendo como castigo lo que será el pago de su injusticia: ellos que consideran como una dicha el goce de un día…"
 
 
 
 
 
"Abandonando el camino recto, se extraviaron, siguiendo el camino de Balaán, el hijo de Bosor, que amó el salario de la injusticia / pero halló la represión de su propia trasgresión…/ Porque sí, después de haber escapado de las inmundicias del mundo por el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, envueltos nuevamente en ellas son vencidos, resultan para ellos las postrimerías peores que los principios…Y les ha acontecido aquello del proverbio verdadero: <Perro que vuelve a su propio vomito> y <Puerca lavada, al revolcadero del cieno>"

Palabras duras las de San Pedro, pero que les venía como <anillo al dedo> a las gentes de aquella época que eran causa de tal escándalo y que también parecen, por desgracia hechas para algunos hombres de nuestro tiempo. Porque sin duda estamos viviendo tiempos en los que se aprecian claros síntomas de paganismo, y de gnosticismos encubierto, donde con pláticas maravillosas, algunos que se llaman creyentes, quieren hacer ver a los hombres, que todos somos como Dios, y que por tanto nada debemos temer, ni en el presente, ni en el futuro cuando llegue al juicio final, pero eso sí, niegan la divinidad de Jesús, porque no les conviene escuchar su mensaje salvador y prefieren un Dios a su propia medida, creado para su comodidad y disfrute de la vida…

San Pedro rigió la Sede de Roma durante un periodo de tiempo bastante largo, pero salió de ella en varias ocasiones. Esto sucedió, cuando subió a Jerusalén para asistir como cabeza de la Iglesia a un <Concilio Apostólico>, donde se debatió el grave problema creado por la herejía del <judaísmo>. Es probable, por tanto, que allí se encontrara por última vez con su hermano Andrés, pues según todos los indicios históricos, asistieron al Concilio todos los Apóstoles, que fue presidido por Santiago (El Menor), como Obispo de Jerusalén.
 
 
 
 
La muerte de Pedro tuvo lugar en Roma, durante la persecución de los cristianos, promovida por el emperador Nerón,  a los que acusó de ser los causantes de un incendio declarado en la ciudad. Su martirio fue en la cruz, al igual que su Señor Jesucristo, pero boca bajo, por estricto deseo del Apóstol, que no se consideraba digno de morir como Jesús (hacia el año 64 d. C).

Andrés como su hermano Pedro, según la tradición, también murió por martirio en la cruz que en su caso tenia la forma de un aspa, donde atado con cuerdas padeció durante tres días hasta su muerte y durante este tiempo, según se cuenta, aprovechó para seguir evangelizando a todas las gentes que se acercaban para verle. El suceso tuvo lugar en Patrás (Grecia), quizás unos años antes de la muerte de San Pedro. De este Apóstol, nos dijo el Papa Benedicto XVI, en su audiencia general de Junio del 2006, lo siguiente:
“Andrés enseña que la cruz, más que un instrumento de tortura, es <el medio incomparable de una asimilación plena con el Redentor, con el Grano de trigo caído en la tierra>”
 
 
 
 
También dijo en aquella ocasión que “Sólo por esa cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y alcanzan su verdadero sentido>. Estos dos hermanos, unidos por el amor a Cristo y glorificados con la Cruz, nos han dado ejemplo de cómo debemos hablar siempre con entusiasmo de Él, evangelizando a todos aquellos que quieran escucharnos, porque sólo de esta forma encontraremos el verdadero sentido de nuestras vidas y estaremos caminando por el Camino de nuestra propia Salvación.

Terminaremos este breve encuentro con los dos primeros Apóstoles llamados, recordando las sentidas palabras de San Pedro en el Epílogo de  su Carta a los romanos (Ibid):
"Por lo cual, amados míos, mientras aguardáis estas cosas, procurad con empeño, conservándoos inmaculados, ser hallados por él en Paz, y la longanimidad de nuestro Señor consideradla como salvación, como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fué dada, os escribió…/ antes bien creed en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Amén"

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