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sábado, 11 de abril de 2020

LOS APOSTOLES CREYERON EN LA RESURRECCION DE CRISTO


 
 
 
Los  apóstoles creyeron en Jesús, cumplieron con la misión evangelizadora que les había encomendado y  en el empeño murieron por martirio, pero dejaron la semilla de la Palabra de Dios entre los hombres y ésta ha llegado a nuestros días, gracias sobre todo al milagro-signo de la Resurrección de Cristo,  fundamento de la fe de sus seguidores,  y por tanto de su Iglesia…

 
Precisamente, el Papa Benedicto XVI nos ha hablado, de la  particular naturaleza de la Resurrección de Jesús y de su papel en la historia de la humanidad,  en uno de sus libros, para que tomáramos conciencia de la importancia de este misterio de fe (Jesús de Nazaret, 1ª Parte; La esfera de los libros. S.L. 2007):
“Es un acontecimiento dentro de la historia que, sin embargo, quebranta el ámbito de la historia y va más allá de ella. Quizá podamos recurrir a un lenguaje analógico, que sigue siendo impropio en muchos aspectos, pero que puede dar un atisbo de comprensión.

 
 
 
Podríamos considerar la Resurrección algo así como una especie de <salto cualitativo> radical en el que se entre abre una nueva dimensión a la vida del  hombre…El hombre Jesús, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno. De ahora en adelante  (como dijo Tertuliano en una ocasión), <espíritu y sangre> tienen sitio en Dios”

 
Tratándose de un hecho histórico comprobado, no obstante todavía existen incrédulos, que inventan historias novelescas y hasta detractoras sobre la Resurrección del Señor. Sin embargo, convendría recordar que además de la Santa Biblia, los  santos Padres y  Papas de la Iglesia han aportado muchas enseñanzas interesantes y útiles, respecto de este acontecimiento tan importante para la humanidad.

En este sentido, el  Papa Benedicto XVI, sigue razonando así (Ibid):

 
 
“Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia  en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere, y como Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de <ver>.

 
Pero ¿no es éste acaso el estilo divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscitar amor. Y lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es a la vez, pensándolo bien, lo verdaderamente grande?
 
 
 
¿No emana tal vez de Jesús un rayo de luz que crece a lo largo de los siglos, un rayo que no podía venir de un simple ser humano, un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de Dios? El anuncio de los   Apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en él la fuerza de la verdad?”

 
Son preguntas interesantes, las propuestas por el Pontífice Benedicto XVI, pero las respuestas a ellas las podamos encontrar en la Palabra del Señor  y especialmente en el milagro-signo de su Resurrección.

Sí, porque Él ha resucitado verdaderamente, los creyentes lo sabemos con seguridad, por el don de la fe, no necesitamos de estudios complejos respecto del significado de sus hechos y  palabras,  y es que como decía Jesús, en algunas ocasiones, la fe mueve montañas…

 
 
 
Esta fe impulsaba a los enfermos e impedidos a acercarse al Señor para pedirle su ayuda, así sucedió, por ejemplo, a la entrada del templo de Jerusalén cuando algunos ciegos y cojos se acercaron a Jesús y él los curó.  Los sumos sacerdotes y los escribas viendo estos prodigios y observando que hasta los niños clamaban a su paso: ¡Hosanna al Hijo de David! , muy indignados le preguntaron: ¿No oyes lo que están diciendo?

 
Pero Jesús tranquilamente les contestaba (Mt 21, 16): <Sí. ¿Es que nunca habéis leído aquel pasaje de la Escritura que dice: De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza?>
Después de este incidente Jesús se alejo de la ciudad en dirección a Betania donde pernoctó y al amanecer cuando volvía con sus discípulos a Jerusalén, por el camino sintió hambre, y divisando a lo lejos una higuera quiso comer de sus frutos. El evangelista San Mateo contó así lo que luego sucedió (Mt 21, 19-22):
“Y viendo una higuera en su camino, fue a ella, y nada halló en ella sino hojas solamente, y le dice: ¡No brote ya fruto de ti por siempre jamás! Y se secó de repente la higuera / Y al verlo los discípulos, se maravillaban y decían: ¡Qué de repente se secó la higuera!

 
 
 
Más respondió Jesús, les dijo: <En verdad en verdad os digo que si tuviereis fe y no titubeareis, no sólo haréis  eso de la higuera, sino que aun si dijereis a este monte: Quítate de ahí y échate al mar, se hará / y todo lo que cuanto pidiereis  en la oración con fe se hará”

 
Por eso, sus seguidores cuando espiritualmente meten la mano en el costado de Jesús, herido por la lanza, sienten la necesidad de gritar: < ¡Señor mío y Dios mío!>, igual que hizo en su día Tomás, el apóstol  del Señor que inicialmente no había creído en su Resurrección.

Es lo que le ocurrió también  a Pedro, aquel apóstol elegido por Jesús para dirigir y hacer prevalecer su Iglesia cuando en Cesarea de Filipo, Jesús  preguntó a sus discípulos que decían las gentes de Él…

 
 
 
Pedro tomó la palabra ante las respuestas imprecisas de los discípulos y dijo: <Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo>.Y entonces Jesús le respondió: <Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos> (Mt 16, 17).

 
Precisamente el Papa san Juan Pablo II, comentó este precioso pasaje de la vida del Señor un 29 de junio de 1979:
“Esta respuesta del Señor se encuentra en el centro de la historia de Simón, al que Cristo ha empezado a llamar Pedro…

Cristo escucha la confesión de Pedro, apenas pronunciada. Cristo mira el alma del apóstol, que confiesa. Bendice la obra del Padre en dicha alma. La obra del Padre llega hasta el intelecto, la voluntad y el corazón, con independencia de la carne y de la sangre; con independencia de la naturaleza y de los sentidos.

 
 
La obra del Padre, a través del Espíritu Santo, alcanza el alma del simple ser humano, del pescador de Galilea. La luz interior proveniente de esta obra encuentra su plena expresión en las palabras: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo>…Las palabras son sencillas, pero en ellas se expresa la verdad sobrenatural, sobrehumana. La verdad sobrehumana, divina, se expresa con ayuda de palabras sencillas, muy sencillas…

 
Cristo mira el interior del alma de Simón. Parece como si admirara la obra realizada en ella por el Padre, a través del Espíritu Santo: al confesar la verdad revelada sobre la filiación divina de su Maestro, Simón se convierte en participe del Conocimiento divino, de esa Ciencia inescrutable  que el Padre tiene del Hijo, al igual que el Hijo la tiene del Padre. Y Cristo dice: <Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás>. Estas palabras se encuentran en el centro mismo de la historia de Simón Pedro…Con ellas transcurrió el resto de su vida, hasta el último día…

 
 
 
Transcurrió con ellas la terrible noche en la que Jesús  fue apresado en el huerto de Getsemaní; la noche de su propia debilidad, de la mayor debilidad, que se manifestó al negar al hombre…pero que no destruyó la fe en el Hijo de Dios. La prueba de la Cruz se vio recompensada por el testimonio de la Resurrección. Esta aportó a la confesión, hecha en la región de Cesarea de Filipo, un argumento definitivo”

 
Así es, la <Resurrección descubre la relación entre la Palabra y el destino de Jesús>; por eso a partir de aquel momento Pedro se encaminará lleno de fe al encuentro de su labor evangelizadora, y así, cuando por orden de Herodes fue encarcelado en Jerusalén casi al inicio de la misma, el Señor envió un ángel para liberarlo de sus cadenas; este hecho tuvo lugar tras  el arresto y la ejecución del apóstol Santiago el Mayor, tal como narra san Lucas en su libro de <Los Hechos de los Apóstoles>  (Hch 12, 3-8):
“Y viendo (Herodes) que este proceder era grato a los judíos, se propuso apresar también a Pedro. En aquellos días se celebraba la fiesta de la pascua / Así que lo prendió, lo metió en la cárcel y encomendó su custodia a cuatro escuadras de soldados, con intención de hacerlo compadecer ante el pueblo después de la pascua / Mientras Pedro estaba en la cárcel la Iglesia oraba por él sin cesar / La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo compadecer, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, mientras los centinelas vigilaban la puerta de la cárcel /

 

 
 
En esto, un ángel del Señor se presentó y un resplandor iluminó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el costado diciendo: ¡Deprisa levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos / El ángel dijo: Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo así, y el ángel le dijo: Échate el manto y sígueme / Pedro salió tras él, sin darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacia pues pensaba que era una visión / Después de pasar  la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado / Y Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora me doy cuenta que el Señor ha enviado un ángel, para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mi”

 
En efecto, diría en su día el Papa san Juan Pablo II, recordando este pasaje de la vida de Pedro (Ibid): “Pedro fue liberado por la misma fuerza por la que había sido llamado. Le había sido destinado un camino aún muy largo de recorrer… Al final de este camino, el sepulcro del apóstol Pedro, el antaño Simón, hijo de Jonás, se han encontrado aquí, en Roma, en este mismo lugar en el que ahora nos encontramos, bajo el altar en el que se celebra la Eucaristía.

 
 
La carne y la sangre han sido destruidas hasta el final; han sido sometidas a la muerte. Pero lo que en tiempos le había revelado el Padre sobrevivió a la muerte de la carne; se convirtió en el inicio del encuentro eterno con el Maestro, del que ha dado testimonio hasta el final”

 
Gran ejemplo el dado por el apóstol elegido por Jesús para dirigir su Iglesia, él creyó en la Resurrección del Señor y se dejó guiar por sus palabras hasta su muerte, y muerte en la cruz al igual que su Maestro…A él le siguieron otros muchos hombres y mujeres desde el primer momento y hasta nuestros días…

Esto nos hace recordar también las Palabras del Papa Francisco en la Pascua del año 2014, (Regina Coeli):

 
 
“El sentimiento dominante que brota de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría llena de asombro, ¡pero un asombro grande! ¡La alegría que viene de dentro! Y en la liturgia revivimos el estado de ánimo de los discípulos por las noticias  que las mujeres les habían llevado: ¡Jesús ha resucitado! ¡Nosotros lo henos visto!

 
Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestro corazón y se transparente en nuestra vida. Dejemos que el asombro gozoso del domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos y en las palabras… ¡Ojala fuésemos así de luminosos!...

En este tiempo, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y releer los capítulos que hablan de la Resurrección de Jesús…Nos hará bien, pensar también en la alegría de María, la Madre de Jesús. Tan profundo fue su dolor, tanto, que traspasó su alma, así su alegría fue íntima y profunda, y de ella se podrían nutrir los discípulos.

 
 
 
Tras pasar por la experiencia de la Muerte y la Resurrección de su Hijo, contempladas, en la fe, como la expresión suprema del amor de Dios, el corazón de María se convirtió en una fuente de paz, de consuelo, de esperanza y de misericordia”   

      

 

 

     

 

 

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