El Señor nos repite cada día ¡no
tengáis miedo de dar a conocer mi palabra!
Algunos hombres, como el Papa
Pablo VI han tenido el valor de darla a conocer. Sin embargo, hoy en día
vivimos en un mundo convulso, lleno de recelos, de angustias, a veces hasta de
miedo…
La Verdad absoluta, que es
Cristo, el Hijo único de de Dios, pretende ser tapada con la falsedad
institucionalizada. El mal se ha instalado en el alma de muchos seres humanos
que niegan a su Creador y que anhelan convencer a sus congeneres de que esto
debe ser así, dando lugar de este modo a un panorama lleno de confusionismo y
medias verdades. Y todo ello ha sucedido a pesar de estas Palabras de Jesús (Jn
12, 46-48):
-Yo vine como luz del mundo, para
que todo el que crea en mí no quede en tinieblas
-Y quien oyere mis palabras y no
las guardare, yo no le juzgo, porque no vine para juzgar el mundo, sino para
salvar el mundo.
-Quien me desecha y no recibe mis
palabras, ya tiene quien le juzga. La palabra que hablé, esa le juzgará en el
último día.
Deberíamos ante estas enseñanzas del Señor seguir el consejo del Papa San Juan Pablo II que nos anima:
“A mirar al Señor y a sumergirnos
en una meditación profunda y humilde sobre el misterio de la suprema potestad de
Cristo”
El Papa San Juan Pablo II, en
distintas ocasiones, se manifestó en contra de aquellas religiónes, que tanto
daño han hecho y siguen haciendo incluso entre los creyentes de buena voluntad,
ansiosos de modernidad y buscadores de nuevas alternativas de lo que ellos
llaman espiritualidad, sin reparar que para el cristiano, al comienzo de su camino,
se encuentra sólo y únicamente, el Dios Salvador.
Teniendo en cuenta este problema
el Papa se expresaba claramente en los siguientes términos (Juan Pablo II
<Cruzando el umbral de la esperanza>
Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores S.A. 1995):
“No está fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, de técnica y métodos de meditación y ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta de manera más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente…
Por su parte, el Papa Benedicto
XVI en esta misma línea aseguraba que (Joseph Ratzinger <La unidad de las
naciones>. Ediciones Cristiandad, S. A. Madrid 2011):
“El cristianismo se presentó ante
el mundo como una entidad revolucionaria, no en el sentido de un movimiento
subversivo violento <desde el momento en que a la autoafirmación mediante la
fuerza de las armas, contraponía la fe en el poder más fuerte de la entrega que
vence en el momento de la derrota>, pero sí, en el sentido de cuestionar
radicalmente los fundamentos intelectuales de los que vivía la Antigüedad y
sobre los que se apoyaba su Cosmos, su forma de orden del mundo.
La revolución cristiana, tiene un
límite intrínseco y se diferencia de la revolución gnóstica, que es absoluta.
Ha sido mérito de H. Jonas (1954), haber hecho comprensible que la esencia de
la gnosis es una revolución radical. Al ponerse de parte de la serpiente, de
Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más
verdadera intención: rechazar el Cosmos en su totalidad junto con Dios, al que
desvela como un oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el
sello, la clausura definitiva de la prisión que es el Cosmos. Su evangelio del
<dios extranjero>, es la manera más radical de protesta contra todo lo
que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado
ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida”
¡No tengáis miedo! Esta frase repercute en nuestra alma como una exhortación maravillosa que nos invita a confiar siempre en la suprema potestad de Cristo, dirige nuestro paso hacia Él, tomamos conciencia de que guía el destino de la historia de la humanidad con la fuerza del Espíritu Santo, comprendemos que no estamos abandonados ante las duras pruebas que nos esperan, y nos confirma en la fe. Y todo ello, a pesar de las constantes propagandas del maligno y sus acólitos a través de diferentes mensajeros, que en nuestros días son muchos y muy poderosos.
Dejemos que esta íntima
convicción impregne nuestra existencia:
Dios llama a todos los hombres a que le sigan, les pide que se conviertan en
cooperadores de su proyecto salvífico. Sí, como Simón Pedro, también nosotros
podemos proclamar algún día <Por tu palabra echaré la red>:
”Y su Palabra es la Verdad, es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta <buena nueva>, que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía>” (Juan Pablo II. Homilía del domingo 8 de febrero de 1998).
Por otra parte, los creyentes, deberíamos también tener siempre presentes estas otras palabras del Señor, recogidas en el Evangelio de San Juan, en el <Libro de la gloria>, que completan su discurso de despedida (Jn 16, 7-11):
-Yo os digo la verdad: os cumple
que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas
si me fuere, os lo enviaré
-Él, cuando viniere, pondrá de
manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y
respecto al juicio
-Con el pecado, porque no
creyeron en mí;
-con la justicia, porque retorno
al Padre y ya no me veréis
-y en cuanto al juicio, porque el
Príncipe de este mundo ha sido juzgado
En efecto, como leemos en el
Evangelio del Apóstol San Juan, el Señor, antes de partir de este mundo, nos
recordó varios temas, que nos parecen de
vital importancia, para que confiemos en
su suprema Potestad:
1) El Espíritu Santo pondrá en
evidencia el error del mundo al no creer en el Mesías;
2) la falta de justicia del
mundo, por no haber creído en el mensaje del Hijo del hombre en <el tiempo
de su visitación>;
3) Satanás, el Príncipe de este
mundo, ha sido juzgado y todos los que le sigan ya tienen quién les juzgue.
Por otra parte, también dijo, no
lo olvidemos: <No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás>.
Se lo dijo a Pedro, al apóstol
que eligió como <Cabeza de su Iglesia>, pero por extensión también nos
corresponde a todos los creyentes aplicarnos sus divinas palabras y dar a
conocer su Evangelio por todos los confines del mundo…
Él dice a los hombres ¡No tengáis
miedo de acercaros a mí, de conocer mi mensaje y de darlo a conocer! Por eso, no debemos acobardamos, ni caer en
flaqueza humana; debemos por el contrario consolarnos en Él, y sobre todo
cultivar el séptimo don del Espíritu Santo: el <santo temor de Dios>.
El <santo temor de Dios> siempre se ha tenido por un tema polémico. Sin embargo, no hay en este don del Espíritu Santo contradicción alguna con los deseos del Señor, todo lo contrario, como nos ha explicado el Papa san Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; Ibid):
“La Sagrada Escritura contiene
una exhortación insistente a ejercitarse en el
<temor de Dios>. Se trata de ese temor que es don del Espíritu
Santo. Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de
Isaías (Is 11, 12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero no
quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente <el temor de
Dios> es principio de sabiduría, y la sabiduría, entre los dones del
Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso, al hombre de todos los tiempos
y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el <temor
de Dios>.
A través de la Sagrada Escritura
sabemos también que tal temor, principio de sabiduría, no tiene nada en común
con el <miedo del esclavo>. ¡Es temor filiar, no temor servil!
El esquema hegeliano (referencia
a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y
XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un
mundo en el que Dios está ausente. En un mundo en el que Dios está
verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente
el temor filial”
No obstante a pesar de esta clarísima explicación del Papa Juan Pablo II, algunos hombres incrédulos, siguen diciendo: ¿Cómo encajamos todo esto con la exhortación de Cristo de que no tengamos miedo de Él, ni de su mensaje?
Para el Papa San Juan Pablo II la
respuesta a esta pregunta es así de sencilla (Ibid):
“La expresión auténtica y plena
de tal temor, es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de todo lo que
es ofensa a Dios, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la
libertad. El hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente de
predilección para todo lo que es bueno. Ese amor, según las palabras de San
Juan, expulsa todo temor (I Jn 4, 18).
Todo rastro de temor servil ante
el severo poder Omnipotente y Omnipresente desaparece y deja sitio a la
solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien,
que tiene en Él su principio y su definitivo cumplimiento”
Sabias y bellas explicaciones del
Santo Padre canonizado por la Iglesia Católica, por su vida santa y
ejemplarizante para toda la humanidad, pero desgraciadamente y a pesar de
ellas, tenemos que reconocer, que en un mundo como el de este nuevo siglo, la
gente no se suele plantear estas cuestiones con mucha frecuencia, ni siquiera
con cierta frecuencia.
La existencia de Dios está puesta, por así decirlo, en <tela de juicio>, y los hombres ya no quieren creer en nada que no sea demostrable mediante el empirismo, esto es, mediante la experimentación, más o menos científica, sobre hechos planteados por el propio ser humano.
Recordemos de nuevo, pues, sobre
el < temor de Dios> las prudentes palabras de Juan Pablo II (Ibid):
“Para liberar al hombre, de los
poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para libertarlos de todo síntoma
de miedo servil, ante esa fuerza predominante
que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón, que
lleve y cultive en su propio corazón, el verdadero <temor de Dios>, que
es principio de sabiduría.
Ese <temor de Dios> es la
fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombres
santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el
futuro del mundo. Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el
siglo XXI sería el siglo de la religión o no sería nada en absoluto”
No hay comentarios:
Publicar un comentario