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jueves, 18 de octubre de 2018

LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


 
 
 
 



Dice san Juan Damasceno, teólogo y escritor sirio, doctor de la Iglesia (676-749 d.C), refiriéndose a la Madre de Dios:

“María se somete gustosa a la muerte corporal, siguiendo el ejemplo de su divino Hijo; pero a su Hijo le plugo resucitar el virginal cuerpo de sus Madre antes de la común  y universal resurrección, y, uniéndolo con su alma gloriosa, lo trasladó al cielo”

La vida de san Juan Damasceno, no es bien conocida, pero por las obras que de él se han conservado hasta nuestros días, se puede deducir, sin lugar a dudas, que era un cristiano auténtico, en medio de una sociedad, en gran parte no creyente, lo cual le da más mérito si cabe.

Era un hombre erudito, que dedicó todos sus esfuerzos a la Iglesia de Cristo, defendiéndola de los ataques de sus enemigos en el tiempo que le tocó vivir. Concretamente,  hacia el año 730 el emperador León el Isáurico público un primer edicto prohibiendo la veneración de las imágenes y su exhibición en lugares públicos, al cual dio replica san Juan Damasceno mediante un escrito apologético; y continuó haciendo lo mismo en posteriores ocasiones, que se fueron produciendo a partir de aquella primera acción del emperador. Este hombre cruel pensó en vengarse del teólogo levantando un falso testimonio contra él; falsificó una carta en la que se daba a entender que el santo varón entregaría la ciudad de Damasco a  los enemigos y se la envió al califa, el cual la aceptó como autentica, y entonces enfurecido, ordenó que se le cortara la mano con la que supuestamente la había escrito.

La sentencia, cuentan sus hagiógrafos, que se llevó a la práctica, pero la Virgen María se la restauró milagrosamente, pues era mucha la devoción de este santo por la Madre de Dios.

La prueba fehaciente de la devoción del santo por María ha quedado reflejada en una de sus  Homilías que  especialmente, dedicó a la Asunción de la Virgen. En este hermoso sermón san Juan Damasceno explica cómo fue la traslación del cuerpo de la santísima Madre de Dios al cielo, un relato, que según él mismo advierte, merece total credibilidad ya que se basa en la tradición más antigua (anterior al siglo VI d.C) de la Iglesia de Cristo.



La Iglesia celebra la fiesta de la Asunción de la Virgen María el 15 de agosto, declarada dogma de fe por el Papa Pio XII en 1950:

“Con esta solemnidad celebramos en primer lugar la muerte de María, lo que los antiguos llamaban Dormición. Es el verdadero nacimiento, el <natale>, que la Iglesia celebra de todos los santos. Pero esta muerte tiene características especiales: es una asunción al cielo en cuerpo y alma. María después de su muerte, es arrebatada por una virtud milagrosa y llevada al Empíreo. Es un triunfo maravillo; la corte celestial se alegra, los ángeles cantan la gloria de la que es Reina del cielo y de la tierra, y María entra en posesión de una felicidad superior a la de todas las criaturas…” (Rmo. P. Fr. Pérez de Urbel)

Sobre la muerte de María no tenemos ningún testimonio histórico definitivo, puesto que existe una tradición que la coloca en Éfeso y otra que pone la escena en Jerusalén, pero ciertamente para la Madre de Dios estaba escrito las palabras de la liturgia que se suelen utilizar en esta festividad:

<Mi morada está en la comunidad de los santos. Me he elevado como un cedro del Líbano, como un ciprés en el monte Sion>          
 


Por eso, cuando los hombres bajo la acción de su mortal enemigo intentan descartar el Santo Misterio de la Encarnación de Jesús, que tuvo lugar en el vientre de una joven, la  Virgen María, Madre de Dios, es necesario recordar de nuevo, y alabar este gran evento que ocurrió hace ya más de 2000 años.

En realidad esta perversa pretensión ha persistido, desde el comienzo, y ya en tiempos próximos al nacimiento de Jesús, ocurrió que el rey Herodes informado por unos magos de Oriente de la llegada del rey de los judíos, es decir, aquel Salvador del mundo denominado Mesías, por el pueblo de Israel, se alarmó enormemente y con él toda su corte (Mt 1, 1-3).

Herodes entonces convocó a todos los sumos sacerdotes y a los maestros de la Ley y les interrogó sobre la ciudad en que tendría lugar hecho tan trascendente, pues estaba asustado pensando que la llegada del Mesías provocaría el final de su poder y en definitiva de su reinado (Mt 2, 1-12); por eso, él pretendía acabar con este posible nacimiento, de la forma que fuera, por lo que les rogó a los magos que regresaran, después de ver al Santo Niño, y le informaran del sitio exacto donde se encontraba; sin embargo los magos fueron avisados por medio de un ángel del Señor para que no accedieran al deseo de Herodes y regresaron a sus lugares de origen por otros caminos, dejando al sanguinario rey con la terrible duda respecto al posible nacimiento del Hijo de Dios, esto es, al cumplimiento del Ministerio de la Encarnación.
 
 



Desde entonces, muchos hombres llevados por el espíritu del <padre de la mentira>, han querido demostrar que: aún no ha venido el Mesías a este mundo, que Cristo no es el Mesías, que Jesús es sólo un hombre o una especie de profeta, o algo parecido...

Recordemos a este respecto las grandes herejías del gnosticismo, nestorianismo, monofisismo, monotelismo, arrianismo, y muchas más que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos después de la primera venida de Jesucristo al mundo.

Recordemos por otra parte, que la designación de Pedro como Cabeza de la Iglesia por Jesús, tuvo lugar en Cesarea de Filipo, acto seguido de la profesión de fe de éste. Sucedió que al llegar Jesús con sus discípulos a esta región de Galilea, se interesó por los comentarios que hacían las gentes sobre él; les dijo (Mt 16,13): ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? La respuesta de Pedro fue tajante (Mt 16,16): Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

El Papa San Juan Pablo II al comienzo de su Pontificado en la Homilía del domingo 22 de Octubre de 1978 se refería a los acontecimientos que hemos recordado, remarcando el hecho de que esta profesión de Pedro daba lugar al comienzo de la misión de los Pontífices en la historia de la salvación, en la historia del pueblo de Dios. Años más tarde, en una entrevista con un periodista se expresaba en los siguientes términos ante la pregunta: Jesús-Dios ¿No es una pretensión excesiva? (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores 1997):




“Desde que Pedro confesó: Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo, Cristo está en el centro de la fe y de la vida de los cristianos, en el centro de su testimonio, que no pocas veces ha llegado hasta la efusión de sangre…

Se podría hablar de una concentración cristológica del cristianismo, que se produjo ya desde el inicio. Esto se refiere en primer lugar a la fe y se refiere a la tradición viva de la Iglesia. Una expresión peculiar suya tanto en el culto Mariano cómo en la mariología es que: Fue concebido del Espíritu Santo (Encarnación), nació de María Virgen”

 
Así se expresa el Misterio de la <Encarnación del Verbo> que forma parte del <Credo Apostólico>:

“Yo creo en Dios, Padre Omnipotente, creador del cielo y la tierra; y en Jesucristo, Su único Hijo, nuestro Señor, el cual fue concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos…”

Este llamado <Símbolo o Credo Apostólico> sigue diciendo el Papa (Ibid):

“Es la expresión de la fe de Pedro y de toda la Iglesia… Desde el siglo IV entrará en el uso catequético y litúrgico el Símbolo o Credo <Niceno-Constantinopolitano>, que amplía su enseñanza… En Nicea y Constantinopla se definió que Jesucristo es <Hijo único del eterno Padre, engendrado y no creado, de su misma substancia, por medio del cual todas las cosas han sido creadas>”

 


Por todo esto cabe preguntarse con respecto a la Asunción de la Virgen María:

“¿Podría obrar de otra manera (el Señor) con aquella de quién había tomado la naturaleza humana? ¿Podría permitir Él, Dios y Señor, que se corrompiese el cuerpo de aquella cuya virginidad había protegido Él tan celosa y admirablemente, conservándola siempre ilesa e Inmaculada?”

Son palabras del Padre Fr. Justo Pérez de Urgel, que deseamos  asumir como propias y por eso recordaremos también, la oración que el Papa san Juan Pablo II decía un 15 de agosto de 1986 para saludar a la Virgen de la Asunción durante el Ángelus,  en su festividad:

 

 
“<Bendita tú entre las mujeres…Dichosa la que ha creído>"  (Lc 1, 42. 45).

Verdaderamente eres llena de gracia, oh María; y por esta plenitud se ha desarrollado en Ti un mundo nuevo.

El del Emmanuel, el mundo del Dios-con-los-hombres.

El mundo de la fe, que abraza la realidad sobrenatural de Dios.

Esta realidad está en Ti. Dios está en Ti, Virgen Madre: <Bendito el fruto de tu vientre> (Lc 1, 42).

Venimos para encontrarte en el umbral de la casa de Isabel, que fuiste a visitar después de la Anunciación.



Y, a la vez, venimos para encontrarte en el umbral de este tiempo, abierto en el cielo, el tiempo que es Dios mismo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Venimos para encontrarte, oh María, en el día de tu Asunción.

Nosotros, la Iglesia de tu Hijo, que escuchamos recogidos tus palabras.

Y pensamos (nos lo sugiere la liturgia de la solemnidad de hoy) que las palabras por Ti pronunciadas durante la Visitación de Isabel, han vuelto a tus labios en el momento de la Asunción.

¡Han vuelto las mismas palabras pero, realmente, mucho más intensas por el <fruto> de toda tu vida!

Tú dices: <Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, porque ha mirado la humildad de su sierva…Ha hecho en mí maravillas el Poderoso cuyo nombre es santo> (Lc 1, 46,48).

Sí, oh María, santo es el nombre de Dios y el nombre tuyo alcanza en Él su santidad.

Y por eso todas las generaciones te llamarán bienaventurada”

 


    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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