En efecto, ya el Apóstol San Pablo afrontó, en su primera carta a los corintios, la negación de la resurrección de los muertos, por parte de algunos miembros de aquella comunidad, manifestándoles abiertamente que ello era tanto como negar la Resurrección de Cristo, de la cual habían dado fe sus Apóstoles, los cuales la habían presenciado, y por lo tanto, ello implicaría hacer vana la fe y la predicación que supone considerar a Cristo como primicia de los que han muerto (I Co 15, 12-20):
-Si se anuncia que Cristo ha
Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos de vosotros que no hay
resurrección de los muertos?
-Pues bien: si no hay resurrección
de los muertos, tampoco Cristo ha Resucitado.
-Pero si Cristo no ha Resucitado,
vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe;
-más todavía: resultamos unos
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Él, diciendo que
ha Resucitado a Cristo…
-Pero Cristo ha Resucitado de
entre los muertos y es primicia de los que han muerto
Como asegura el Papa Benedicto
XVI sobre este tema crucial de la Iglesia de Cristo (Jesús de Nazaret; 2ª Parte; Ed. Encuentros
S.L. 2011):
“La Resurrección de Cristo es un
acontecimiento universal o no es nada, como viene a decir San Pablo. Y sólo si lo entendemos como un
acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la
existencia humana, estamos en el camino justo para interpretar el testimonio de
la Resurrección en el Nuevo Testamento”
Sí, después de la muerte, existe
vida, y vida eterna porque la <resurrección de la carne> significa que
<después de ésta, no habrá vida solamente
del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales volverán a
tener vida>. Por eso, como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº
989):
“Creemos firmemente, y así lo
esperamos, que del mismo modo que Cristo ha Resucitado verdaderamente de entre
los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo
Resucitado y que Él les resucitará en el último día (Jn 6, 39-40). Como la
suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”
San Pablo es el Apóstol que más
ha recordado en sus Cartas, esta doctrina de la Iglesia, para que los hombres,
de todos los tiempos, tuviéramos esperanza plena en la misma, y así, en su
carta dirigida a los romanos, cuando les
enseñaba que toda la existencia cristiana debe estar orientada al encuentro
definitivo con el Señor, y que ello supondría la participación plena en el gran
misterio de la Muerte y Resurrección de
Cristo, se expresaba en los siguientes términos (Rm 8, 8-11):
-Los que están en la carne no
pueden agradar a Dios.
-Pero vosotros no estáis en la
carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros;
en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
-Pero si Cristo está en vosotros,
aunque el cuerpo esté sujeto a la muerte por el pecado, el espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios.
-Y si el Espíritu del que
Resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en vosotros
Ciertamente, <Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habitara en los hombres, el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos, daría también vida a sus cuerpos mortales, por medio del Espíritu que habita entre ellos>; así lo manifestó el Apóstol San Pablo, una y otra vez a las gentes que evangelizaba, no sólo a los romanos, sino también a los corintios, a los filipenses y a los tesalonicenses, en sus respectiva Epístolas.
Desde el punto de vista
histórico, la primera Carta a los moradores de Corinto, es probablemente la más
interesante, en el sentido de que en ella, mejor que en otras, se transluce el
estado de las Iglesias primitivas, con sus problemas, pero también con sus
virtudes, las cuales han servido de ejemplo a los cristianos a lo largo de
todos estos siglos.
Casi dos años tuvo que emplear el
Apóstol para evangelizar a sus gentes, pero no fue tiempo en balde, porque
logró fundar una Iglesia pujante que dio grandes frutos, a pesar de la
corrupción de las costumbres de algunos sectores de la población y la oposición
de ciertos grupos de judíos no creyentes presentes entre ellos en aquellos
tiempos.
Los primeros años de esta Iglesia
fueron extraordinarios, pero más tarde, surgieron dificultades a causa de los
lamentables abusos de algunos de sus feligreses. Enterado el Apóstol de la
situación, les escribió una primera carta que no se ha conservado, y por lo
tanto la primera que ha llegado hasta nuestros días se ha tomado desde siempre como la primera, y en ella trata de animar a
la comunidad para que remedien graves
problemas surgidos entre sus componentes, como
el detestable pecado de la fornicación (I Co 6, 12-20):-Todo me es lícito, pero no todo me aprovecha. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada…
-El cuerpo no es para la
fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo
-Y Dios Resucitó al Señor y nos
resucitará también a nosotros con su poder…
-Huid de la inmoralidad.
Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que
fornica peca contra su propio cuerpo.
-¿Acaso no sabéis que vuestro
cuerpo es el templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis
recibido de Dios? Y no os pertenecéis,
-pues habéis sido comprados a
buen precio. Por tanto ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos!
Desde luego el Apóstol se
pronuncia con claridad en su carta; nuestros cuerpos son templos del Espíritu
Santo, no nos pertenecen, pertenecen a nuestro Creador, tal como les
recordaba a los corintios y la fornicación es una grave ofensa a la
castidad. Ya el judaísmo tradicional prohibía las relaciones sexuales fuera del
matrimonio, y para los cristianos bautizados la castidad es un tema esencial.
También lo dijo San Pablo <el cristiano se ha revestido de Dios> (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Por eso, tras la recepción del Sacramento del Bautismo, el cristiano se compromete, por sí mismo, o por sus representantes en el caso de los niños, a dirigir su afectividad en castidad.
Desgraciadamente esta verdad tan esencial ha sido obviada y aún olvidada o desconocida por grandes sectores de la sociedad, en todos los países del mundo, en cualquier momento de la historia de la humanidad…
En otros tiempos todavía los jóvenes y los niños tenían fácil acceso a enseñanzas cómo las recordadas por autores antiguos, como el Beato Tomás de Kempis (1380-1471), canónigo agustino, autor del famoso libro <Imitación de Cristo>, una obra de devoción cristiana, actualmente denostada, tenida como inadecuada y caduca para los tiempos que corren, por decir cosas esenciales como éstas:
“La perfecta victoria es vencerse
a sí mismo. El que tiene obediente la sensualidad a la razón, y la razón a
todas las cosas, dice el Señor, aquel es verdadero vencedor de sí mismo…
Del amor desordenado del hombre
por sí mismo, depende casi todo lo que se ha de vencer; lo cual vencido y
señoreado, suministra gran paz y sosiego…”
Estas cosas las sabían los antiguos estupendamente, cuando todavía recordaban las enseñanzas de Cristo y la evangelización de sus Apóstoles, aunque también éstos, como le ocurrió a San Pablo tuvieron graves problemas al realizar la misión que el Señor les había encomendado.
Así por ejemplo, tras una serie de graves incidentes dentro de la comunidad cristiana de Corinto, que pusieron incluso en <tela de juicio>, la autoridad del Apóstol para proclamar la Palabra de Dios, éste justamente ofendido y sobre todo muy preocupado por aquellas gentes tan queridas, y evangelizadas por él en tiempos no tan lejanos, les escribió una nueva carta, tratando de poner <orden y concierto>, en la que destaca su clásico estilo apocalíptico.
Al final de su misiva, les lanza una serie de amonestaciones recordándoles: que él es ministro de Cristo, y que como Cristo fue Resucitado, así también su ministro vive por la fuerza de Dios y posee la fuerza del Señor (II Co 13, 2-4):
-tendréis la prueba que buscáis
de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su
fuerza en vosotros.
-Pues es cierto que fue
crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios.
Lo mismo que nosotros: somos débiles por él, pero vivimos con él por la fuerza
de Dios para vosotros
Son palabras del Apóstol
dirigidas a una iglesia, en cierta medida, muy parecida a la nuestra, llegado
ya el tercer milenio de la venida del Señor. Sería bueno, por tanto, que como
aquellos fieles, también nosotros, escucháramos su testimonio, sus consejos y
su anuncio escatológico (II Co 4,
13-15):
-Teniendo el mismo espíritu de
fe, según lo que está escrito: <Creí, por eso hablé>, también nosotros
creemos y por eso hablamos;
-sabiendo que quién Resucitó al
Señor también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros
ante él.
-Pues todo esto es para vuestro
bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento,
para gloria de Dios
Un cariz completamente distinto
tiene la carta que San Pablo dirigió a los filipenses, un pueblo que siempre
gozó de su afecto y reconocimiento. La Iglesia de Filipos (ciudad de
Macedonia), fue probablemente la primera que fundó el Apóstol, en el año 49 ó 50
d. C, y estaba habitada fundamentalmente por ciudadanos romanos que gozaban de
ciertos privilegios especiales por orden del Cesar Octavio Augusto.
Fue por tanto la primera Iglesia fundada por San Pablo en el continente europeo, y quizás por eso, tuvo siempre gran predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que años después esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del Apóstol retenido por entonces, contra su voluntad, en Roma.
En tales circunstancias les envió
una carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las
prácticas religiosas necesarias para
alcanzar la concordia y la caridad con
los semejantes. Fue por tanto la primera Iglesia fundada por San Pablo en el continente europeo, y quizás por eso, tuvo siempre gran predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que años después esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del Apóstol retenido por entonces, contra su voluntad, en Roma.
Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):
-Todo lo considero pérdida
comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por Él lo perdí
todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo
-y ser hallado en Él, no con una
justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la
justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
-Todo para conocerlo a Él, y la
fuerza de su Resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su
misma muerte,
-con la esperanza de llegar a la
resurrección de entre los muertos.
Gran misterio es, que la <corruptibilidad se revista de incorruptibilidad>, y que lo que es <mortal se revista de inmortalidad>, como decía San Pablo (I Co 15, 50-58), recordando la vida de Cristo y su Mensaje y lo que en la antigüedad profetizara Isaías (Banquete del Señor 25, 6-9):
-Preparará el Señor del Universo
para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un
festín de vinos de solera; manjares exquisitos vinos refinados.
-Y arrancará en este monte el
velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las
naciones
-Aniquilará la muerte para
siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará
del país el oprobio de su pueblo <lo ha hecho el Señor>
-Aquel día se dirá: <Aquí está
nuestro Dios. Esperamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien
esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación…>
Nadie sabe como sucederán estas
cosas pero como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica:
<Creer en ellas han sido desde el comienzo elementos esenciales de la fe cristiana>
Y es que como recordábamos antes, San Pablo advertía (I Co 15, 18-19):
<Si se predica que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?...>
<Creer en ellas han sido desde el comienzo elementos esenciales de la fe cristiana>
Y es que como recordábamos antes, San Pablo advertía (I Co 15, 18-19):
<Si se predica que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?...>
Estamos al corriente de que la
resurrección de la carne es un misterio revelado, a través de los siglos, por Dios a su pueblo; más concretamente en la época en que vivió Jesús algunas sectas como la
de los fariseos se encontraban ya esperanzadas en la resurrección de la carne,
y sabemos también, que Jesús habló en numerosas ocasiones sobre este misterio,
como pone de relieve el Apóstol San Marcos en su Evangelio, cuando el Señor
respondía a una pregunta insidiosa de
los saduceos (no creían en la resurrección), sobre la pertenencia de una mujer
que hubiera estado casada sucesivamente con siete hermanos tras la muerte de
cada uno de ellos.
En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
-Estáis en un error, porque no
entendéis la Escrituras ni el poder de Dios
-Porque, en la resurrección, ni
los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en los
cielos.
-Y acerca de la resurrección de los muertos ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?
-No es un Dios de muertos, sino
de vivos. ¡Estáis en un grande error!
Igual de grande es el error de
aquellos, que a estas alturas de la historia de la humanidad, siguen
aferrándose a la idea de que después de la muerte ya no hay nada…Para ellos el
alma del hombre no tiene significación alguna, sólo el cuerpo tiene valor y éste
desaparece porque suelen recordar estas
palabras: <polvo eres y en polvo te convertirás>.
Pero no, porque la Resurrección
de Cristo es la prenda cierta de la resurrección de los muertos y la <clave
de bóveda> del cristianismo, tal como han manifestado en los últimos tiempos
los Papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Así por ejemplo este último, en
la Audiencia General del 26 de marzo de 2008 aseguraba que:
“La muerte del Señor demuestra el
inmenso amor con que Él nos ha amado, hasta el sacrificio por nosotros; pero
solo su Resurrección es <prueba segura>, es certeza, de que lo que afirma
(Mc 12, 24-27), es verdad, que vale también para nosotros, para todos los
tiempos.
Al Resucitar, el Padre lo
glorificó. San Pablo escribe en su carta a los Romanos: <Si confiesas con tu
boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos serás salvo> (Rm 10,9).
Es importante reafirmar esta
verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente
documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas
diversas la ponen en duda o incluso la niegan.
El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”
El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”
Hermosas enseñanzas las
expresadas en las palabras del Papa Benedicto XVI, el gran teólogo de la
Iglesia, que tanto nos ha ayudado a superar dudas y controversias en los
tiempos que corren, pero es verdaderamente doloroso comprobar la certeza de las
mismas, porque aún entre los mismos miembros de la Iglesia han surgido dudas y
hasta extrañas teorías para minimizar la importancia de la Resurrección de
Cristo y aún para negarla.
Muchas veces da la sensación de
que ciertos estudiosos de las Sagradas Escrituras nunca hubieran leído los
Evangelios, ni supieran nada de los testimonios dados por sus Apóstoles y
posteriormente por los Padres de la Iglesia, respecto a este maravilloso suceso
de la historia de la humanidad.
Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
-Porque esto corruptible ha de
vestirse de incorruptibilidad, y esto mortal de inmortalidad.
-Cuando esto corruptible se vista
de incorruptibilidad y esto mortal de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que
dice la Escritura: La muerte ha sido destruida por la victoria.
-¿Dónde está, ¡Oh muerte! tu victoria? ¿Dónde
está ¡Oh muerte tu aguijón!? (Os 13, 14)
-El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la ley
-Pero demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
Como nos recuerda también el Papa Benedicto XVI en la Audiencia mencionada anteriormente:
“¿No es la certeza de que Cristo
Resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia
a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que
ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del
cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida a servicio
de los Evangelios?
<Si Cristo no Resucitó, decía San Pablo, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe>. Pero ¡Resucitó!”
<Si Cristo no Resucitó, decía San Pablo, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe>. Pero ¡Resucitó!”
Por su parte el Papa San Juan
Pablo II, demostró a lo largo de todo su Pontificado un enorme interés por el
sentido escatológico de la Iglesia y nos habló con gran acierto sobre el tema
primordial de la Resurrección de Cristo y su relación con el Sacramento de la
Eucaristía, así en la Audiencia general del 15 de marzo del año 1989, aseguraba:
“La Resurrección de Cristo y, más
aún, el <Cristo Resucitado>, es finalmente <principio y fuente de
nuestra futura resurrección>. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la
institución de la Eucaristía como Sacramento
de la vida eterna, de la resurrección futura:
<El que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día> (Jn 6,
55). Y al murmurar los que le oían, Jesús les respondió: < ¿Esto os escandaliza? / ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? ¿El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida/ Pero alguno de vosotros no creen.../ Por eso os dije que nadie puede aceptarme, si el Padre no se lo concede> (Jn 6, 61-63).
De este modo indicaba indirectamente que bajo las especies sacramentales de la Eucaristía se da a los que las reciben con fe, <participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo glorificado”
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