No, la historia no debe, no puede volver atrás en el camino trazado por el ecumenismo. Las palabras de Cristo fueron muy claras en este sentido, Él dijo: <seamos todos uno>, poco antes de su Pasión y Muerte en la cruz, con esta oración (Jn 17, 11):
“Ya no estoy en el mundo, pero
ellos están en el mundo y yo voy a Ti. Padre Santo, guarda en tu nombre a
aquellos que me has dada, para que sean uno como notros”
Este versículo forma parte de la
llamada <oración sacerdotal de Jesús>; en ella, el Señor se dirige al
Padre como Sacerdote para ofrecerle su sacrificio por la salvación de todos los
hombres. En ese momento crucial, Él pide la unidad de sus discípulos, y también
su perseverancia a lo largo de los siglos, en dicha unidad. La Iglesia de
Cristo debe, pues, permanecer unida a pesar de que en ocasiones el problema de
alcanzar la unión en su totalidad haya parecido insoluble, en momentos
puntuales de la historia de la humanidad. Los deseos de Cristo, no pueden ser
desatendidos por sus seguidores, si de verdad lo son. Es una obligación, un
deber constitucional, como en su día recordaría el Papa Beato Pablo VI:
“Nos sentimos obligados a
invitaros a todos a que os asociéis a la reflexión sobre la cada vez más
apremiante cuestión del ecumenismo, es decir: el restablecimiento de la unión
efectiva en la fe y en la disciplina de cuantos creen en Jesucristo.
En efecto, podemos decir que es
un deber constitucional para todos los cristianos estar unidos entre sí, para
ser, según la voluntad de Jesucristo, todos uno (Jn 17, 11-21; 22-23); deber
que los siglos de división entre los cristianos no atenúa sino que lo hacen más
sensible, puesto que en nuestro tiempo, urge esto, cada vez con más clara
consciencia: ¡Es necesario que los cristianos estén unidos!...
Nos hemos acostumbrado a una
situación paradójica, creernos cristianos auténticos aunque las divisiones
entre todos los que se llaman cristianos sean reales, graves, múltiples y
antiguas. Y si tenemos afán por ser discípulos auténticos y fieles de Cristo, debemos sentir malestar, dolor,
inquietud ante el estado en que se encuentran todavía hoy sus seguidores, su
iglesia” (Audiencia General; miércoles 18 de enero de 1978)
Han pasado muchos años desde
aquellas dolidas palabras del Papa Pablo VI, y gracias a Dios, el ecumenismo ha
seguido adelante y en este siglo parece que se encuentra en un momento muy
bueno, si tenemos en cuenta los últimos encuentros, del Papa Francisco con los
Sumo representantes de otras Iglesias cristianas no católicas. Pero aún <no
podemos cantar victoria> y por tanto debemos seguir en la brecha junto a
nuestro Pontífice, Cabeza de la Iglesia católica, hasta conseguir esa unidad
tan deseada, aunque sólo sea como hasta ahora, de una forma testimonial, y solo
en algunos casos concretos.
Sin embargo, no puede extrañarnos
que esta situación haya perdurado durante tantos años, si tenemos en cuenta las grandes dificultades
que conlleva restablecer la confianza entre las distintas partes implicadas; la
historia de la cristiandad narra las rupturas
producidas en el pueblo de Dios desde hace siglos, pero éstas ¡no deban seguir
separándonos!
Así lo han entendido los
Pontífices de la Iglesia católica de los últimos siglos y ahí están los
testimonios dados, por muchos de ellos, a lo largo de todos estos años
transcurridos…
Concretamente el Papa Juan XXIII,
en el discurso de la solemne apertura del Concilio Vaticano II, refiriéndose al
deber de promover la unidad cristiana y humana, se pronunciaba en los términos
siguiente (11 de octubre de 1962):
“La Iglesia católica estima como
un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran
misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre
celestial, estando inminente su sacrificio…
Esto se propone el Concilio
Vaticano II, el cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la
Iglesia y se esfuerza porque los hombres acojan cada vez más favorablemente el
anuncio de la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia
aquella unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para
que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la celestial <en la que
reine la verdad, es ley la caridad, y la extensión es eternidad>, según San
Agustín”
Años más tarde, el Papa San Juan
Pablo II refiriéndose también al Concilio Vaticano II y al Pontífice que tuvo
el valor de convocarlo decía entre otras muchas cosas:
“El Papa Juan XXIII, que, movido
por Dios, abrió el Concilio, acostumbraba a decir que lo que nos divide como
confesores de Cristo es mucho menos que cuanto nos une.
En esta afirmación está contenida
la esencia misma del pensamiento ecuménico. El Concilio Vaticano II ha ido en
la misma dirección, como indican distintos pasajes de la Constitución sobre la
Iglesia <Lumen Gentium>, a los cuales hay que añadir el Decreto sobre el
ecumenismo <Unitatis redintegratio> y la Declaración sobre la libertad
religiosa <Dignitatis humanae>, extremadamente importante desde el punto
de vista ecuménico.
Lo que nos une es más grande de
cuanto nos divide: los documentos conciliares dan forma más concreta a esta
fundamental intuición de Juan XXIII.
Todos creemos en el mismo Cristo; y esa fe es esencialmente patrimonio heredado
de la enseñanza de los siete primeros Concilios ecuménicos anteriores al año
mil. Existen por tanto las bases para un diálogo, para la ampliación del
espacio de la unidad, que debe caminar parejo con la superación de las
divisiones, en gran medida consecuencia de la convicción de poseer en
exclusividad la verdad.
Las divisiones son ciertamente
contrarias a cuanto había establecido Cristo. No es posible imaginar que esta
Iglesia, instituida por Cristo sobre el fundamento de los apóstoles y de Pedro,
no sea una. Se puede en cambio comprender cómo en el curso de los siglos, en
contacto con situaciones culturales y políticas distintas, los creyentes hayan
podido interpretar con distintos acentos el mismo mensaje que proviene de
Cristo.
Estos diversos modos de entender
y de practicar la fe en Cristo pueden en ciertos casos ser complementarios; no
tienen por qué excluirse necesariamente entre sí.
Hace falta buena voluntad para
comprobar todo aquello en lo que las varias interpretaciones y prácticas de la
fe se pueden recíprocamente compenetrar e integrar.
Hay también que determinar en qué
punto se sitúa la frontera de la división real, más allá de la cual la fe
quedaría comprometida”
Verdaderamente este Papa santo
tenía las ideas muy claras respecto a cómo trabajar en favor del ecumenismo y
de hecho realizó muchas obras en este sentido promoviendo numerosas comisiones
teológicas con participación de diversas Iglesias cristianas, así como
numerosos actos simbólicos de buena voluntad reuniéndose con los máximos
representantes de las mismas para orar y concelebrar algunos actos litúrgicos…
Pero el camino ha sido y sigue
siendo difícil y por eso, ya en este nuevo siglo, tanto el Papa Benedicto XVI, como
posteriormente, el Papa Francisco han seguido trabajando con denuedo para
conseguir la unión de todos los cristianos.
Concretamente el Papa Benedicto
XVI, desde el principio de su Pontificado mostró un interés muy especial por el
tema del ecumenismo, iniciado por sus predecesores en la Silla de Pedro, y para
ello, habló con amor y sinceridad con
representantes de comunidades
cristianas y no cristianas al objeto de potenciar este deseo de unidad. Así,
durante su viaje a Turquía en 2006, se reunió con el Patriarca ecuménico de
Constantinopla, para reafirmar el propósito firme de proseguir la tarea en
común del ecumenismo, con una Declaración en este sentido realizada al
finalizar la Divina Liturgia de la fiesta de San Andrés. De este modo los sucesores de los Apóstoles, Pedro y de
Andrés, pusieron de manifiesto que estaban unidos en la oración como base de
todo compromiso ecuménico, así como en la perseverante invocación al Espíritu
Santo.
En este mismo viaje el Papa Benedicto XVI tuvo
también ocasión de visitar al Patriarca de la Iglesia armenia apostólica, Su Beatitud
Mesrob II, y así mismo, habló con el metropolita siro-ortodoxo y con el gran
rabino de Turquía, y en todo momento reinó la máxima cordialidad y acogimiento
por parte de todas las comunidades implicadas. En este sentido es también digno
de destacar el viaje realizado por Benedicto XVI dos años después a Estados Unidos. El motivo de esta visita
fue el bicentenario de la elevación de la primera diócesis del país, Baltimore,
a sede metropolitana, y la fundación de
las sedes de Nueva York, Filadelfia y Louisville, con el deseo de confirmar en
la fe a los católicos, así como, renovar
e incrementar la fraternidad con todos los cristianos, y anunciar a todos el mensaje de Cristo, tal
como manifestara en su día este gran Pontífice (Audiencia general del 30 de
abril de 2008):
“En un país con vocación
multicultural, como Estados Unidos, asumieron un relieve especial los
encuentros con los representantes de otras religiones: en Washington, en el
Centro cultural Juan Pablo II, con judíos, musulmanes, hindúes, budistas y
jainistas; y en Nueva York la visita a la Sinagoga. Momentos –especialmente
este último- muy cordiales, que confirmaron el compromiso común por el diálogo
y la promoción de la paz y de los valores espirituales y morales.
En la que puede considerarse como la patria de la libertad religiosa,
recordé que es preciso defender siempre esta libertad con un esfuerzo conjunto,
para evitar toda forma de discriminación y prejuicio. Y puse de relieve la gran
responsabilidad de los líderes religiosos, tanto al enseñar el respeto y la no
violencia, como al mantener vivos los interrogantes más profundos de la
conciencia humana. También la celebración ecuménica en la iglesia parroquial de
San José se caracterizó por una gran cordialidad. Juntos oramos al Señor para
que aumente en los cristianos la capacidad de dar razón, también con una unidad
cada vez mayor, de su única gran esperanza (1 P 3, 15), basada en la fe común
en Jesucristo”
Por otra parte, teniendo en
cuenta las palabras de Jesús, que recordábamos antes: <Padre, te ruego por
ellos, para que sean uno, como tú y yo somos uno>, todas las comunidades
cristianas han deseado orar, y así, lo han hecho, por este deseo expreso del
Señor. Sí, existe una larga tradición en dichas comunidades, de orar por la
unidad, aunque a partir de las polémicas y escisiones producidas en distintos
momentos de la historia, esa necesidad se hizo más acuciante. A partir del
siglo XVIII, la idea del ecumenismo fue calando en los cristianos, que se
sabían separados, pero muchas veces, sin tener conciencia del motivo o motivos
por lo que se encontraban así. Entonces también se empezó a apreciar más la
posible cooperación para llegar a realizar la oración en común por la unión,
aunque no se hubiera todavía producido la <proclamación de pertenencia plena
a una comunidad eclesial unida>.
Por eso, ya en el año 1894 el Papa León XIII animó a la práctica de un <Octavario de oración por la unidad en el contexto de Pentecostés> y 1908, se produjo la primera celebración del <Octavario por la unidad de los cristianos>, iniciada por el Rvd. Paul Wattson, sin embargo tenemos que remontarnos al año 1964 para tener la satisfacción de comprobar como el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I (1948-1972), se pusieron de acuerdo para recitar conjuntamente la oración de Cristo: <Que todos sean uno…>. Así mismo, en este año, el Concilio Ecuménico Vaticano II, emitió un Decreto sobre el ecumenismo que subrayaba la necesidad de la oración como <alma> del movimiento iniciado en este sentido, y animaba a la práctica de la <Semana de Oración>.
Precisamente en 1978, durante una
Audiencia del Papa Pablo VI, coincidente con el primer día de la <Semana de
Oración por la unidad de los cristianos>, de ese año, éste, se manifestaba
con gran anhelo de que la situación creada entre comunidades cristianas viera por fin una luz
de esperanza cierta:
“Nos sentimos obligados a
invitaros a todos a que os asociéis a la reflexión sobre la cada vez más
apremiante cuestión del ecumenismo…
Lo primero que hay que hacer:
¡Tener conciencia de este deber! ¡Es voluntad solemne de Cristo!...
¡Es necesario orar! La oración
por la unidad, vista a contraluz, es una confesión de nuestra imposibilidad
para conseguir, sólo con medios humanos, el objetivo.
<Sin mí no podéis hacer
nada> (Jn 15, 5), dijo el Señor. Es el momento de reflexionar de nuevo sobre
estas palabras, para dirigirle nuestra oración con mayor confianza ¿Qué no
puede obtener la oración? ¡Aquí está la esperanza secreta para el
restablecimiento de la unidad entre los cristianos!”
Sin duda, en la oración fervorosa
a Jesucristo de sus seguidores, está el secreto de la definitiva unión de todos
ellos, esparcidos ahora por el mundo entero y muchas veces separados por
barreras intangibles, pero que parecen insuperables…Se han hecho muchas cosas
en este sentido, en el siglo pasado y también en lo que llevamos del nuevo
siglo, como demuestran las realizadas por nuestro Papa Francisco, entre las que
cabe destacar su viaje apostólico a Georgia y Azerbaiyán (30 de septiembre a 2
de octubre del 2016), para un encuentro interreligioso con el Jeque de los
musulmanes del Cáucaso y los representantes de las demás comunidades religiosas
del País( Iglesia Ortodoxa rusa y Comunidad judía).
El Papa Francisco realizó este
viaje lleno de deseos de fraternidad y
en verdad que la encontró, por eso en la Mezquita “Heydar Aliyev” (Bakú), al
finalizar su viaje, pronunció un sentido Discurso en presencia de
representantes y seguidores de todas las comunidades religiosas del Cáucaso,
reunidos en oración. De ese Discurso recordaremos algunas palabras suyas, llenas de
buenos deseos y esperanza en el futuro del
ecumenismo:
“La Iglesia católica, en
continuidad con el Concilio Vaticano II, con convicción exhorta a todos sus
hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración de
los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana,
reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así
como los valores socioculturales que en ellos existen (Decl. Nostra aetate, 2).
Ningún <sincretismo
conciliar>, ni <una apertura diplomática, que dice que sí a todo para
evitar problemas> (Exhort. Ap. Evangelii
gaudium, 251) sino dialogar con los demás y orar por todos: estos son
nuestros medios para cambiar sus lanzas en podaderas (Is 2, 4), para hacer
surgir amor donde hay odio, y perdón donde hay ofensa, para no cansarse de
implorar y seguir los caminos de la paz…
En la noche de los conflictos que estamos atravesando, las religiones son auroras de paz, semillas de renacimiento entre devastaciones de muerte, ecos de diálogo que resuenan sin descanso, camino de encuentros y reconciliación para llegar allí donde los intentos de mediación oficiales parecen no surtir efecto.
Especialmente en esta querida
región del Cáucaso, que yo tanto quería visitar y a la cual he venido como
peregrino de paz, que las religiones sean vehículos activos para superar las
tragedias del pasado y las tensiones de hoy. Que la riquezas inestimables de
estos países sean conocidas y valoradas: los tesoros antiguos y siempre nuevos
de la sabiduría, la cultura y la religiosidad de las gentes del Cáucaso son un
gran recurso para el futuro de la religión y, en particular, para la cultura
europea, bienes preciosos a lo que no podemos renunciar”
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