Por esta razón, los textos litúrgicos de este tiempo nos llevan fundamentalmente hacia el recuerdo de la Pasión y Muerte de Cristo y finalmente a su Resurrección de entre los muertos; en este sentido, es necesario tener muy en cuenta los testimonios de aquellos hombres y mujeres que estuvieron presentes durante los hechos históricos acecidos durante el tiempo en que el Hijo de Dios habitó entre nosotros.
Como podemos leer en el mensaje <Urbi et Orbi> del Papa san Juan
Pablo II para la Pascua de 1998
“Hablan los testigos oculares de los acontecimientos del Viernes Santo,
los que sintieron miedo ante el Sanedrín. Hablan los que al tercer día se
encontraron la tumba vacía. Testigos de la Resurrección
primero fueron las mujeres de Jerusalén
y María Magdalena; después fueron los Apóstoles, informados por las
mujeres; Pedro y Juan los primeros y después todos los demás.
También fue testigo Pablo de Tarso, convertido a las puertas de Damasco, al cual Dios concedió experimentar la fuerza de su Resurrección, para que fuera el vaso elegido del ardor evangelizador de la Iglesia primitiva.
Realmente, hoy toman la palabra los testigos: no solamente los
primeros, los testigos oculares, sino también quienes recibieron de ellos el
mensaje Pascual y dieron testimonio de Cristo Muerto y Resucitado de generación
en generación.
Algunos fueron testigos hasta derramar su sangre y, gracias a ellos, la
Iglesia ha seguido caminando incluso entre duras persecuciones y persistentes
rechazos…
Hoy también nosotros somos testigos de Cristo Resucitado y renovamos su
anuncio de paz a toda la humanidad que camina hacia el tercer milenio…
Este anuncio de paz es para todos aquellos que recorren un calvario que
parece interminable, frustrados en sus aspiraciones al respecto de la dignidad
y de los derechos de las personas, a la justicia, al trabajo, a condiciones de
vida más equitativa”
Por desgracia muchos hombres y mujeres, en este planeta nuestro,
todavía no saben que Cristo, ha Muerto y
Resucitado por todos los seres humanos y todavía peor, muchos hombres y mujeres
que sí, han conocido la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, a causa del
maligno, se han olvidado de ello, y se han alejado de la Iglesia e incluso niegan, a nuestro Salvador.
Por eso los cristianos deberíamos rememorar en estos momentos
angustiosos para la humanidad, a consecuencia de la terrible <pandemia>
que asola al mundo entero, aquellas palabras
del Papa san Juan Pablo II que hablaban
del Señor como fundamento de nuestra esperanza (Ibid):
“Cristo ha Muerto y Resucitado por nosotros ¡Señor tu eres el
fundamento de nuestra esperanza! Queremos hacer nuestro el testimonio de Pedro
y el de tantos hermanos y hermanas a lo largo de los siglos, para proponerlo de
nuevo… Es verdad: <La piedra que desecharon los arquitectos ésta ha llegado
a ser la piedra angular>. Sobre este
fundamento ha sido edificada la Iglesia de Dios vivo, la Iglesia del
Resucitado”
“Abridme las puertas de la justicia: entraré por ellas y daré gracias
al Señor / Ésta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella / Te doy
gracias, porque me has escuchado, y has sido mi salvación / La piedra que
desecharon los constructores ésta ha llegado a ser la piedra angular / Es el
Señor quien ha hecho esto y es admirable a nuestros ojos / Éste es el día que
hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en Él”
Por su parte el Papa Francisco al pie del gran crucifijo de madera que
en el siglo XVI se encontró en perfecto estado en la Iglesia romana de san
Marcelo, tras un incendio devastador, hecho que se consideró milagroso por el
pueblo cristiano, durante la misa tras la cual dispensó la Bendición
Extraordinaria <Urbi et Orbi>, se expresaba en los términos siguientes:
No es el momento de tu Juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para
elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es
necesario de lo que no lo es.
Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Ti, Señor, y por
ello hacia los demás”
Por eso, como también aseguraba el Papa san Juan Pablo II durante su
Mensaje <Urbi et Orbi>, el 23 de abril del año 2000:
“La Iglesia se detiene, atónita una vez más, junto al sepulcro vacío.
Igual que María Magdalena y las otras
mujeres, que llegaron para ungir con aromas el cuerpo del Crucificado, igual
que los apóstoles Pedro y Juan, que acudieron por las palabras de las mujeres,
la Iglesia se inclina sobre la tumba en la que fue depositado el Señor después
de la crucifixión”
Sin embargo los cristianos, ahora y siempre, tenemos esperanza porque el Señor Resucitó al
tercer día como nos recuerdan las Santas Escrituras y se apareció a muchas
gentes que dieron certeza de ello; más concretamente, el evangelista san Mateo
narró así la aparición de Cristo en Galilea y su mandato apostólico universal
(Mt 28, 16-20):
Sí, el hombre es débil y no tiene capacidad para entender los misterios
divinos; por eso algunos presenciaron asombrados e incrédulos el milagro de la
Resurrección de Cristo, pero como diría en su día el Papa san Juan Pablo II (Pascua
15 de abril de 2001):
“El asombro incrédulo de los apóstoles y las mujeres que acudieron al
sepulcro al salir el sol, hoy se convierte en experiencia colectiva de todo el
pueblo de Dios.
Mientras el nuevo milenio da sus primeros pasos, queremos legar a las
jóvenes generaciones la certeza fundamental de nuestra existencia: Cristo ha
resucitado y, en Él, hemos resucitado todos. <Gloria a ti, Cristo Jesús,
ahora y siempre tú reinarás>.
Vuelve a la memoria este canto de fe, que tantas veces, a lo largo del
año jubilar, hemos repetido alabando a Aquel que es <el Alfa y la Omega, el
primero y el Último, el principio y el Fin> (Ap 22, 13).
A Él permanece fiel la Iglesia peregrina <entre persecuciones del
mundo y los consuelos de Dios> (S. Agustín). A Él dirige la mirada y no
teme. Camina con los ojos fijos en su rostro, y repite a los hombres de nuestro
tiempo, que Él, el Resucitado es <el mismo ayer, hoy y siempre> (Heb 13,
8)”
San Pablo escribió su carta a los filipenses encontrándose encarcelado,
aunque no se sabe a ciencia cierta el lugar exacto donde transcurrió este hecho
histórico y en ella muestra a los mismos cual es el camino de la santidad, a
través de los padecimientos del Señor (Flp 2, 5-8):
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús /
el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser
igual a Dios / sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres / se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz / Y
por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre / para
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en la tierra y en
los abismos / y toda lengua confiese: <¡Jesucristo es el Señor!> para
gloria de Dios Padre”
Recordando estas palabras de san Pablo, el Papa san juan Pablo II,
seguía expresándose así en su Mensaje <Urbi et Orbi> del año 2001:
“El Hijo del hombre <obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz> terminaba la vida terrena del Redentor. Una vez muerto, fue depositado
de prisa en el sepulcro, al ponerse el sol. ¡Qué ocaso tan singular! Aquella hora oscurecida por el avanzar de las tinieblas señalaba el fin
del <primer acto> de la obra de la creación, señalada por el pecado.
Parecía el triunfo de la muerte, la victoria del mal.
En cambio, en la hora del gélido silencio de la tumba, comenzaba el
pleno cumplimiento del designio salvífico, comenzaba la <nueva creación>.
Hecho obediente por el amor hasta el sacrificio extremo, Jesucristo es ahora
<exaltado> por Dios que le <otorgó el Nombre, que está sobre todo
nombre>.
En su nombre recobra esperanza toda existencia humana. En su nombre el
ser humano es rescatado del poder del pecado y de la muerte y devuelto a la
Vida y al Amor.
“Desde que tu tumba, Oh Cristo, fue encontrada vacía y Cefas, los
discípulos, las mujeres y <más de quinientos hermanos> (1 Co 15, 6) te
vieron Resucitado, ha comenzado el tiempo en que la creación canta tu nombre <que esta
sobre todo nombre> y espera tu retorno definitivo en la gloria.
En este tiempo, entre la Pascua y la venida del Reino sin fin, tiempo
que se parece a los dolores de un parto (Rm 8, 22), sostennos en el compromiso
de construir un mundo más humano, vigorizado con el bálsamo de tu amor.
Víctima pascual, ofrecida por la salvación del mundo, haz que no
decaiga este compromiso nuestro, aun cuando el cansancio haga lento nuestro
caminar. Tú, Rey victorioso, ¡Dadnos, a nosotros y al mundo la salvación
eterna!”
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