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jueves, 3 de marzo de 2016

JESÚS Y LA CONSTRUCCIÓN DEL EDIFICIO ESPIRITUAL DE LA IGLESIA


 
 
 
 




“La evangelización llevada a cabo por los Apóstoles, puso sin duda los fundamentos para la construcción del edificio espiritual de la Iglesia, convirtiéndose en el germen y el modelo valido para cualquier época”, según el Papa San Juan Pablo II  (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A, 1994).

Jesucristo, es el fundador de la Iglesia para perpetuar hasta el fin del  mundo su obra de salvación mediante una Nueva Alianza con los hombres y después de su Resurrección, acabó de instaurarla, poniendo a la cabeza de la misma al Apóstol  San Pedro.

La promulgación de la Iglesia aconteció poco después, en la celebración de Pentecostés (hacia el año 30 d.C.), cuando el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego, sobre los discípulos y la Virgen María, retirados en el Cenáculo de Jerusalén desde la Ascensión del Señor.

Los Apóstoles son los hombres elegidos por Jesucristo para realizar la evangelización y a los que en varias ocasiones les dijo: ¡No tengáis miedo!, y ellos no tuvieron miedo, desde la llegada del Espíritu Santo a sus vidas, de llevar las enseñanzas de su Maestro a todos los hombres que las quisieran  escuchar poniendo en ello todo su empeño y la propia existencia.

 
 



A estos primeros hombres les siguieron otros muchos a lo largo de la Historia de la humanidad y hasta nuestros días, donde como nos dijo el Papa San Juan Pablo II se da una clara necesidad misionera, ante la acción provocadora del enemigo mortal de la iglesia.

 Sí, porque:
“Nosotros los hombres de hoy en general y aún los que formamos iglesia, somos tentados de la misma manera. Las naciones, las regiones, los grupos políticos y religiosos, las generaciones de viejos y jóvenes tienden a cerrarse en sí mismos, acaso con una especie de instinto de conservación, que en su raíz será sano y legítimo, pero que insensiblemente degenera en amor propio y orgullo. Acaso por ese mecanismo natural de defensa, que a hombres y pueblos obliga a aislarse a sobrevivir, o que en el afán de liberarse  de injusticias y opresiones conducen a la rebeldía y a la evidencia, nos desconocemos mutuamente y nos aislamos unos de otros.” (Homilía de Monseñor Suquía. Obispo de Málaga 1970)

En este sentido, en los primeros tiempos del cristianismo, la conversión a la fe de Cristo suponía un cambio radical de vida, una conversión tan profunda que difícilmente era comprendida por gentes no creyentes y de ahí surge la pregunta ¿Qué podría mover a tantos hombres a convertirse a esta doctrina tan exigente?

A tal pregunta hay que responder de forma clara que sin duda la principal causa para que así ocurriera fue la intervención de la gracia divina, tan activa, por otra parte, en estos momentos de la historia como en aquellos, y por otra parte, el descubrimiento del amor divino, personalizado en la figura de Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo desde su actuación en Pentecostés.

La religión cristiana representaba por otra parte la liberación del pecado a través del seguimiento del mensaje evangélico, cosa que cualquier otra religión no era capaz de ofrecer al ser humano ni entonces, ni en cualquier otro momento de la historia. Es evidente que el núcleo sobre el que debe desarrollarse la tarea misionera de los hombres y de las sociedades en general  es la figura de Cristo, el Salvador, pues con su amor nos libera realmente del pecado y de todos los males derivados del mismo.




Son muchos los testimonios escritos que nos hablan hoy en día del camino recorrido por los evangelizadores en los primeros siglos, empezando por los propios Apóstoles y sus discípulos y siguiendo por los Padres Apostólicos y todos los santos y mártires que la Iglesia de Cristo dio a la humanidad como ejemplo inequívoco de que era poseedora de la única verdad.

No faltaron, sin embargo, herejías nacidas en el propio seno de la Iglesia porque la acción del maligno nunca ha parado desde el comienzo de los siglos y el hombre por desgracia es muy susceptible a sus halagos. Por otra parte, el seguimiento de la doctrina de Cristo es radical e implica grandes sacrificios, muchas veces difíciles de aceptar  si no se produce un cambio total de mentalidad y un deseo profundo de seguir la Cruz del Salvador.

Es interesante, a este respecto, reflexionar sobre las circunstancias históricas que han llevado a los mismos Pontífices, cabezas de la Iglesia de Cristo, a considerar la necesidad de proseguir siempre la labor misionera de la iglesia. Precisamente el Papa San Juan Pablo II, al comenzar el tercer milenio nos llamó a remar mar adentro y a comprometernos en la tarea antigua y siempre nueva de la evangelización. Nueva  en su ardor, en sus métodos y en su expresión, pero siempre basada en el mensaje de Cristo. Tal como dijo el Papa se debe evangelizar a las personas y también a los pueblos caracterizados por sus distintas culturas.

Por otra parte, el Papa Beato Pablo VI en su exhortación “Evangelii Nuntiandi”, nos definió de forma clara en qué consiste la labor evangelizadora de la iglesia:

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su influjo transformar desde dentro a la misma humanidad… La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior, y si hubiera que resumirlo en pocas palabras, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos”.

 




Según esta definición cabe preguntarse: ¿Sí la Iglesia ha tenido tan claras las ideas sobre el tema de la evangelización, por qué en estos momentos se da la clara necesidad de una Nueva Evangelización, tal como nos advertía el Papa San Juan Pablo II?.  Sin duda la respuesta tiene que ver con los numerosos peligros que la Iglesia desde el mismo momento de su creación ha soportado. Ahora bien, hay que admitir también que nunca como en el momento actual la acción del enemigo común parece tener tanto  empeño en hacerla desaparecer.
Las causas pueden ser varias: de naturaleza científica, política, económica,….etc.; las cuales han dado lugar a teorías tan dañinas como el racionalismo, el laicismo absoluto, el relativismo y sobre todo el materialismo que impregna por desgracia las sociedades del los últimos siglos.


 




Ya a finales del siglo XIX el Papa León XIII se expresaba con esta dureza al analizar la situación por la que pasaba la humanidad en aquellos tiempos (Carta Encíclica <Humanum Genus>. Promulgada el veinte de abril de 1884):

“El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y orador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: Uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.
El uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera iglesia de Jesucristo, a la cual quién quisiere estar adherido de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir a Dios y a su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, rehúsan obedecer la ley divina y eterna, y obran sin cesar o como si Dios no existiera o positivamente contra Dios. Agudamente conoció y describió San Agustín estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias en sus leyes y deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de una y otra en éstas palabras: Dos amores edificaron dos ciudades, el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial (D civ. Dei. 14,17)"


En efecto, el materialismo enseña que no existe más que una única realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal y el hombre son el resultado de su evolución.
Así hablaba el Papa Pio XI en su carta Encíclica <Divini Redemptoris> (1937) refiriéndose al materialismo de la época :
“En semejante doctrina es evidente que no queda lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida”


Más adelante en esta misma Encíclica, Pio XI se pregunta lo siguiente ¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre tales fundamentos materialistas?
Después de tantos años trascurridos desde esta pregunta acuciante del Papa estamos conociendo la respuesta, que por otra parte el mismo Pontífice había previsto, una sociedad donde se pisotea de forma impune incluso la ley natural  y al autor de ella...

Todos los Papas y Padres de la Iglesia  han luchado contra el avance de todas estas teorías y así, por ejemplo, Benedicto XVI durante una conferencia, en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión celebrado en Roma en el año 2000, sobre el tema de la “Nueva evangelización”, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, ante las preguntas que todo ser humano realiza sobre su proyecto de vida: ¿Cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo aprender a vivirlo? ¿Cuál es el camino real de la felicidad?, aseguraba que:
"Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir…
Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte ya no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona”.


 
 



Y en otro momento de esta interesante conferencia, que todo católico debería leer si quisiera conocer en profundidad la estructura y método de la “Nueva evangelización”, así como los contenidos esenciales de la misma, dijo lo siguiente:
“Vivimos según el cliché: No hay Dios y si lo hay, no interesa. Por este motivo, la evangelización, antes que nada, tiene que hablar de Dios, anunciar el único Dios: el Creador, el Santificador, el Juez, tal como lo define el Catecismo de la Iglesia católica. Anunciar a Dios es introducirse en la relación con Dios, enseñar a rezar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia de la existencia…

Solo en Cristo y a través de Cristo el tema de Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al Deísmo…
Actualmente es grande la tentación de reducir a Jesucristo, al Hijo de Dios, a una figura histórica, a un hombre puro. No se niega necesariamente la divinidad de Jesús, sino con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un Jesús posible y comprensible en el marco de nuestra historiografía. Pero este <Jesús histórico > no  es sino un artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen de Dios viviente…
El último elemento central de toda evangelización verdadera es la vida eterna…
El anuncio del Reino de Dios, es anuncio de Dios presente, del Dios que nos conoce y nos escucha, del  Dios que entra en la historia para hacer justicia. Esta predicación es, por lo tanto, anuncio de juicio, anuncio de nuestra responsabilidad…
El hombre no puede hacer o no hacer lo que quiere. El será juzgado. El debe dar cuenta de sus actos: Esta certeza tiene valor para los potentes así como para los simples…
Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Sólo quien no quiere que haya justicia puede oponerse a esta verdad”

 


A pesar de todas estas verdades inequívocas de las que nos hablaba Benedicto XVI cuando todavía no había sido nombrado Papa y a pesar de las enseñanzas constantes de la Iglesia Católica para hacer comprender a los hombres la necesidad de volver a creer en Dios, todavía en su ignorancia e ignominia algunos se siguen preguntando muchas veces: ¿Cómo Dios ha permitido y aun permite tantas guerras?, ¿Cómo ha podido permitir y aun permite tantas desgracias sobre el ser humano?.., ¿Cómo seguir confiando en un Dios Padre misericordioso?





Las respuestas a todas estas preguntas y otras muchas que los hombres se hacen todavía las dio de forma categórica el Papa San Juan Pablo II  (Ibid):

“Stat crux dum volvitur orbis” (la cruz permanecerá mientras el mundo gire)…
Dios ha creado al hombre racional y libre y, así mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios…”

 
Según el Papa San Juan Pablo II el escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para interpretar el misterio del sufrimiento humano y en esta idea coinciden incluso los críticos contemporáneos del cristianismo que también opinan que Cristo crucificado es una prueba de la solidaridad de Dios con la humanidad sufriente.




Para entender mejor esta idea recordaremos ahora,  siguiendo al santo Padre, la carta que San Pablo envió a las gentes de Filipos, ciudad situada al norte de Grecia, a las que había evangelizado en uno de sus viajes hacia el año 49 d.C. (Filipenses 2,5-11):

- Tened, pues, los sentimientos  que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús.

- El cual siendo de naturaleza divina, no codició como presa codiciable el ser igual a Dios.

- Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a           los hombres.

- Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte en Cruz.

- Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,

- para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra  y en los abismos,

- y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre.

 
 




Y para completar su respuesta a tantas preguntas que  los seres humanos nos hacemos sigue el Papa San Juan Pablo II razonando de esta manera (Ibid):

“Ante la pregunta ¿No estamos ante una especie de impotencia divina, al consentir tanto dolor y mal en el mundo?...
Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse impotente. Y puede decirse así mismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él, a su imagen y semejanza.

El permanece coherente ante un don semejante, y por eso se presenta ante el juicio del hombre, ante un tribunal usurpador que le hace preguntas provocativas…
Pero Dios está siempre de parte de los que sufren…"


 



¡Sí!, Dios es Amor y precisamente por eso entregó a Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor, Cristo es el que  amó hasta el fin, tal como demostró Jesús en < el lavatorio de los pies de sus apóstoles>.  Cuando acabó de lavarle los pies les preguntó ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?, ellos no lo entendieron, por eso como narra San Juan en su evangelio Jesús dijo (Jn 13, 13-20):
-Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor y decís bien, porque lo soy.

-Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros:
-Os he dado ejemplo para lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

-En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo

envía. Puesto que sabéis esto, dichoso vosotros si lo ponéis en práctica.


Por otra parte, aunque todavía no se ha predicado la “palabra de Cristo” en todo el orbe ya queda menos... La prueba de ello se encuentra en la intensa labor evangelizadora que en este momento desarrollan tantos misioneros y misioneras en  lugares tan diversos como India, África, Australia, América, China..., eso sí, con alto riesgo, la mayor de las veces, para sus propias vidas.

El Papa Pio XI se interesó también especialmente por esta labor de la Iglesia y en su Carta Encíclica,  “Rerum Ecclesiae” sobre la acción misionera y por tanto evangelizadora de todos los miembros de la Iglesia de Cristo nos dijo lo siguiente:
El deber de nuestro amor exige, sin duda, no sólo que procuremos aumentar cuanto podamos el numero de aquellos que le conocen y adoran ya (en espíritu y en verdad) (Jn 4,24), sino también que sometamos al imperio de nuestro amantísimo Redentor cuanto más y más podamos, para que se obtenga cada vez mejor(el fruto de su sangre) (Sal 29,10), y nos hagamos así más agradables a Él, ya que nada le agrada tanto como que los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad(I Tim 2,49 )…

Y si Cristo puso como nota característica de sus discípulos el amarse mutuamente (Jn 13,35; 15,12), ¿Qué mayor ni más perfecta caridad podremos mostrar a nuestros hermanos que el procurar sacarlos de las tinieblas de la superstición e iluminarlos con la verdadera fe de Jesucristo?”.

 
Sí, los deseos justos de los hombres deben ser encauzados por el camino de la propia evangelización y el deseo de la colaboración en el apostolado dirigido hacia sus semejantes, siempre bajo la tutela de los Vicarios de Cristo. La autoridad moral de los sucesores de Pedro ha crecido a lo largo de todos estos siglos a pesar de todas las dificultades que el maligno ha ido engendrando en el seno de la Iglesia.
Sin embargo en el mundo de hoy siguen existiendo graves peligros para todos los hombres que sienten en su interior la acuciante necesidad de ese “algo” que no es otra cosa que la búsqueda de la santidad, porque todo ser humano tiene una necesidad grande de superación de forma que para muchos filósofos el hombre solo consigue ser plenamente hombre superándose así mismo.


 
 


Se puede decir que el primer “hombre” que conoció en plenitud esta necesidad y la superó, fue Jesús, el Hijo de Dios, el cual fue capaz de sufrir su Pasión y Muerte para redimir al género humano.

Por ello cuando Pilatos señalando al Nazareno coronado con espinas después de la flagelación gritó ¡He aquí al hombre!, según el Papa Juan San Pablo II, no se daba cuenta de que estaba proclamando una “verdad esencial”, y en definitiva dando la clave de lo que significa el Evangelio y el reto de la evangelización.

 


Por otra parte, la Iglesia de Cristo, enviada a evangelizar al mundo, tiene a su favor armas muy  poderosas, como son, la colaboración de la Madre de Dios, la Virgen María, de los Espíritus puros, los Ángeles del cielo y de todos los Santos y esto supone una ayuda inestimable y un consuelo salvador.





Finalmente recordaremos al Papa Pio XI cuando dijo:
“¡María Santísima, Reina de los Apóstoles, se digne mirar con complacencia nuestros esfuerzos! Ella, habiendo recibido en el Calvario a todos los hombres  por hijos suyos, intercede no menos por los que aún ignoran haber sido redimidos por Cristo Jesús que por los que gozan ya felizmente del beneficio de la Redención" (Carta Encíclica, Rerum Ecclesiae)
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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