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miércoles, 19 de febrero de 2020

EL CONTINENTE AFRICANO EN LA TAREA EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA (Primera Parte)




 
 
Como en cierta ocasión aseguraba el Papa San Juan Pablo II, refiriéndose a la labor evangelizadora de la Iglesia católica: “La Iglesia evangeliza, la Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que tuvo lugar en siglos pasados, se dirigió hacia todos los continentes y, en particular, hacia el continente africano. Hoy en este continente tenemos mucha tarea que hacer con la Iglesia indígena ya formada…África se convierte en un continente de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan. Todo lo que disminuyen en Europa, otro tanto aumentan allí, en África…


Quizá algún día se revelen verdaderas las palabras del cardenal Hyacinthe Thiandoum (Primer Arzobispo nativo de Dakar; 1921-2004), que planteaba la posibilidad de evangelizar el <Viejo Mundo> con misioneros negros y de color” (Juan Pablo II; <Cruzando el umbral de la esperanza>; Círculo de lectores; por cortesía de  Plaza & Janes S.A. 1995)


 
 
Recordemos que el cardenal nombrado por el Papa, Hyacinthe Thiandoum llevó a cabo, una labor evangelizadora extraordinaria, contribuyendo en todo momento a la expansión de la palabra de Cristo en el continente africano, y así por ejemplo en 1970 erigió Iglesia parroquial a la Iglesia conventual de Santo Domingo de Dakar. La Iglesia de Santo Domingo de Dakar sirvió de cuartel general a la orden de los Predicadores, durante los primeros años de la presencia de estos en África. Fue fundada en 1957 y se trata de la primera Iglesia implantada en África Occidental.

 Por otra parte, en el mismo año 1995, el Papa San Juan Pablo II  en  su Exhortación Apostólica, <Ecclesia in África>, daba respuesta a la solicitud formulada por los miembros de la Asamblea Sinodal, celebrada en este continente y cuyo objetivo primordial era dar a conocer a toda la Iglesia los frutos de sus reflexiones y de sus oraciones, de sus discusiones y de sus intercambios.

En efecto, el Papa San Juan Pablo II acogió con alegría y gratitud esta petición, que dio lugar a esta magnífica <Exhortación Apostólica>, la cual ha servido y aún sirve, como guía y modelo a tener en cuenta en todo el trabajo misional de la Iglesia.

 
 
 
Sí, aunque ya hacen más de veinte años de su publicación sigue teniendo vigencia  lo expresado allí por este Pontífice santo, siempre preocupado por lo que él llamaba la <Nueva Evangelización> de Europa, continente que habiendo sido el primero en convertirse casi en su totalidad al cristianismo, en los últimos siglos ha sufrido un evidente retroceso en este sentido.
 
 
 
Refiriéndose concretamente a la gran urgencia de la evangelización de los pueblos, San Juan Pablo II, advertía en dicha <Exhortación Apostólica> que (Ibid):

“El Nombre de Jesucristo es el único por el cual los hombres podemos salvarnos (Hch 4, 12) y ya que en África existen millones de personas que aún no han sido evangelizadas, la Iglesia se encuentra ante la urgente tarea de proclamar la Buena Nueva salvadora a todos y conducir a aquellos que la escuchan al Sacramento del Bautismo y a la vida cristiana…
La urgencia de esta actividad misionera brota de la radical novedad de vida traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y  desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo…

Esta nueva vida en la originalidad radical del Evangelio implica también ruptura con las costumbres y la cultura de cualquier pueblo de la tierra, porque el Evangelio nunca es un producto interno de un determinado país, sino que siempre <viene después>, viene de lo Alto.

Para los bautizados el gran desafío es siempre la coherencia de una existencia cristiana conforme con los compromisos bautismales, esto es, muerte al pecado y resurrección cotidiana a una nueva vida (Rm 6, 4-5)”
 
 
El santo Padre recuerda, al final de estas sentidas palabras, la <Carta a los romanos> de San Pablo, en la que en un momento dado el apóstol  habla de alcanzar por la muerte la vida (Rm 6, 1-8): “¿Qué diremos, pues? ¿Permanezcamos en el pecado para que la gracia aumente? / ¡Eso no! Los que morimos al pecado ¿cómo todavía viviremos en él? / ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados?


/Con sepultados, pues, fuimos con Él por el bautismo en orden a la muerte, para que como fue Resucitado Cristo de entre los muertos, por la gloria del Padre, así también nosotros, en la novedad de vida caminemos / Porque hemos sido hechos una cosa con Él, por lo que es simulacro de su muerte, pero también lo seremos por lo que es simulacro de su resurrección / sabiendo esto, que nuestro hombre viejo fue con Él crucificado, para que sea eliminado el cuerpo del pecado, a fin de que en adelante no seamos ya esclavos del pecado / pues quien murió, absuelto queda del pecado / Y si morimos en Cristo, creemos que también viviremos con Él” 

Ciertamente, el Bautismo es necesario para la salvación de las almas tal como afirmó Cristo y por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y a bautizar a todas las naciones; así, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1257, nº 1258 y nº 1259):

“El Bautismo es necesario para la salvación de aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir el sacramento (Mc 16, 16). La Iglesia no conoce otro medio que el bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer <renacer del agua y del espíritu> a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al Sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos /

 
 
/ Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin el Sacramento // a los catecúmenos que mueren antes de Bautismo, el deseo explicito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el Sacramento”

 
Pero volviendo de nuevo al tema concreto de la labor evangelizadora en el continente africano, recordemos que precisamente fue posible por una coincidencia, que podría considerarse incluso como un <designio divino>, la inauguración de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, la cual tuvo lugar el segundo domingo de Pascua. Los Padres sinodales reunidos aquel día en la Basílica Vaticana, eran conscientes sin duda, del significativo momento que estaban viviendo…la alegría de la Resurrección de Cristo.

 


Como más tarde manifestaría el Papa san Juan Pablo II (Ibid): “Ha sido el Sínodo de la Resurrección y de la esperanza, como declararon con alegría y entusiasmo los Padres sinodales, en las primeras frases de su mensaje dirigido al pueblo de Dios.


Son palabras que gustosamente hago mías: <Como María Magdalena, la mañana de la Resurrección, y los discípulos de Emaús, con el corazón ardiente e inteligencia iluminada, la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos proclama: ¡Cristo nuestra esperanza, ha Resucitado! Se ha encontrado con nosotros, ha caminado con nosotros.
Nos ha explicado las Escrituras y nos ha dicho: Yo soy, el primero y  el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno> (Ap 1, 17-18)”

 
Sin duda los Sínodos de los Obispos han sido y seguirán siendo instrumentos excelentes para en su día alcanzar la unión tan deseada de los creyentes. Y esto será si Dios quiere  así, porque como muy bien comprendieron los Obispos asistente, a  los mismos, cuanto mayor sea la unión entre las partes implicadas, mayor será la unión entre todos los seguidores de Cristo.

 
 
De esta posibilidad han dado un excelente ejemplo los componentes de la Iglesia de Cristo en África, prestándose siempre con entusiasmo a seguir la línea de actuación que han marcado dichos Sínodos y por tanto han experimentado la bonanza derivada de ello.


El Papa San Juan Pablo II, siempre muy motivado por su tarea pastoral en el continente africano, en cierta ocasión decía así (Ibid): “Durante mis visitas a África, me he referido con frecuencia a la Asamblea especial para este continente y a los objetivos principales para los cuales había sido convocada. Cuando participe por primera vez, en suelo africano en una reunión del Consejo del Sínodo, no deje de subrayar mi convicción de que una Asamblea Sinodal no puede reducirse a una consulta sobre cuestiones prácticas. Su verdadera razón de ser  está en el hecho de que la Iglesia no puede crecer, si no es fortaleciendo la comunión entre todos sus miembros, comenzando por sus pastores”

Sin duda el Papa san Juan Pablo II tenía las ideas muy claras con respecto al gran significado de las <Asambleas Sinodales de los Obispos> y  la gran importancia de las mismas con vistas al tema de la evangelización de los pueblos. Precisamente en el Catecismo de la Iglesia Católica escrito en orden a la aplicación del Concilio Vaticano II podemos leer (nº 77):

 
 
“Para que  el Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, <dejándoles su cargo en el magisterio> (Dei Verbum 7). En efecto, la <predicación apostólica>, expresada de un modo especial en los libros Sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el  fin de los tiempos” (Dei Verbum 8)

Y continúa diciendo el catecismo de la Iglesia católica apoyándose en el Documento de la Iglesia <Dei Verbum> (Concilio Ecuménico Vaticano II), refiriéndose a la transmisión de la revelación divina  continuada en la sucesión apostólica (nº 78 y nº 79)):

“Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta a la Sagrada Escritura aunque estrechamente ligada a ella. Po ella, <la Iglesia con su enseñanza, su vida, su cultura, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree> (Dei Verbum 8).
<Las palabras de los Santos y de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora> (Dei Verbum 8)”

 
 
 
Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: “<Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo>” (Dei Verbum 8)

 
Por otra parte, no debemos olvidar nunca el hecho maravilloso de que el continente africano estuviera ya presente durante la Pasión y Muerte de Cristo, en la persona de Simón de Cirene, tal como nos recuerda el evangelista san Marcos en su Evangelio cuando concretamente narra la Crucifixión del Señor  (Mc 15, 20-24):

 
 
“Y cuando lo hubieron mofado, lo despojaron de la púrpura y le vistieron sus propios vestidos. Y le sacaron para crucificarle / Y a uno que por allí pasaba, cierto Simón de Cirene (ciudad situada en el norte de África), que venía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, requiérenle para que lleve a cuestas su cruz / Y llevan a Jesús al lugar del Gólgota, que traducido, es <lugar del cráneo> / Y le daban vino mirrado; mas Él no lo aceptó / Y le crucifican, y se reparten sus vestiduras, echando suerte sobre ellas, para decidir qué tocaba a cada cual”

 
Terrible y al mismo tiempo hermoso pasaje de la vida de Jesús en su primera venida a la tierra; el Señor da muestras, una vez más, de su inmensa paciencia para con la maldad de los hombres; se trata de una paciencia sobrehumana, se trata de la paciencia de Dios con los seres humanos, que no había de atribuirse al posible embotamiento de la sensibilidad.

 
 
No aceptó beber el anestésico que le ofrecieron, el vino mirrado; se negó a beberlo y aceptó sufrir la espantosa muerte por crucifixión sin paliativo alguno, para salvarnos…Por otra parte, fue un gran honor el recibido por el llamado Simón de Cirene, gracias a una imposición autoritaria del servicio a la persona de Cristo; sin duda el Señor le premió por ello, en las personas de sus hijos, Alejandro y Rufo de los que la Tradición de la Iglesia asegura que fueron seguidores de Cristo.



Concretamente, en la <Carta a los Romanos> de san Pablo, el apóstol del Señor menciona a un tal Rufo, que podría ser uno de los hijos del hombre que ayudó a Jesús cuando iba camino del Gólgota (Rm 16,13).
Cirene era una ciudad del norte de África, por entonces perteneciente al imperio romano y este hombre llamado Simón, procedía de allí; este hecho que en principio parece irrelevante, no lo es desde luego para Iglesia católica que ve en él un preanuncio de la importancia del continente africano en la evangelización de los pueblos, especialmente en los últimos siglos, cuando en otros continentes la Palabra de Dios está siendo olvidada y hasta mancillada por los hombres.

Sin duda el designio de Dios para la evangelización previa de África y su futuro papel de ésta en la  nueva evangelización del <Viejo Continente>, ha sido fundamental, tal como se deduce de las palabras del Papa san Juan Pablo II (Ibid):

“Gracias a la gran epopeya misionera, de la que el continente africano ha sido escenario sobre todo durante los últimos siglos, hemos podido encontrarnos  en Roma para celebrar esta Asamblea especial de África.


 La semilla esparcida a su tiempo ha producido frutos abundantes. Mis hermanos en el episcopado, hijos de los pueblos de África, son un testimonio elocuente de esto. Junto con sus sacerdotes, llevan ya sobre sus espaldas gran parte del trabajo de la evangelización. Lo atestiguan también los numerosos hijos e hijas de África que ingresan en las antiguas congregaciones misioneras o en los Institutos nacidos en tierra africana, llevando en sus manos la antorcha de la consagración total al servicio de Dios y el Evangelio”

 
Han pasado bastantes años desde que el Papa  San Juan Pablo II pronunciara estas sentidas palabras y en verdad que se han cumplido con creces sus expectativas y deseos, llegando incluso al ofrecimiento por martirio de muchas vidas de hombres y mujeres de este gran continente, por Cristo y su Mensaje, toda la cristiandad debemos sentirnos muy agradecidos por el ejemplo que han dado y siguen dado.

Finalmente, recordemos que el Papa San Juan Pablo II oró para la Consagración de la Iglesia de Ghana y de África entera a la Santísima Virgen un 8 de mayo de 1980 con esta plegaria:


 
 “Acuérdate, o Madre, de todos aquellos que construyen la Iglesia de África. Asiste a los obispos y a los sacerdotes, para que sean siempre fieles a la Palabra de Dios. Ayuda y santifica a los religiosos y seminaristas. Intercede para que el amor de tu Hijo penetre en todas las familias, para que consuele a todos los que sufren o están enfermos, a los que están en penuria o necesitados.

Cuida benignamente de los catequistas y de todos aquellos que llevan a cabo una tarea especial en la evangelización y la educación católica para gloria de tu Hijo. Acepta esta nuestra devota consagración y confírmanos en el Evangelio de tu Hijo.

 
 
Al expresarte nuestra profunda gratitud por un siglo de tu cuidado maternal, estamos firmes en la convicción de que el Espíritu Santo aún te cubre con su sombra, para que cada generación sigas dando a luz a Cristo en África. A Jesucristo tu Hijo, con el Padre, en la Verdad del Espíritu Santo, sea la alabanza y la acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén”

 

 

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