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miércoles, 1 de enero de 2020

EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XVIII- EL SIGLO DE LAS LUCES (3ª Parte)



 
 

 
 
San Pablo en su segunda Epístola a los Tesalonicenses les rogaba, en referencia al segundo advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, que no permanecieran en situación de alarma constante, pues antes se producirían una serie de signos muy visibles que lo anunciarían (2 Tes 2, 1-7):

“Os rogamos hermanos, por lo que atañe al advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con Él / que no os dejéis tan pronto impresionar, abandonando vuestro sentir, ni os alarméis, ni por espíritu, ni por dicho, ni por carta, cual si fuera de nosotros, como que esté inminente el día del Señor / que nadie se engañe de ninguna manera; porque primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición (Anticristo)/ que se opone y se alza sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es adorado, hasta el punto de sentarse él mismo en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios  / ¿No recordáis que, estando todavía con vosotros, os decía yo esto? / Y ahora ya sabéis lo que le detiene, con el objeto de que no se manifieste sino a su tiempo / Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción; solo falta que el que lo detiene ahora, desaparezca de en medio”

El <hombre del pecado> al que se refiere san Pablo en su misiva es el llamado <Anticristo>; se trata según los teólogos y los Padres de la Iglesia de, una persona, no una colectividad o tendencia personificada. Sin embargo esta persona concentrará en sí y representará una tendencia y una colectividad.

Será una persona irresistiblemente fascinadora para el hombre, avasalladora y satánicamente orgullosa que no podrá manifestarse, aunque ya se encuentra en acción (misterio de la iniquidad), mientras que <lo que la detiene> no desaparezca totalmente.

Pero ¿Qué puede ser aquello que la detiene? Según los santos Padre de la Iglesia primitiva, lo que la detenía era el Imperio romano, con su emperador a la cabeza. Para la Iglesia esta idea ha venido a significar a lo largo de la historia del hombre, el principio de autoridad normal y legitima, en cuanto mantiene con mano firme el social y político…

 
 
El Papa san Juan Pablo II se refería con frecuencia al <misterio de la iniquidad> a lo largo de su labor evangelizadora, tal como puso de manifiesto  Stawemir Oder, el polaco designado por el Cardenal Vicario Camillo Ruin, postulador de su canonización en 2005:

“El <mysterium iniquitatis>, que se menciona en la Segunda Carta a los Tesalonicenses, constituía uno de los puntos cardinales de las reflexiones del Pontífice.
Juan Pablo II se refiere expresamente a él mientras contemplaba con tristeza las imágenes de los atentados terroristas de las Torres Gemelas de Nueva York. No obstante, incluso en esos momentos dramáticos su mirada llena de fe conseguía prevalecer sobre cualquier emoción” (¿Por qué es Santo? El verdadero Juan Pablo II; por el postulador de la causa de su canonización; Ed. B, S.A., 2010).


En cierta ocasión, como se cuenta en este mismo libro, un periodista durante un viaje internacional, interpeló al santo Pontífice para que manifestase si podría  considerar que sus discursos solían ser excesivamente exigentes…La respuesta del Papa Juan Pablo II sencillamente fue:
“He reflexionado algunas veces sobre esta cuestión, pero siempre he acabado por concluir que la palabra de Dios es mucho más exigente y que mi deber es proclamarla en todo momento”


Una respuesta sin duda magnifica, que a todos los creyentes nos debería motivar a la hora de emprender cualquier tipo de labor evangelizadora. Sí, porque el hombre siempre está dispuesto a justificar sus errores y sólo desea que los demás los admitan como propios, pero eso no cuenta a la hora de la justicia divina, como nos da a entender el santo Padre. 
 
 

 
 En este sentido, es un buen ejemplo considerar el comportamiento de una gran parte de la humanidad durante el siglo XVIII, conocido como el <siglo de la luz>, en el que  la iglesia de Cristo soportó grandes sufrimientos y a pesar de ello, salió vencedora por la gracia de Dios.


Recordemos que hacia la mitad del siglo XVIII se produjo la descomposición del Imperio, en el continente europeo, a consecuencia de los problemas provocados por  la sucesión de la corona. Concretamente, Leopoldo I, al morir en 1705, había regulado el sistema de sucesión, de manera que: la corona pasaría de José I a Carlos VI y, en caso de que éste último no tuviera descendencia masculina, la corona volvería a las hijas de José, casadas respectivamente con Augusto III de Sajonia y Carlos Alberto de Baviera.   

Sin embargo sucedió que Carlos VI, sin tener en cuenta lo dispuesto por Leopoldo I, publicó la <Pragmática Sanción> en la que nombraba heredera a su hija María Teresa, haciendo además que la juraran sus dos sobrinas y los esposos de estas.  Por ello, a la muerte de Carlos VI, Carlos Alberto de Baviera reclamó la corona para su esposa y de esta forma dio lugar a la llamada <Guerra de Sucesión>.

Del lado de María Teresa se alinearon Rusia, Inglaterra y Holanda y en el lado contrario lo hicieron Baviera, Francia, Prusia y España. En 1740 Federico II de Prusia invade Silesia, mientras su aliado Carlos Alberto de Baviera avanza por Bohemia; entre tanto,  María Teresa se refugia en Hungría, donde llega a formar un importante ejercito y se pone de acuerdo con Federico de Prusia en el traslado de Breslau, por el que le cede Silesia, pudiendo así recuperar ella, Bohemia,  e invadir Baviera. Pero, Federico II que no desea el triunfo de María Teresa, ataca entonces  Bohemia y toma Sajonia.

Toda esta serie de acontecimientos bélicos, unida a las victorias francesas en Flandes, hizo que María Teresa firmara la llamada <Paz de Aquisgrán> (1748), siendo reconocida emperatriz, mientras que Federico II se apoderaba de Silesia. Por otra parte, el Imperio cedía los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla  a D. Felipe, hijo de Felipe V.

El rápido engrandecimiento de Prusia alarmó, sin embargo, a todas las potencias, y como María Teresa  deseaba recobrar Silesia, y por otra parte, Rusia, Francia, Polonia y Suecia querían terminar con Federico II, se unieron en contra de Prusia que solo contaba con el apoyo económico de Inglaterra. En el curso de la guerra emprendida, llamada <Guerra de los siete años> (1756-1763), España toma parte al lado de Francia y Austria, mientras que Rusia se separa de la contienda permaneciendo neutral.

 
 
 
La guerra se desenvuelve por mar desde la India, Estados Unidos, entre Francia e Inglaterra. En el continente europeo, el ejército de Federico II se enfrenta con todos sus enemigos; vence a los franceses en Rossbach y los austriacos en Leuthen, pero Inglaterra le niega el crédito y solo le salva la muerte de la zarina Isabel. Por su parte el nuevo zar, Pedro III, claro admirador de Federico II, siguió permaneciendo neutral.Firmada la paz, Prusia conserva Silesia e Inglaterra recibe de Francia la India y Canadá.
 
 
A María Teresa le sucede su hijo José II (1780-1790) que establece reformas, imitando a Federico II, en la organización militar y en la corte. También introdujo el llamado <depotismo ilustrado> y unificó el idioma en todos sus territorios. Estas reformas promovieron sublevaciones en Hungría y en los Países Bajos.
El absolutismo a mediados del siglo XVIII,  doctrina política que concede, al primer poder del Estado, una facultad de gobierno omnímoda y por encima de todo derecho, había llegado a extenderse por todo el imperio, recibiendo el nombre de regalismo en España. Por otra parte, en Austria, el absolutismo recibió el nombre de josefismo, en recuerdo del emperador José, el cual quiso someter a la Iglesia a su autoridad, no por odio a ella, sino por seguir la corriente europea y por un meticuloso celo que le granjeó el sobrenombre del <sacristán>. En Alemania entre tanto, el absolutismo tomó el nombre de febronianismo, por Febronio, su artífice científico, el cual hacia residir la autoridad de la Iglesia, no en el Papa, sino en la comunidad y  para los italianos, en fin, el absolutismo se manifestó, sin nombre alguno especial, tras un conato de divorcio entre los intelectuales y la Iglesia, que culminó con el Sínodo de Pistoya.

 
 
Todas estas tendencias de tipo político, durante el llamado <Siglo de la luz>, que tomaron como ente y causa de atención a la Iglesia católica, fueron un serio problema para la misma, siempre más preocupada por temas de evangelización, que por otras cuestiones que nada tenían que ver con el mensaje de Cristo.


Hacia mediados de este siglo, concretamente el 6 de febrero de 1740, muere el Papa Clemente XII, siendo elegido nueva cabeza de la Iglesia, con el nombre de Benedicto XIV, Prospero Lorenzo Lambertini; su Pontificado duró hasta 1758, muriendo a edad avanzada pues había nacido en Bolonia en el año 1675, en el seno de una noble familia. Su capacidad mediadora le permitió entablar relaciones con los soberanos de las distintas potencias que en aquel momento agobiaban a la Iglesia de Roma, por supuesto con la idea de protegerla de males mayores. En este sentido se puede decir que fue un excelente gobernador de los Estados de la Iglesia aunque para ello tuviera que hacer ciertas concesiones que más tarde le causarían gran sufrimiento.
Gran intelectual y amante de la enseñanza, potenció ésta a nivel superior, fundando cátedras de física, química y matemáticas en todos los territorios del Pontificado. Creó también en la Universidad de Bolonia una escuela de cirugía y una cátedra para la enseñanza de la obstetricia y fundó un museo arqueológico, entre otras muchas obras dignas admiración para aquella época.

Escribió mucho, conservándose doce volúmenes que resumen sus capacidades intelectuales en los  distintos campos de las ciencias y de las letras. Dentro de su labor pastoral es de destacar la reforma  de la educación de los sacerdotes para potenciar sus conocimientos y ponerlos al día de los avances intelectuales del momento, con vista a ejercer mejor su labor evangelizadora.

 
 
 
Gran devoto de los santos, canonizó entre otros a Pedro Regalado en el año 1746 y al Papa León Magno en el 1754, Pontífice que se enfrentó en el año 452 al terrible rey  de los hunos, Atila, logrando que no entrara en Roma y la destruyera como era su propósito 

A la muerte de Benedicto XIV fue elegido nuevo Papa el veneciano Carlos Della Torre Rezzonico (1758-1769) con el nombre de Clemente XIII. Educado por los jesuitas en Bolonia, sentía gran simpatía por esta orden, lo que le llevó de inmediato a favorecerla incluso en contra de la opinión de algunos soberanos que se decían católicos, pero que detestaban a estos religiosos.

Desde el principio de su Papado, al igual que ya había demostrado con anterioridad, dio muestra de ser un hombre de vida ejemplar, totalmente despegado del poder y el dinero. Ello le llevó a renunciar a su patrimonio personal, que era importante debido a su familia, a favor de los más pobres y necesitados. Tanto era su amor por sus semejantes, que se cuenta que era capaz de dar su propia ropa, siguiendo el consejo que Jesús dio a sus discípulos en cierta ocasión (Lc 12, 33-34): <Vended vuestras posesiones y dad limosna. Acumulad aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón se acerca ni la polilla roe / porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón>.

Durante el Pontificado de Clemente XIII, tanto el regalismo como el jansenismo se puede decir que estaban de moda a pesar de ser enemigos naturales de la Iglesia católica. Por otra parte, el filosofismo era también un grave problema para la tarea evangelizadora de la Iglesia, y especialmente para los religiosos de la compañía de Jesús, a la que se acosaba sin descanso desde las altas esferas de la política. Ante esta situación el Papa se vio obligado, con objeto de evitar problemas graves para la Iglesia, a transigir con algunos temas que iban contra la orden, agobiado como se encontraba por las exigencias de países como Francia, España o Portugal.

 
 
El pueblo estaba ignorante de la tremenda trama montada en contra de los jesuitas por altos dignatarios de diversas potencias políticas que culminó en la noche del 2 al 3 del mes de abril de 1767, con el ataque sistemático a todas las casas de la orden. Las razones que se dieron para semejante maldad fueron inaceptables para el Papa Clemente, el cual el 16 de abril mediante una carta declaraba que lo sucedido había sido un golpe cruel a la Iglesia y rogaba al rey de turno que si algún jesuita había cometido alguna falta, al menos antes de condenarlos a todos a ser expulsados, se le diera un juicio justo. Nada pudo hacerse en este sentido, porque el complot estaba ya en marcha y tan solo pudo conseguir que al menos se les permitiera refugiarse en  territorios pontificios.

Se puede decir que el comportamiento de este hombre, representante de Cristo en la tierra, fue ejemplar en aquellos momentos cruciales para la Iglesia, al luchar denodadamente contra el poder del príncipe del mundo, instaurado en las personas más prominentes de aquella época. Así mismo, de su labor pastoral hay que destacar  su gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada Concepción, que promocionó enormemente entre su grey; así mismo es necesario recordar que ordenó el Prefacio de la Santísima Trinidad que se recita los domingos.

 
 
 
Por todo esto, la muerte de este gran Papa dejaba a la Iglesia en 1769, en una situación muy crítica frente a sus numerosos enemigos, entre los que cabe destacar  a los seguidores del galicanismo, el jansenismo o el febronianismo, junto con el muy extendido y temible radicalismo; se estaba preparando ya el terreno para lo más tarde sucedería a finales de este siglo y principio del siglo XIX: la Revolución francesa.

Fue elegido nuevo Pontífice el franciscano Giovani V. Ganganelli, luego de tres meses de conclave con el nombre de Clemente XIV (1769-1774). Había nacido en Sant´Angelo, cerca de Rimini en el año 1705 por lo que ya tenía una cierta edad para enfrentarse a los terribles acontecimientos de la época. Sin embargo, desde el primer momento trató de enfrentarse con ánimo a los mismos; era sin embargo,  tal la potencia de los soberanos del momento, enfrentados a la compañía de Jesús, que se vio realmente incapacitado para afrontarla y no  defendió a los jesuitas hasta las últimas consecuencias. Así, por ejemplo, el colegio seminario de Frascati, perteneciente a los jesuitas fue entregado al obispo de la ciudad, el cardenal York. Se prohibieron sus catecismos de Cuaresma y se hicieron otras tantas maldades, entre la que siempre destacará el cierre del noviciado y el colegio alemán que fueron devueltos a los estudiantes y a sus familias…Comportamientos similares se extendieron por Bolonia, Rávena, Ferrara etc.
Acatando las exigencias de los soberanos europeos, el Papa Clemente XIV disolvió la Compañía de Jesús mediante la bula <Dominus ac Redemptor> y a su general, el padre Rici, lo encarceló en Sant’Angelo de por vida, se dice que con gran dolor…pero lo hizo, según parece, para conservar la paz…

 
 
 
 
Se cuenta que murió en extrañas circunstancias al poco tiempo, totalmente arrepentido de sus momentos de flaqueza ante los poderes del mundo. Pero la Iglesia siguió adelante como no podía ser de otra forma, porque el Espíritu Santo siempre está presente en ella…

Tras este breve recorrido por la historia a través de la segundad mitad del siglo XVIII, se podría sacar la  conclusión de que  no fueron tiempos muy propiciatorios para el florecimiento de la santidad entre las gentes de la época, sin embargo sucedió todo lo contrario y tras un análisis profundo sobre el tema así se nos  demuestra. Sí, también en este siglo, llamado de las luces, la búsqueda de la santidad por parte de muchos hombres y mujeres fue manifiesta; por suerte se comprueba, una vez más, la virtud de la Iglesia de Cristo, a través   de sus componentes, los cuales lucharon con denuedo enfrentándose a las grandes dificultades del momento, dejando tras de sí ese aroma  inconfundible, propio de los seguidores de Jesús.


Éste es  el caso, sin duda,  de san Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia, del que se cuenta que desde niño dio muestras de un gran talento e inclinación hacia las cosas santas. Era de familia noble por lo que tuvo el privilegio de recibir una educación esmerada, que le permitió conocer varios idiomas, y tener amplios estudios en el campo de las ciencias y en el de las letras. Con solo diecinueve años era ya un abogado de gran prestigio, pero el Señor tenía reservado para él otros caminos; sucedió que durante un retiro realizado en un convento de lazaristas sintió la llamada al sacerdocio, recibiendo la sagrada orden en 1727.

 
 
Tenía entonces solo 31 años y uno de los primeros encargos del Señor que llevó a la práctica fue recoger de las calles a los niños que andaban sin rumbo por ellas, pasando hambre y sin conocimientos para salir de aquella situación ominosa. Los llevaba a la Iglesia, les cuidaba física y moralmente acercándoles al conocimiento de Cristo y a su misericordia. Realizó esta misión también por los pueblos del entorno de su ciudad (Nápoles) llegando a fundar, con la ayuda de un grupo de laicos la Congregación del Santísimo Redentor, que ha subsistido hasta nuestros días con el nombre Padres Redentoristas.

Prolifero escritor dio a la humanidad numerosas obras espirituales, fundamentalmente en el campo de la teología y de la moral. Particularmente resulta interesante resaltar su gran amor por la Virgen María  que le llevo a escribir el libro <La gloria de María>, para defenderla de los ataques de los seguidores del jansenismo que divulgaban la idea de que la devoción a Ella era una superstición.

Un dato interesante de la vida de este santo varón es su punto de conexión con el Papa Clemente XIV cuando éste estaba agonizante; sus hagiógrafos cuentan que encontrándose muy enfermo tras sufrir un ataque reumático que casi le lleva a la muerte, permaneció inconsciente durante 24 horas y al volver en sí dijo a los que le cuidaban, allí presentes: <Fui a asistir al Papa que acaba de morir>, y luego se pudo comprobar que en efecto el Pontífice había fallecido  ese día, un 22 de septiembre de 1774, como anteriormente  recordamos.

 
 
Toda su vida es un ejemplo de a mor hacia Dios y sus semejantes en los que veía el sufrimiento de Cristo. Su caridad era enorme y siempre se encontraba dispuesto a darlo todo a favor de los más necesitados; durante los trece años que administró la diócesis de santa Águeda de los Godos apenas se ausentó de ella, convirtiéndose así en un pastor vigilante, que visitaba con frecuencia los seminarios y cuidaba con espero la vida espiritual de los futuros sacerdotes.

En 1775 san Alfonso Ligorio pidió al Papa de entonces, Pio VI, que le permitiera renunciar al gobierno de la sede, y éste se lo concedió al tener en cuenta su delicado estado de salud. En los últimos momentos de su vida se sumió en un estado de éxtasis, tras su lucha contra el maligno, entregando su alma al Señor el año 1787.
Otros muchos hombres y mujeres que vivieron durante estos años  del siglo XVIII, fueron declarados santos por la Iglesia católica al cabo de cierto tiempo y otros muchos lo fueron también aunque no hayan sido canonizados…Entre los primeros cabe destacar algunas mujeres santas, como Anna María Gallo también conocida como María Francisca de las cinco llagas, beatificada por el Papa Gregorio XVI en 1843 y canonizada por Pio IX en 1867.
La historia de esta santa es sorprendente; se trata de una religiosa napolitana que desde muy joven demostró un gran fervor por las cosas de la Iglesia, además de manifestar  gran caridad por los más necesitados del lugar. Por todo ello muy pronto la gente empezó a llamarla <la santarella>, es decir, la pequeña santa.

 
 
 
 
Su padre, cuando ella tenía tan solo dieciséis años trató de que se casase con un hombre muy rico, pero ella se negó, porque quería servir en cuerpo y alma a Dios y en cuanto le fue posible entro en la orden franciscana reformada por san Pedro Alcántara (S. XVI) con objeto de que retornara a la estricta observancia de la pobreza y a la penitencia de sus orígenes


Posteriormente y bajo la dirección del padre Giovanni  Pessiri, en compañía de otras cuantas hermanas terciarias se alojó en una casa particular, desde la cual se dedicaban a llevar auxilio y mucho amor a los pobres, siguiendo el ejemplo de Cristo. Fue después de su muerte cuando comenzó a conocerse su gran labor en la Iglesia, a raíz de una serie de prodigios que la hicieron famosa. Sus hagiógrafos cuentan, por ejemplo, que durante la segunda guerra mundial, la ciudad de Nápoles fue duramente bombardeada, pero el barrio donde la santa había vivido fue milagrosamente preservado, evitando la muerte de las personas que vivían por entonces allí. Por otra parte, en la actualidad,  en la capilla donde se encuentran sus restos, existe una silla donde las mujeres se sientan para pedir al Señor la gracia de alcanzar la fecundidad.

Teresa Margarita Redi (1747-1770) es otra santa italiana de la época; perteneciente a la orden de las carmelitas descalzas de Florencia cuya vida es también muy meritoria aunque se disponen de pocos datos sobre la misma. Concretamente se sabe que pertenecía a una familia noble por lo que recibió una esmerada educación. Se cuenta que siento muy joven entró en el monasterio de las carmelitas donde durante  años llevó una vida de recogimiento y oración, según el modelo de la vida contemplativa, en recuerdo de las palabras del evangelista san Juan: <Dios es amor>.
Sus hagiógrafos aseguran que vaticinó el día de su muerte, que ocurrió cuando solo tenía 23 años, y que después de una rápida descomposición de su cadáver, al cabo de tres días, volvió a su estado inicial, conservando el aspecto de una persona dormida. Tanto las monjas que ya habían iniciado los ritos funerarios, como algunos sacerdotes y doctores del lugar, dieron fe de la reversión del cuerpo de santa Teresa Margarita Redi o Teresa Margarita del Sagrado corazón de Jesús. Su cuerpo incorruptible continúa en el monasterio de Florencia y es una de las carmelitas que han llegado a ser canonizadas, al igual que lo fue santa Teresa de Ávila. Por eso nos viene a la memoria aquella hermosa oración de la santa doctora de la Iglesia,  a propósito de la vida de esta joven carmelita:

 
 


“Nada te turbe / Nada te espante / Todo pasa / Dios no se muda / La paciencia todo lo alcanza / Quien a Dios tiene / Nada le falta / Solo Dios basta”

    

   

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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