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martes, 16 de octubre de 2018

¡NO TENGAIS MIEDO DE DAR A CONOCER MI PALABRA!


 
 
 
 
El Señor nos repite cada día ¡no tengáis miedo de dar a conocer mi palabra!

Algunos hombres, como el Papa Pablo VI han tenido el valor de darla a conocer. Sin embargo, hoy en día vivimos en un mundo convulso, lleno de recelos, de angustias, a veces hasta de miedo…

La Verdad absoluta, que es Cristo, el Hijo único de de Dios, pretende ser tapada con la falsedad institucionalizada. El mal se ha instalado en el alma de muchos seres humanos que niegan a su Creador y que anhelan convencer a sus congeneres de que esto debe ser así, dando lugar de este modo a un panorama lleno de confusionismo y medias verdades. Y todo ello ha sucedido a pesar de estas Palabras de Jesús (Jn 12, 46-48):

-Yo vine como luz del mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas

-Y quien oyere mis palabras y no las guardare, yo no le juzgo, porque no vine para juzgar el mundo, sino para salvar el mundo.

-Quien me desecha y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzga. La palabra que hablé, esa le juzgará en el último día.


Deberíamos ante estas enseñanzas del Señor seguir el consejo del Papa San Juan Pablo II  que nos anima: 

“A mirar al Señor y a sumergirnos en una meditación profunda y humilde sobre el misterio de la suprema potestad de Cristo”

El Papa San Juan Pablo II, en distintas ocasiones, se manifestó en contra de aquellas religiónes, que tanto daño han hecho y siguen haciendo incluso entre los creyentes de buena voluntad, ansiosos de modernidad y buscadores de nuevas alternativas de lo que ellos llaman espiritualidad, sin reparar que para el cristiano, al comienzo de su camino, se encuentra sólo y únicamente, el Dios Salvador.

Teniendo en cuenta este problema el Papa se expresaba claramente en los siguientes términos (Juan Pablo II <Cruzando el umbral de la esperanza>  Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores S.A. 1995):


“No está fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, de técnica y métodos de meditación y ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta de manera más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente…
Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma llamada <New Age>. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano”

 
 
 

Por su parte, el Papa Benedicto XVI en esta misma línea aseguraba que (Joseph Ratzinger <La unidad de las naciones>. Ediciones Cristiandad, S. A. Madrid 2011):

“El cristianismo se presentó ante el mundo como una entidad revolucionaria, no en el sentido de un movimiento subversivo violento <desde el momento en que a la autoafirmación mediante la fuerza de las armas, contraponía la fe en el poder más fuerte de la entrega que vence en el momento de la derrota>, pero sí, en el sentido de cuestionar radicalmente los fundamentos intelectuales de los que vivía la Antigüedad y sobre los que se apoyaba su Cosmos, su forma de orden del mundo.

La revolución cristiana, tiene un límite intrínseco y se diferencia de la revolución gnóstica, que es absoluta. Ha sido mérito de H. Jonas (1954), haber hecho comprensible que la esencia de la gnosis es una revolución radical. Al ponerse de parte de la serpiente, de Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más verdadera intención: rechazar el Cosmos en su totalidad junto con Dios, al que desvela como un oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el sello, la clausura definitiva de la prisión que es el Cosmos. Su evangelio del <dios extranjero>, es la manera más radical de protesta contra todo lo que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida”

 

¡No tengáis miedo! Esta frase repercute en nuestra alma como una exhortación maravillosa que nos invita a confiar siempre en la suprema potestad de Cristo, dirige nuestro paso hacia Él, tomamos conciencia de que guía el destino de la historia de la humanidad con la fuerza del Espíritu Santo, comprendemos que no estamos abandonados ante las duras pruebas que nos esperan, y nos  confirma en la fe. Y todo ello, a pesar de las constantes propagandas del maligno y sus acólitos a través de  diferentes mensajeros, que en nuestros días son muchos y muy poderosos.

Dejemos que esta íntima convicción  impregne nuestra existencia: Dios llama a todos los hombres a que le sigan, les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico. Sí, como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar algún día <Por tu palabra echaré la red>:



”Y su Palabra es la Verdad, es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta <buena nueva>, que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía>” (Juan Pablo II. Homilía del domingo 8 de febrero de 1998).

Por otra parte, los creyentes, deberíamos también tener siempre presentes estas otras palabras del Señor, recogidas en el Evangelio de San Juan, en el <Libro de la gloria>, que completan su discurso de despedida (Jn 16, 7-11):

-Yo os digo la verdad: os cumple que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré

-Él, cuando viniere, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y respecto al juicio

-Con el pecado, porque no creyeron en mí;

-con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis

-y en cuanto al juicio, porque el Príncipe de este mundo ha sido juzgado

 


En efecto, como leemos en el Evangelio del Apóstol San Juan, el Señor, antes de partir de este mundo, nos recordó varios temas, que nos parecen  de vital importancia, para que  confiemos en su suprema Potestad:

1) El Espíritu Santo pondrá en evidencia el error del mundo al no creer en el Mesías;

2) la falta de justicia del mundo, por no haber creído en el mensaje del Hijo del hombre en <el tiempo de su visitación>;

3) Satanás, el Príncipe de este mundo, ha sido juzgado y todos los que le sigan ya tienen quién les juzgue.

Por otra parte, también dijo, no lo olvidemos: <No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás>.

Se lo dijo a Pedro, al apóstol que eligió como <Cabeza de su Iglesia>, pero por extensión también nos corresponde a todos los creyentes aplicarnos sus divinas palabras y dar a conocer su Evangelio por todos los confines del mundo…

Él dice a los hombres ¡No tengáis miedo de acercaros a mí, de conocer mi mensaje y de darlo a conocer!  Por eso, no debemos acobardamos, ni caer en flaqueza humana; debemos por el contrario consolarnos en Él, y sobre todo cultivar el séptimo don del Espíritu Santo: el <santo temor de Dios>.


El  <santo temor de Dios> siempre se ha tenido por un tema  polémico. Sin embargo, no hay en este don del Espíritu Santo contradicción alguna con los deseos del Señor, todo lo contrario, como nos ha explicado el Papa san Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; Ibid):

“La Sagrada Escritura contiene una exhortación insistente a ejercitarse en el  <temor de Dios>. Se trata de ese temor que es don del Espíritu Santo. Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de Isaías (Is 11, 12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero no quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente <el temor de Dios> es principio de sabiduría, y la sabiduría, entre los dones del Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso, al hombre de todos los tiempos y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el <temor de Dios>.

A través de la Sagrada Escritura sabemos también que tal temor, principio de sabiduría, no tiene nada en común con el <miedo del esclavo>. ¡Es temor filiar, no temor servil!

El esquema hegeliano (referencia a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un mundo en el que Dios está ausente. En un mundo en el que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor filial”


No obstante a pesar de esta clarísima explicación del Papa Juan Pablo II, algunos hombres incrédulos, siguen diciendo: ¿Cómo encajamos todo esto con la exhortación de Cristo de que no tengamos miedo de Él, ni de su mensaje?

Para el Papa San Juan Pablo II la respuesta a esta pregunta es así de sencilla (Ibid):
“La expresión auténtica y plena de tal temor, es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de todo lo que es ofensa a Dios, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la libertad. El hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente de predilección para todo lo que es bueno. Ese amor, según las palabras de San Juan, expulsa todo temor (I Jn 4, 18).

Todo rastro de temor servil ante el severo poder Omnipotente y Omnipresente desaparece y deja sitio a la solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien, que tiene en Él su principio y su definitivo cumplimiento”

Sabias y bellas explicaciones del Santo Padre canonizado por la Iglesia Católica, por su vida santa y ejemplarizante para toda la humanidad, pero desgraciadamente y a pesar de ellas, tenemos que reconocer, que en un mundo como el de este nuevo siglo, la gente no se suele plantear estas cuestiones con mucha frecuencia, ni siquiera con cierta frecuencia.
 


La existencia de Dios está puesta, por así decirlo, en <tela de juicio>, y los hombres ya no quieren creer en nada que no sea demostrable mediante el empirismo, esto es, mediante la experimentación, más o menos científica, sobre  hechos planteados por el propio ser humano.
Cualquier análisis de una cuestión que se salga o rebase los límites del empirismo, queda automáticamente en entredicho las más de las veces; luego, alguien se encargará de fabricar nuevas teorías al respecto, que nada tengan  que ver con la existencia de un Ser Superior, aunque este Ser sea el Creador del hombre y de todo lo creado. Es el pecado de la soberbia, aquél que llevó a algunos ángeles a querer ser como Dios, como su Creador, a los que el Señor condenó para siempre, y que ahora envidiosos de los hombres quieren conquistarlos para que formen parte de sus huestes infernales…y por desgracia muchas veces lo consiguen…

Recordemos de nuevo, pues, sobre el < temor de Dios> las prudentes palabras de Juan Pablo II (Ibid):

“Para liberar al hombre, de los poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para libertarlos de todo síntoma de miedo servil, ante esa fuerza predominante  que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón, que lleve y cultive en su propio corazón, el verdadero <temor de Dios>, que es principio de sabiduría.

Ese <temor de Dios> es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo. Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el siglo XXI sería el siglo de la religión o no sería nada en absoluto”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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