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viernes, 5 de junio de 2020

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA EN LA VIDA CRISTIANA



 
Ciertamente, así aparece definido el concepto de sacramentos de la Iniciación cristiana en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (nº 1212):
“Mediante los sacramentos de la Iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía se ponen los fundamentos de la vida cristiana.

La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural.

En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad"

(Pablo VI. Constitución Apostólica <Divinae Consortium Naturae>); ritual de Iniciación Cristiana de Adultos, Prenotandos 1-2).


 
Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, sacramento del único Cuerpo el Señor.

La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con su fuerza que incluye y salva”


En efecto, la vida de comunión que debe existir en la vida cristiana se encuentra arropada y tiene como modelo el sacramento de la Eucaristía; más aún, como se indica en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1113):

 
 
“Toda la vida litúrgica de la Iglesia gira en torno al Sacrificio Eucarístico y los Sacramentos… La Iglesia celebra el Misterio de su Señor <hasta que Él vuelva> y <Dios sea todo en todos> (1 Co 11, 26-27): <Así, pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga / Por eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor>…” 

 
Ciertamente como sigue diciendo el apóstol san Pablo, en su carta a los corintios (1 Co 11, 28-32):  “Examínese, pues, cada uno así mismo antes de comer el pan  y beber el cáliz / porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe  su propio castigo / por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y son bastantes los que mueren / Si nos hiciésemos la debida autocritica, no seríamos condenados / De cualquier manera, el Señor al castigarnos, nos corrige para que no seamos condenados junto con el mundo”

 
Palabras que en principio parecen excesivamente duras por parte del apóstol, pero que si con buen criterio las analizáramos con detenimiento nos mostrarían el gran amor de nuestro Dios hacia la humanidad, refiriéndose a la muerte del alma que no tanto a la del cuerpo, al permitir el Sacrificio de su unigénito Hijo, por la salvación de la misma.

En este sentido, es interesante recordar las reflexiones realizadas por el Papa Benedicto XVI sobre la institución de la Eucaristía en su libro: <Jesús de Nazaret (2ª Parte)>, para comprender la grandeza de este sacramento y su inmensa importancia en la vida de los creyentes:




Se pueden distinguir dos modelos de fondo: por un lado la narración de Marcos, con el cual concuerda en gran parte el texto de Mateo; por otro lado, el texto de Pablo que se asemeja al de Lucas.
El relato Paulino es el texto literario más antiguo: la primera carta a los Corintios fue escrita en torno al año 56 d.C.
El período de redacción del evangelio de Marcos es posterior pero es indiscutible que su texto recoge una tradición muy anterior...

La controversia  entre los exegetas, versa por tanto sobre cuál de los dos modelos el de Pablo o el de Marcos es más antiguo”

 
 
Es muy interesante comprobar que el sacramento de la Eucaristía a lo largo de todos estos siglos desde su institución por Jesús, ha suscitado gran interés entre los exegetas y  entre los teólogo, sin embargo, más importante que todo ello es prestar atención al contenido del mensaje encerrado en éste. Por todo ello, recordaremos ahora algunas de las reflexiones del Papa Benedicto XVI al respecto (Ibid):


“La narración de la institución comienza en los cuatro textos (Sinópticos y primera Carta a los Corintios), con dos afirmaciones sobre el obrar de Jesús que han adquirido un significado esencial para la recepción en la Iglesia de todo el conjunto. Se nos dice que Jesús tomó el pan, pronunció la bendición y acción de gracias, y lo partió.
Al comienzo se pone la <Eucharistía> (Pablo y Lucas), o bien la <Eulogia> (Marcos y Mateo): ambos términos indican la <berakha>, la gran oración de acción de gracia y bendición de la tradición judía, que forma parte tanto del rito Pascual como de otros convites.

No se come sin dar las gracias a Dios por el don que Él ofrece: por el pan que nace y crece en la tierra y también por el fruto de la vid… Jesús ha acogido esta tradición. Las palabras de la institución está en este contexto de oración; en ellas, el agradecimiento se convierte en transformación…


 
El gesto de Jesús se ha transformado así en el símbolo de todo el ministerio, de toda la Eucaristía: en los Hechos de los Apóstoles, y en el cristianismo primitivo en general: <partir el pan> designa la Eucaristía. En ella nos beneficiamos de la hospitalidad de Dios, que se nos da en Jesucristo crucificado y resucitado…”

Volvamos ahora sobre las palabras pronunciadas por Jesús al partir el pan. Según Marcos y Mateo fueron simplemente: <Esto es mi cuerpo>, en tanto que Pablo y Lucas añaden algo más a estas palabras iniciales de Jesús: <que será entregado por vosotros>.

Sin duda Jesús sabía lo que iba a suceder, Él sabía que le quitarían la vida en la cruz, y ya desde el primer momento, durante la institución de la Eucaristía, Él ofrece su vida por todos, mediante un acto de su voluntad, libre y voluntario…

 
 
 
Él lo había dicho a sus apóstoles en otra ocasión: <yo doy mi vida, para volverla a tomar>; fue según el evangelio de San Juan, cuando habló a sus discípulos sobre el tema del <pastor y el rebaño> (Jn 10, 11-17): “Yo soy el buen pastor. El buen pastor expone su vida por las ovejas / el que es asalariado y no pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir el lobo y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa / porque es asalariado y no le importa las ovejas / yo soy el buen pastor, y conozco las mías, y las mías me conocen / como me conoce mi Padre, y yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por las ovejas / y otras ovejas tengo que no son de este aprisco: esas también tengo yo que recoger, y oirán mi voz, y vendrán a ser un solo rebaño, un solo pastor / por esto me ama mi padre, porque yo doy mi vida, para volverla a tomar”

 
El Señor dice: <yo soy el buen pastor> una hermosa imagen de sí mismo, con un gran significado para la humanidad, pues según los textos bíblicos antiguos, se denominaba <Pastor> al <Mesías> esperado. En boca de Jesús esta expresión es una declaración de su origen divino. Por otra parte, asegura también: <yo doy mi vida, para volverla a tomar>, que quiere decir que Él se entrega  a la muerte y tiene poder para volver a la vida, para que no perezcan sus ovejas, esto es, para salvar a la humanidad…

Es por esto, que al tomar la Santa Comunión, tomamos el Cuerpo y Sangre de Cristo, y participamos de ese Cuerpo y de esa Sangre tal como nos recuerda San Pablo en su Carta a los Corintios, cuando les alerta sobre el peligro del pecado de la idolatría y les ruega que huyan de ella (1 Co 10, 14-16):


 

 

 

 

 

 

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