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jueves, 9 de abril de 2020

EL AUGUSTO SACRAMENTO DEL ALTAR: LA EUCARISTIA (3ª Parte)




Todos los fieles participaban en ellos, suministrando los alimentos necesarios, y ayudando los más desahogados económicamente a aquellos que menos poseían. Pero las costumbres se fueron deteriorando y a oídos del Apóstol llegaron noticias verdaderamente alarmantes que indicaban  cierta corrupción en algunos casos, por eso él se expresaba en los fuertes términos siguientes (I Cor 11-22):

“Al recomendaros esto, no os alabo, porque no os reunís para vuestro bien espiritual, sino para vuestro daño / En primer lugar oigo que, cuando os reunís en asamblea litúrgica, hay divisiones entre vosotros, y en parte lo creo / pues conviene que haya entre vosotros disensiones, para que se descubra entre vosotros los de virtud probada / Pues, cuando os reunís, no es ya para tomar la cena del Señor / porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena, y mientras unos pasan hambre, otros se embriagan / ¿Pues qué? ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que menospreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo”

 
 
 
 
Sí, Jesús en la Última Cena dio un sentido nuevo a aquellas celebraciones, instituyendo el Sacramento de la Eucaristía, y dando una nueva dimensión a la bendición del pan y del vino. Ya no era aquel un ágape cualquiera, sino el recordatorio de lo que sería su Pasión, y Muerte. No es de extrañar, por tanto, el disgusto del Apóstol San Pablo cuando recriminaba a los corintios por haber olvidado los principios fundamentales sobre los que la Iglesia  celebraba esta liturgia.

También ahora Jesús nos pide fe en el Santísimo Sacramento del Altar; nos pide que al comulgar tengamos la creencia absoluta de que es su Carne y su Sangre las que recibimos, porque como se dice en la oración de Santo Tomás de Aquino, en el Sacramento de la Eucaristía:

Se trata de una hermosa oración de aquel santo del siglo XIII, que fue proclamado por la Iglesia <Angelicus Doctor>. Era natural de una población de Nápoles e hijo de una familia noble,  que por desgracia, se opuso desde un principio a su vocación religiosa.

Finalmente después de sufrir cruel confinamiento, y habiendo pasado por duras pruebas contra su virtud probada, pudo ingresar en la orden de los dominicos y dedicó toda su vida a estudiar y a enseñar con sus libros y sus catequesis las verdades de la fe cristiana, siempre inspirado por el Espíritu Santo.

Era un gran amante del Sacramento de la Eucaristía y sus hagiógrafos cuentan que con frecuencia, sobre todo cuando ya estaba próxima su muerte experimentaba el fenómeno de la levitación, y sucedió que habiendo terminado su <Tratado sobre la Eucaristía> (en el año 1273), durante una de ellas, algunos hermanos le escucharon hablar con el crucifijo que había en el Altar.

 
 
 
El Señor le dijo estas palabras: <Has escrito bien de mí, Tomás, que recompensa deseas>, a lo que el santo se dice que respondió: <Nada más que a Ti, Señor>.

En aquel tiempo, el Papa Urbano IV (1195-1264) instituyó la fiesta del Santísimo Corpus Christi, para rendir homenaje al Sacramento y Sacrificio de la Sagrada Eucaristía y encargó la liturgia de esta celebración  precisamente a Santo Tomás de Aquino.

El amor y el respeto, al Santísimo Sacramento del Altar,  siempre han estado presentes entre los miembros de la Iglesia católica, sin embargo  es conveniente que pongamos en valor, en estos momentos cruciales de la historia, aquellas amonestaciones de la carta de San Pablo a la comunidad  de Corinto, en la que también les explicaba, una vez más,  las enseñanzas  del Señor acerca del  Sacramento de la Eucaristía (I Co 11, 23-32):


 
Son  palabras del Apóstol de los gentiles, como a sí mismo se llamaba, y nosotros somos los gentiles de este siglo. San Pablo habla bien alto y claro, <examínese cada uno a sí mismo, antes de tomar el pan y beber el cáliz del Señor>. No basta con  confesar los pecados, aunque algunas veces ni eso hacemos, bajo la acción de una <conciencia errónea>.
Debemos examinar nuestra conciencia en profundidad y recordar siempre, como nos dice el sacerdote al entregarnos la Santa Hostia,  que es el Cuerpo de Cristo el que comemos y bebemos. De esta forma nunca estaremos en peligro de condenación.

Estas cuestiones son las que deberían examinar, por ejemplo, aquellas personas, que sin detenerse a reflexionar sobre este tema fundamental, defienden el derecho de los divorciados que han vuelto a unirse a otra persona, a recibir el Sacramento de la Eucaristía.

 
 
La Iglesia, con sus Papas a la cabeza, después de tantos siglos de la institución  de este Sacramento por Jesucristo, no ha podido, ni podrá, cambiar las leyes que Él nos dio al respecto, porque el Señor aseguró que aquellos que actúan dejando a su marido o a su mujer para juntarse con otro o con otra, están cometiendo el grave pecado del adulterio y para comer su carne y beber su cáliz es necesario que estén completamente arrepentidos de este pecado, cosa que no parece posible si persisten en una unión adultera.

Sin embargo la Iglesia acoge a estas parejas con amor y reza por ellas para que lo antes posibles se regularice su situación. Recordemos al respecto las palabras de Jesús en su <Sermón de la montaña> (Mt 5, 27-32):
“Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio / Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón / Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehena / Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehena / Se dijo: “El que repudie a su mujer, que se le dé acta de repudio / Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer… y se casa con otra, comete adulterio”


En estos versículos de la Santa Biblia se expone de manera programática la actitud de Jesús ante la Ley Mosaica. El no pretende abolir la Ley, sino darle amplitud y elevar sus exigencias, para un pueblo, el de entonces, y el de ahora, merecedor de sus reproches.

 
 
 
Por otra parte, desde siempre los Papas nos han hablado con amor y respeto de la Eucaristía, de este Sacramento que implica el Sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección de Jesús. Concretamente Benedicto XVI nos recordaba que (Ibid): “La misión para la que Jesús ha venido entre nosotros llega a su cumplimiento en el Misterio Pascual. Desde lo alto de la Cruz, donde atrae todo hacia sí (Jn 12, 32), antes de entregar el espíritu de su obediencia hasta la muerte, y una muerte en Cruz (Flp 2, 8), se ha cumplido la nueva y eterna Alianza…

En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la <nueva y eterna Alianza>, estipulada en su sangre derramada (Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20)… Al instituir el Sacramento de la Eucaristía, anticipa e implica el sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la fundación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (I Ped 1, 3-12)”


Alude aquí el Papa Benedicto XVI  al Apóstol San Pedro, el cual entre los años 64 a 67 escribió esta primera carta dirigida a la Iglesia de Asia Menor, Iglesia fundada y evangelizada por San Pablo, por entonces ausente, y que en aquellos momentos se encontraba con graves dificultades debido a las constantes persecuciones y atropellos, por parte de las comunidades  gentiles no creyentes. En esta carta San Pedro exhorta a su grey, poniendo especial atención a los más jóvenes, para que sean constantes en la fe y la esperanza recibidas, asegurándoles que padecer como cristianos, no es un deshonor, sino la gloria más suprema (I Ped 1, 3-12):


 
Así mismo el Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica <Sacramentum Caritatis>, recuerda las palabras de San Pedro referidas a la santidad de vida (I Ped 1, 17-21):


 
Así es, el hombre ha sido rescatado  del pecado por Cristo, mediante su sacrificio en la Cruz, como <cordero sin defecto ni mancha>, de ahí que el Sacramento de la Eucaristía reciba también el nombre de <Santo Sacrificio> (C.I.C. nº 1330):
“Porque actualiza el <Único Sacrificio>, de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia”

En efecto, por el Sacramento de la Eucaristía, Jesús incorpora a los fieles a su propia <hora>; de esta forma quiere mostrarnos en todo su esplendor, la  unión indeleble que existe entre Él y su Iglesia (Benedicto XVI; Ibid):
“Cristo mismo, en su sacrificio de la Cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su Cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (Gen 2, 21-23) y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: Del costado traspasado, dice Juan,  que salió sangre y agua (Jn 19, 34), símbolo de los Sacramentos”


 
 
Por ellos, la Iglesia <vive de la Eucaristía>, y los Padres de la Iglesia y los Pontífices de todos los tiempos han hablado a los creyentes y no creyentes del Santísimo Sacramento del Altar, del Sacramento de la caridad, en el que Jesucristo de forma admirable se ha donado a los hombres para ayudarles en su camino hacia la salvación con esperanza.


Como también proclamaba en su día el Papa Juan Pablo II (Carta Encíclica <Ecclesia Eucharistia>; 2003): “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el <núcleo del misterio de la Iglesia>. Ésta experimenta con alegría como se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: <He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28, 20)...

 
 
 
Con razón  el Concilio Vaticano II, ha proclamado que el Sacrificio Eucarístico es <fuente y cima de toda la vida cristiana> (Cons. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11). La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo. Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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