Translate

Translate

sábado, 22 de diciembre de 2018

TIEMPO DE NAVIDAD: LA VENIDA DEL VERBO


 
 
 
 
 
 
El prólogo del evangelio de san Juan es sin duda la parte más significativa del mismo; el tema o cuestión fundamental allí desarrollada, por el apóstol amado del Señor, es la manifestación del Verbo (Jn 1, 14-18): “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre: lleno de gracia y de verdad / Juan (Bautista) da testimonio acerca de Él y clama diciendo: <Este es el que dije: El que viene detrás de mí, porque era primero que yo> / Pues de su plenitud nosotros todos recibimos, y gracia por gracia / Porque la ley por mano de Moisés fue transmitida, la gracia y la verdad por mano de Jesucristo fue hecha / A Dios nadie le ha visto jamás: el Unigénito Hijo, el que está en el regazo del Padre mirándole cara a cara, Él es quién le dio a conocer”


Es interesante observar el hecho de que en el testimonio de Juan Bautista, aludido por el apóstol del Señor se aprecian varios incisos. En primer lugar menciona: <Este es el que dije>, lo que viene a significar la identificación personal del Mesías; a continuación habla de <El que viene detrás de mí>, es decir el esperado Mesías, del que se considera precursor; continua el testimonio diciendo: <Porque era primero que yo>, pues considera que Él desempeña una función  superior a la suya;   y sobre todo admite que antes que él viniese a este mundo, Él ya existía…era el Verbo de Dios…
 
 
 
 
Los hombres creyentes, de todos los tiempos, al leer estas palabras han tenido que sentir algo en su interior que les ha hecho temblar de emoción y de amor…Por eso todos los años al llegar este momento se apresuran a decir:  “Ansiosamente hemos esperado durante el tiempo de Adviento la venida del Verbo, la hemos pedido y estamos ya preparados para su aparición. Deseo, demanda, preparación, son tres palabras que resumen el periodo litúrgico que acabamos de recorrer. Una realidad divina viene a coronar nuestra esperanza.


El motivo fundamental del nuevo periodo, que se abre con la alegría de la Nochebuena, es el Nacimiento de Jesucristo, del Hijo de Dios humanado. Celebramos su aparición al pueblo judío (Navidad) y su manifestación a los gentiles (Epifanía).

Es el misterio de la Encarnación, que consiste en la unión en Jesucristo del Verbo, nacido antes de todos los siglos, de la sustancia del Padre, con la humanidad engendrada de la sustancia de la Madre, en el mundo.

Navidad es, por tanto, la fiesta del amor misericordioso de Dios. <Tanto amo Dios al mundo> decía San Juan Evangelista pensando en este misterio que <le envió a su mismo Hijo Unigénito para que, creyendo en Él, no perezca, antes alcance la vida eterna>.

Ante todo, durante estos días conmemoramos el hecho histórico, que narra con muchos detalles emocionantes, el evangelio de san Lucas. Entre los años 747 y 749 de la fundación de Roma se hizo en Palestina, por orden de César Augusto, un empadronamiento, que obligó a José y María a ir de Nazaret, a Belén, de donde eran originarios.
 
 
 
 
Estando en Belén, dio a luz María, y la primera cuna que tuvo el recién nacido fue el pesebre de un establo. Una tradición del siglo IV supone que el Niño fue calentado por el aliento de dos animales…El nacimiento temporal nos hace pensar también en el nacimiento eterno. Tanto como al gracioso Niño que acaba de nacer, vemos en el establo, al Rey de los cielos, hacedor de los siglos y de los mundos.



Para la liturgia, Navidad tiene un carácter esencialmente dogmático, que ignoraríamos si solo considerásemos el aspecto que nos ofrece la devoción popular. Y es que el que acaba de nacer de la Virgen nace eternamente en el seno del Padre. El que se manifiesta revestido de nuestra carne es el Hijo de Dios, <que habita en una luz inaccesible>.

El Verbo que se hace hombre, es para nosotros la manifestación de Dios; es Dios hecho hombre, que viene a revelarnos el Ignoto. <El que me ve a mí, ve a mi Padre>, dirá Jesús a los judíos” (P. Fr. Justo Pérez de Urbel; <Misal y Devocionario del hombre católico> (Ed. Aguilar, 1964)

 
 
Sí, llega de nuevo la hora de rememorar  el acontecimiento especial, fuera de lo común, acaecido en la noche en que tuvo lugar el nacimiento del Niño Jesús, tal como nos recordaba también, el Papa San Juan Pablo II durante la misa de medianoche correspondiente al lunes 24 de diciembre de 1979:

“En este acontecimiento hay algo insólito, consiste quizás en que no se cumple dentro de las normales condiciones humanas, bajo el techo de una casa, sino en un establo, que ordinariamente da cobijo sólo a animales. La primera cuna del Niño, recién nacido, fue en efecto un pesebre…

Ciertamente ninguno de los habitantes, ni ninguno de los forasteros presentes entonces en Belén, podían pensar que en aquellos momentos y en aquel establo, se estaba cumpliendo las palabras del profeta, tantas veces leídas, y continuamente meditadas por los hijos de Israel.

Isaías (Is 9, 3. 6-7) efectivamente, había escrito palabras que constituían el contenido de una gran expectación y de una esperanza inquebrantable:

<Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo, y se gozan ante ti, como se gozan los que recogen la mies…Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo que tiene sobre los hombros la soberanía…, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada sobre el trono de David y su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre jamás>

Ninguno de los presentes en Belén podía pensar que precisamente en aquella noche se estaba cumpliendo las palabras del gran profeta, ni que ello se realizaba en un establo…”

 
 
 
Sin duda el nacimiento del Mesías, el Misterio de la Encarnación, es el acontecimiento central de la historia de la humanidad. La humanidad entera, no solo el pueblo elegido, Israel,  esperaba de una forma implícita, como si fuera un presentimiento, pero sin embargo la mayoría de los seres humanos no fueron testigos privilegiados del nacimiento en el pesebre de Belén, tal como narran los evangelistas Mateo y Lucas en sus respectivos Evangelios.   


El Papa Benedicto XVI refiriéndose a los relatos de los  evangelistas sinópticos, defiende la idea de que son históricos, y no teológicos, como algunos representantes de la exegesis moderna han opinado desafortunadamente (Benedicto XVI . La infancia de Jesús; Ed. Planeta 2012):
“Sobre el nacimiento de Jesús no tenemos más fuentes  que las narraciones de la infancia de Mateo y de Lucas. Los dos dependen evidentemente de representantes de tradiciones muy diferentes. Están influenciados por visiones teológicas diversas, de la misma manera que difieren también en parte sus noticias históricas.

Está claro que Mateo no sabía que tanto José como María residían inicialmente en Nazaret. Por eso José, al volver de Egipto, quiere ir en un primer momento a Belén y solo la noticia de que en Judea reina un hijo de Herodes le induce a desviarse hacia Galilea.

Para Lucas, en cambio, está claro desde el principio, que la Sagrada Familia retornó a Nazaret tras los acontecimientos del nacimiento.

Las dos diferentes líneas de tradición concuerdan, no obstante, en que el lugar del nacimiento de Jesús fue Belén. Si nos atenemos a las fuentes y no nos dejamos llevar por las conjeturas personales, queda claro que Jesús nació en Belén y creció en Nazaret”

 Sin duda el nacimiento, la vida y obra de Jesús, han suscitado polémicas sin fin, entre aquellos eruditos que se han dejado llevar, la más de las veces, por conjeturas personales y han despreciado las fuentes históricas y divinas de la Sagrada Biblia, así como las fuentes provenientes de la santa Tradición de la Iglesia. No obstante  como advertía el Papa san Pablo VI:
 
 
 
 
“Sólo poner ante nuestra consideración la historia de la vida de Cristo suscita problemas que nunca conseguiremos resolver completamente, pero siempre veremos irradiar de la presencia de Cristo en el mundo tal luz de verdad, tal consuelo de esperanza y de vida que advertiremos que Él es la luz del mundo; y sólo dentro del cono luminoso de doctrina que la Iglesia nos ofrece sobre Él, podemos gozar de su luz y obtener nuestra salvación…



Lo que quiere decir que debemos sentirnos obligados a fijar la mirada de nuestra fe en Cristo Señor, con adhesión total de pensamiento y de vida. Recordemos las palabras finales del prólogo del Evangelio de San Juan:

<Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria cual de Unigénito venido  del Padre, lleno de gracia y de verdad> (Jn 1, 14)

Pero en este punto de nuestra contemplación sobre el Verbo de Dios hecho carne, en vez de encontrar su gloria nos encontramos en el marco de la vida temporal de Jesús, su humillación, su pequeñez, su anonadamiento; no encontramos la exaltación  sino la negación de los valores de nuestra vida presente.

 
 
 
El pesebre nos lo dice: La humildad de Cristo será nuestra sorpresa. Una humildad que mortifica nuestras expectativas mesiánicas y que nos obliga a modificar e incluso a contraponer la estima de lo que creemos bienes necesarios para nuestra existencia natural. Y esto lo recordamos refiriéndonos a dos virtudes cristianas, es decir, a dos dimensiones características de nuestra presencia en el mundo; nos referimos a  la humildad y a la pobreza.


El Dios que haya querido manifestarse y haya querido convivir con nosotros en humildad absoluta es algo que altera y transforma totalmente nuestros juicios sobre nosotros mismos y sobre nuestra relación con las cosas y con los acontecimientos del mundo.

Él decía: <Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón> (Mt 1, 29). Y esta postura de humildad afecta profundamente no sólo a las formas exteriores de la vida de Cristo, sino a las formas esenciales de la vida, de la doctrina y de la misión de Dios hecho hombre.

Citaremos aquí una sentencia conocidísima  de san Pablo, que contiene la síntesis y nos ofrece la clave para la comprensión  de la figura completa de Cristo; es la cita de las palabras relativas a la <kénosis> de Cristo, es decir, a su anonadamiento para cumplir el designio de nuestra redención, palabras de la Carta de san Pablo a los filipenses (Flp 2, 5-11)”
 
 
 
 
Se refiere el Papa Pablo VI a la Carta escrita por el apóstol san Pablo, probablemente durante su retención involuntaria en Roma, a los fieles de Filipos, ciudad  situada al norte del mar Egeo, en los confines de Macedonia con Tracia, con ocasión de demostrarles su profundo aprecio, por el afecto y ayuda que siempre le habían ofrecido. En dicha carta el apóstol también sigue adoctrinándoles tomando siempre como ejemplo la figura de Jesús y en este contexto les recomienda encarecidamente que sigan la estela de caridad y humildad del Señor (Flp 2, 5-11):    


-Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús,

-quien, existiendo en forma de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios,

-sino que se anonadó a si mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres;

-y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz;

-Por ello Dios lo exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre;

-para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo;

-y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre”

 
 
 
Sabias palabras del apóstol san Pablo que ponen de manifiesto la más sublime doctrina sobre Cristo. En ella, afirma la divinidad  y preexistencia de nuestro Salvador, la Encarnación del Verbo y sobre todo el inmenso merito de su total obediencia al Padre hasta su muerte en cruz.

Pero junto a estas enseñanzas dogmáticas y morales sobre Jesús, el apóstol añade algo más, también muy importante, él nos da el fundamento sobre el que se debe basar la vida de todo cristiano, de todo aquel hombre que ama y sigue a Cristo, que no es otro que el de tomar ejemplo de Él, recordando su anonadamiento por nuestra salvación y así mismo, que Dios le otorgó el <nombre>, es decir la dignidad y soberanía universal por lo que todos los seres creados por Él deben doblegar su rodilla. Resumiendo, por la humillación y la cruz se va a la gloria. 
 
 
 
 
Con razón el Papa san Juan XXIII, en la Nochebuena del año 1962, durante la misa pronunciaba una homilía con estas sentidas palabras, que ahora evocamos con el deseo de que se cumplan sus deseos, por fin, en este nuevo siglo: “Los grandes problemas de la vida social e individual se acercan a la cuna de Belén, al paso que los ángeles invitan a dar gloria a Dios, gloria a Cristo redentor y salvador, y a excitar gozosamente las buenas voluntades para la celebración de la paz universal.


Gran don, gran riqueza en verdad, es la paz del mundo, que va tras la paz. Lo hemos repetido en el radiomensaje navideño, y Nos satisface dar gracias al Señor por haberlo hecho acoger con buena voluntad de un extremo al otro de la tierra, como confirmación de la luz de esperanza encendida y viva en todas las naciones.
Las súplicas  de todos, continúan pidiendo la conversión y el perfeccionamiento de este don celestial, al paso que son cada vez más atentos y prudentes todos los movimientos de ideas, palabras y actividades, y se multiplican en  todos los campos los esfuerzos y los acuerdos para alejar y superar los obstáculos, conocer y substraer las causas que provocan los conflictos…

Hay también circunstancias y situaciones que en esta solemnidad hacen más evidente y agudo el contraste con el gozo de la Navidad. Reclamo eficaz no para disminuir el servicio que hacemos a la verdad y a la justicia, ni para olvidar el inmenso bien realizado por las almas rectas, que tienen como honor la ley divina y el Evangelio; sino para alentar las mejores energías a reparar los errores y a reavivar en el mundo el fervor religioso y las piadosas tradiciones paternas como gozo tranquilo de la Navidad.

 
 
Hijos queridos: Junto a la cuna del Niño recién nacido, del Hijo de Dios hecho hombre, todos los hombres que caminan por la tierra, deben pensar con conciencia clara  y seria, que en la hora suprema se les pedirá cuenta estrecha del don de la vida; y está tendrá una sanción definitiva de premio o de castigo, de gloria o de abominación.

En la conciencia de este rendir cuentas es donde se mide la participación de los cristianos y de todos los hombres en el gran misterio que conmemoramos en esta noche; de aquí surge el deseo de que por la luz del Verbo de Dios la civilización humana reciba la llamita que le puede transformar en vivo fulgor, en beneficio de los pueblos. En torno a la cuna de Jesús sus ángeles cantaron la paz. Y quien creyó en el mensaje celestial y le hizo honor consiguió gloria y alegría.
Así ayer, y así será siempre a lo largo de los siglos. La historia de Cristo es perpetua. Bienaventurado quien la comprende y consigue gracia, fortaleza y bendición. Amén”

 


 

   

 

  

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario