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viernes, 24 de julio de 2020

JESÚS VINO AL MUNDO PARA QUE EL HOMBRE TUVIERA VIDA Y LA TUVIERA EN PLENITUD



 
Participar frecuentemente de los Sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley (Col. 3, 14) rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo”


 
“Sois elegidos de Dios, pueblo suyo y objeto de su amor; revestíos, pues, de entrañas de misericordia, de benignidad, humildad, mansedumbre, longanimidad / sobrellevándoos los unos a los otros y perdonándoos recíprocamente siempre que alguno tuviera alguna querella contra el otro. Como por su parte Cristo os perdonó a vosotros, así también vosotros /Y sobre todas estas cosas revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección / Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos / Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría, y cantad a Dios con un corazón agradecido, salmos, himnos y canticos inspirados / Y todo cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él”

 
 
 
El apóstol san Pablo, al hablar a los colosenses de la <vida nueva en Cristo>,  da preferencia a la caridad.  Así también el apóstol san Juan defiende esta idea y en su primera Carta, dirigida a los cristianos que habían sobrevivido a la destrucción de Jerusalén en el año 70, y que tenían graves problemas internos;  les anima con estas palabras al hablarles del  amor y la fe (I Jn 4, 7-16): “Carísimos, amémonos  los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y todo el que ama, de Dios ha nacido, y conoce a Dios / Quién no ama no conoció a Dios, porque Dios es amor / En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros, en que a su Hijo  Unigénito, le envió  Dios al mundo, para que vivamos por Él / en esto está el amor: no que nosotros hubiéramos amado a Dios sino que Él nos amó a nosotros y envió al Hijo suyo, propiciación por nuestros pecados/

 

 
 
Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros / Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección / En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu / Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo / Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios / Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que está en el amor, está en  Dios, y Dios  en él”

 

Esta Carta la escribió el apóstol San Juan  probablemente algunos años después de que San Pablo escribiera a los feligreses de la Iglesia de Colosas, por idéntico motivo: Cerinto y sus seguidores. Ellos, habían blasfemado contra Cristo y su Iglesia, propagando doctrinas completamente  contrarias a la palabra divina, que por desgracia, de una u otra forma, han persistido en el tiempo hasta nuestros días, tal como han denunciado algunos de los últimos Pontífices de la Iglesia. Por eso no es de extrañar que el apóstol inicie su Carta con estas sentidas palabras (I Jn 1, 1-4):

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos a cerca de la palabra de la vida / pues la vida se manifestó en nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó / lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo / Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo”


Jesús es sus enseñanzas mencionó varias veces esta tabla de salvación  para la conciencia moral del hombre, tal como recogen las preguntas del Papa San Juan Pablo II. Uno de los ejemplos más significativos es aquel en el que Jesús narra la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, ante unos hombres entre los que se encontraban algunos ricos y poderosos. Algunos fariseos habían sido reprendidos con anterioridad por Jesús, por su extremada avaricia y también su gran incredulidad, porque aunque eran ciertamente muy rigurosos en la interpretación de la ley, su autosuficiencia, consecuencia de una desmedida soberbia, les impedía reconocer en Jesús, al Hijo del hombre, al Mesías. Jesús narró, pues, la parábola del hombre rico y del hombre pobre, para ponerles en guardia de lo que les esperaba a ellos, y por extensión a todos aquellos que siguieran su ejemplo, tras  la muerte y el <Juicio final> (Lc 16, 19-31):

 
 
“Era un hombre rico, que vestía púrpura y lino fino y banqueteaba cada día espléndidamente / Por el contrario, un pobre, por nombre Lázaro, estaba tendido junto a su puerta cubierto de úlceras / y deseando hacerse de lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras / Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado / Y estando en el infierno, en medio de tormentos, levantó los ojos y vio a Abrahán a lo lejos y a Lázaro en su seno”

 Recordando esta parábola el Papa Benedicto XVI se expresaba en los términos siguientes  (Spe Salvi. Carta Encíclica):
“En la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, Jesús ha presentado como advertencia la imagen de un alma arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha causado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el pozo de la cerrazón en los placeres materiales, el pozo del olvido del otro y la incapacidad de amar, que se transforma así ahora en una sed ardiente y ya irremediable”


 
Y sigue diciendo el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica (Ibid):

“La opción de vida del hombre se hace definitiva con la muerte, esta vida suya  está ante el juez. Su opción que se ha fraguado durante el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismos el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentiras; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellos mismos el amor.

Esta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría nada remediable y su destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que  se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora su ser y cuyo caminar hacia Dios las lleva sólo a culminar lo que ya son”



En efecto, san Pablo sobre la naturaleza del Ministerio Apostólico llega a expresarse con esta claridad (I Co 3, 10-17):

“Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo puse los cimientos como sólido arquitecto, y otro edifica sobre ellos. Cada uno mire como edifica / pues nadie puede tener otro cimiento distinto del que está puesto, que es Jesucristo / Sobre este fundamento uno puede construir con oro, plata, piedras preciosas, maderas, caña y paja / El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno / Si la obra resiste la prueba de fuego, recibirá el premio / si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego / ¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el  Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él / porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo”


 Sí, Jesús es la verdadera, la gran esperanza del hombre; es necesario que en la conciencia de cada uno de los seres humanos,  resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y del infierno; Alguien que es el alfa y el omega de la historia del hombre; Alguien que es amor y que  ha vencido al mundo.


 
 
 
 
 
“Este es el que vino por agua y sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad / porque tres son los que dan testimonio: / el Espíritu, el agua y la sangre / Si aceptamos el testimonio de los hombres mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su Hijo (I Jn 5, 6-9)”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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