San Juan Pablo II era un gran devoto de la Virgen María y por eso, de Ella, nos habló en muchos de sus mensajes orales o escritos. Recordaremos ahora aquello que dijo durante su viaje a la Republica Dominicana, México y Bahamas, más concretamente, en la Catedral de la Ciudad de México el 26 de enero del año 1979, casi al inicio de su Pontificado:
“De entre tantos títulos
atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los
cristianos, hay uno de profundísimo significado: <Virgo fidelis> (Virgen
fiel).
Pero, podríamos preguntarnos: ¿Qué
significa esta fidelidad de María? ¿Cuáles son las dimensiones de esa
fidelidad?
La primera dimensión se llama
búsqueda. María fue fiel, ante todo, cuando con amor se puso a buscar el
sentido profundo del designio de Dios en Ella y para el mundo.
“¿Quomodo fiet?” (¿Cómo sucederá
esto?), preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación.
Ya en el Antiguo Testamento el
sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y
extraordinario contenido espiritual: <Buscar el rostro del Señor>. No
habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa
búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la
cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la
respuesta”
Hermosas y significativas
palabras de un Papa santo que dio un
ejemplo de fidelidad sin igual a toda su
grey, y que consiguió que el mundo entero sintiera siempre un gran respeto y
simpatía por su persona, sobre todo a causa de su inmensa labor evangelizadora,
por amor a Cristo y su Mensaje, bajo el amparo y ejemplo de la Virgen, su Santa Madre.
Sí, la Virgen María fue fiel
en la <búsqueda del rostro de
Dios>, por eso es un gran modelo a seguir por sus hijos, los hombres, en la
búsqueda de lo que debería ser más importante para ellos, <el rostro del
Señor>. Así se lo hacía ver el Papa Benedicto XVI a todos aquellos que se
habían congregado para escuchar sus palabras durante el viaje apostólico que
realizó a Portugal, en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Fátima el 12 de
mayo de 2010:
“En el camino de la fidelidad,
amados sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y laicos
comprometidos, nos guía y acompaña la Bienaventurada Virgen María.
Con Ella y como Ella somos libres
para ser santos; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todo,
porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada
uno crezca Cristo, el verdadero consagrado al Padre y el Pastor al cual los
sacerdotes, siendo presencia suya, prestan su voz y sus gestos; libres para
llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con
nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía”
En este sentido, recordemos así mismo, que para el Papa san Juan Pablo II una segunda dimensión a considerar del don de la fidelidad es la <acogida>, la <aceptación>, por eso como él decía (Ibid):
Es el momento en el que el hombre
se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a
un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre
para ser habitado por algo -¡por Alguien!- más grande que el propio corazón.
Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el
ser al misterio que se revela”
Sí, las palabras pronunciadas por la Virgen tras el anuncio del arcángel san Miguel son muy claras, y reveladoras, según el evangelio de san Lucas (Lc 1, 26-38):
-En el sexto mes fue enviado el
ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, la llamada Nazaret,
-a una doncella desposada con un varón
llamado José, de la familia de David, y el nombre de la doncella era María.
-Y habiendo entrado a ella, dijo:
<Dios te salve, llena de gracia, el Señor
es contigo, bendita tú entre las
mujeres>.
-Ella, al oír estas palabras se
turbó, y discurría qué podría ser esta
salutación.
-Y le dijo el ángel: <No
temas, María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios>.
-<He aquí que concebirás en tu
seno y darás a luz un Hijo, a quién darás por nombre Jesús>.
-<Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre,
-y reinará sobre la casa de Jacob
eternamente, y su reino no tendrá fin>.
-Dijo María al ángel: < ¿Cómo
será eso, pues, no conozco varón?>
-Y respondiendo el ángel, le
dijo: <El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te
cobijará con su sombra; por lo cual también
lo que nacerá será llamado, Hijo de Dios>.
-<Y he aquí que Isabel, tu
parienta, también ella ha concebido un hijo en su vejez, y éste es el sexto mes
para ella, la que llamaban estéril,
-porque no habrá para Dios cosa
imposible>.
-Dijo María: <He aquí la
esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra>
No hay duda posible, la fidelidad
de la Virgen es ejemplarizante para toda la humanidad, su historia debería
siempre asociarse a esta fidelidad total, porque el consentimiento virginal de
María al ángel de Dios, tenía por objeto no solo la <Encarnación del Hijo de Dios>, sino el cumplimiento de
las profecías mesiánicas y la realización de los <Divinos Consejos> sobre
la salud humana.
Se puede asegurar que la acción
de María dio como resultado que los designios del Creador se convirtiesen en una realidad venturosa
para los seres humanos, porque a penas la Virgen dio su consentimiento, su
<fiat>, el <Verbo se hizo carne> y habitó entre nosotros, para
salvarnos del mortal enemigo.
Ahora bien, la coherencia, es
también una dimensión de la fidelidad, estamos totalmente de acuerdo con este
profundo sentimiento que se refleja de forma magistral en las palabras del Papa san Juan Pablo II
(Ibid):
“Vivir de acuerdo con lo que se
cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar
incomprensiones, persecuciones, antes que permitir ruptura entre lo que se vive
y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo
más íntimo de la fidelidad.
Pero toda fidelidad debe pasar
por la prueba más exigente: la duración. Por eso la cuarta dimensión de la
fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días.
Difícil e importante es ser
coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación,
difícil en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una
coherencia que dura a lo largo de toda la vida.
El <fiat> de María en la
Anunciación encuentra su plenitud en el <fiat> silencioso que repite al
pie de la cruz.
Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo
que se aceptó en público”
Interesantísimas y bellas
reflexiones las de este gran Pontífice que promovía la fidelidad de los
hombres, a Cristo y su Iglesia, a través del amor y devoción a su Madre, la
Virgen María. Por eso, aquel inolvidable día, en la Catedral de Ciudad de
México, Juan Pablo II, pronunció también estas palabras que nunca olvidarán los
hijos de aquella nación y que deberíamos también tener en cuenta los creyentes
de todo el orbe:
“En esta hora solemne querría
invitaros a consolidar esa fidelidad, a robustecerla. Querría invitaros a
traducirla en inteligente y fuerte fidelidad a la Iglesia hoy. ¿Y cuáles serán
las dimensiones de esta fidelidad sino las mismas de la fidelidad de María?
El Papa que os visita espera de
vosotros un generoso y noble esfuerzo por conocer siempre mejor a la Iglesia.
El Concilio Vaticano II ha querido ser por encima de todo un Concilio sobre la Iglesia. Tomad
en vuestras manos los documentos conciliares, especialmente la <Lumen
Gentium>, estudiadlos con amorosa atención, en espíritu de oración, para ver
lo que el Espíritu ha querido decir sobre la Iglesia. Así podréis daros cuenta
de que no hay –como algunos pretenden-
una <nueva Iglesia> diversa u opuesta a la <vieja Iglesia>,
sino que el Concilio ha querido revelar con más claridad la Única Iglesia de
Jesucristo, con aspectos nuevos, pero siempre la misma en su esencia”
Todos los Papas en sus viajes
apostólicos a distintos países del mundo han querido enviar mensajes
importantes, por su contenido teológico y dogmático a los cristianos de todo el
mundo y muy especialmente en aquellos lugares donde el amor a la Madre de Dios
está probadamente comprobado, como lo fue en el caso de México, donde la Virgen
de Guadalupe es amada con la más arraigada devoción.
De igual forma, el Papa Benedicto XVI en su viaje a Portugal, en el décimo aniversario de la Beatificación de Jacinta y Francisco, pastorcillos de Fátima, donde la Virgen es también amada con la más arraigada devoción, durante la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos seminaristas y diáconos, pronunció un importante discurso, en el que volvió a recordar a sus hijos la clara necesidad de cultivar la fidelidad a Cristo y su Iglesia (Miércoles 12 de mayo de 2010), del cual recogemos también, algunas ideas:
“Permitidme que os abra mi
corazón para deciros que la principal preocupación de cada cristiano,
especialmente de las personas consagradas y del ministro del Altar, debe ser la
fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al
Señor. La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor; de un amor
coherente, verdadero y profundo a Cristo Sacerdote.
<<Si el Bautismo es
una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la
<Inserción en Cristo> y la <Inhabitación de su Espíritu>, sería un
contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética
minimalista y una religiosidad superficial>> (Juan Pablo II, Novo
millennio ineunte, 31)…
Amados hermanos, en este lugar
especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de
fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en
el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de
vuestro sacerdocio.
Fidelidad a la propia vocación exige
arrojo y confianza, pero el Señor también quiere que sepáis unir vuestras
fuerzas; mostraos solícitos unos con
otros, sosteniéndoos fraternalmente”
Ciertamente la propia vocación
exige arrojo y confianza en el Creador, como la tuvo la Virgen María en el
momento de la aceptación de la <Encarnación del Verbo>, por obra del
Espíritu Santo, convirtiéndose así en la Madre de Dios:
“<Madre de Dios>. Al repetir
hoy esta expresión cargada de misterio, volvemos con el recuerdo al momento
inefable de la Encarnación y afirmamos con toda la Iglesia que la Virgen se
convirtió en Madre de Dios por haber engendrado según la carne a un Hijo, que
era personalmente el Verbo de Dios. ¡Que abismo de condescendencia se abre ante
nosotros!
Se plantea espontáneamente una
pregunta al espíritu: ¿Por qué el Verbo ha preferido nacer de una mujer, antes
que descender del cielo con un cuerpo ya adulto, plasmado por la mano de Dios? ¿No
habría sido éste un camino más digno de Él?, ¿más adecuado a su misión de
Maestro y Salvador de la humanidad? Sabemos que, en los primeros siglos, no
pocos hombres (los docetas, los gnósticos, etc.) habrían preferido que las
cosas hubieran sido de esa manera. En cambio, el Verbo eligió el otro camino
¿Por qué?
La respuesta nos llega con la
límpida y convincente sencillez de las obras de Dios. Cristo quería ser un
vástago auténtico de la estirpe que venía a salvar. Quería que la redención
brotase como del interior de la humanidad, como algo suyo.
Cristo quería socorrer al hombre
no como un extraño, sino como un hermano, haciéndose en todo semejante a él,
menos en el pecado. Por eso quiso una madre y la encontró en la persona de
María. La misión fundamental de la doncella de Nazaret fue, pues, la de ser el
medio de unión del Salvador con el género humano.
En la historia de la salvación,
sin embargo, la acción de Dios no se desarrolla sin acudir a la colaboración de
los hombres: Dios no impone la salvación. Ni siquiera se la impuso a María. En
el acontecimiento de la Anunciación no se dirige a Ella de manera personal,
interpeló su voluntad y esperó una respuesta que brotase de la fe.
Los Padres de la Iglesia han captado perfectamente este aspecto, poniendo de relieve que <la Santísima Virgen María, que dio a luz creyendo, había concebido creyendo> (San Agustín, Sermo 215, 4; cf. San León Magno., Sermo I in Nativitate, 1, etc.), y esto ha subrayado también el Concilio Vaticano II, afirmando que la Virgen <al anuncio del ángel recibió en el corazón y en el cuerpo al Verbo de Dios> (Lumen Gentium, 53).
El <fiat> de la Anunciación
inaugura así la Nueva Alianza entre Dios y la criatura: mientras este
<fiat> incorpora a Jesús a nuestra estirpe según la naturaleza, incorpora
a María a Él según la gracia.
El vínculo entre Dios y la
humanidad, roto por el pecado, ahora felizmente está restablecido”
(Santa Misa en la casa de la
Virgen. Homilía de San Juan Pablo II;
Efeso, 30 de noviembre de 1979)
Hermosa reflexión y excelente
enseñanza de un Papa que ha sido declarado santo por la Iglesia, y con razón,
porque fue inmensa la obra por él
realizada en su favor, siempre, y en todo lugar, sin importarle
exponerse a situaciones gravemente peligrosas para él, como queda demostrado
por su azarosa vida.
La Virgen a la cual él tanto
amaba le ayudó en aquellos momentos más terribles y él le correspondió con esa
devoción incondicional y duradera, propia de una fidelidad basada en el ejemplo
de la propia Virgen.
Como prosigue diciendo el santo
Pontífice en la Homilía, durante su viaje a Turquía (Ibid):
“Al pronunciar su <fiat>,
María no se convierte solo en Madre del Cristo histórico; su gesto la convierte
en la Madre del Cristo total, <Madre de la Iglesia>. <Desde el momento
del <fiat> (observa san Anselmo) María comenzó a llevarnos a todos en su
seno>; por esto <el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del
cuerpo>, proclama San León Magno. San Efrén, por su parte, tiene una
expresión muy bella a este respecto: María, dice él, es <la tierra en la que
ha sido sembrada la Iglesia>”
San Juan Pablo II destacó es su Homilía el hecho de que muchos Padres de la Iglesia, como San Agustín y San Efrén, o el mismo Papa San León Magno, proclamaran las maravillas de la Virgen María y la tomaran como modelo en en su caminar hacia Dios. Esto ha sido así desde el principio y hasta nuestros días como demuestran también, las alabanzas de un Pontífice tan carismático como el mismo Benedicto XVI.
Sí, el Papa Benedicto XVI, como
hemos recordado anteriormente, cantó las grandezas de Virgen María y así por
ejemplo en su Homilía durante misa celebrada en Castel- Gandolfo el sábado 15
de agosto de 2009 aseguraba que;
“El misterio de la concepción de
María evoca la primera página de la historia humana, indicándonos que, en el
designio divino de la creación, el hombre habría debido tener la pureza y la belleza de la
Inmaculada. Aquel designio comprometido, pero no destruido por el pecado,
mediante la Encarnación del Hijo de
Dios, anunciado y realizado en María, fue recompuesto y restituido a la libre
aceptación del hombre por la fe”
María como dice Benedicto
XVI recuerda la primera página de la
historia humana, gracias a su fidelidad
a Dios, evocando así mismo la última etapa del peregrinar del hombre sobre la
tierra, en su forma de recorrer su propio camino hacia el reino de Dios.
Por eso María es el ejemplo a
seguir en nuestro caminar por la vida hacia la santidad, ella nos muestra el
camino, ella siguió ese camino siempre ascendente, en obediencia, confianza,
esperanza y especialmente en fidelidad; toda su vida estuvo marcada por una
<sagrada prisa>, porque sabía, y así deben saberlo todos los hombres, que
es necesario que Dios sea siempre la prioridad en sus vidas, porque no hay ni
habrá nunca algo mayor…
La gloria de María, ennoblece a todo el género humano, como expreso maravillosamente el poeta Dante:
<Tú eres aquella que ennobleció tanto la
naturaleza humana que su Hacedor no desdeñó convertirse en hechura tuya>
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