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martes, 16 de octubre de 2018

LA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, NO DEJA DE INTERCEDER POR LOS HOMBRES


 
 



El Papa San Juan Pablo II en su Audiencia del 27 de noviembre de 1996, refiriéndose a la Virgen María, Madre de Dios, nos recordaba que:

“La contemplación  del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen  santísima  como Madre de Jesús, sino a reconocerla como Madre de Dios.

Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración:

<Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración  de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita> (Liturgia de las Horas).

En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, (Madre de Dios)… En el siglo IV, este término, ya se usaba con frecuencia tanto en Oriente como, en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de la fe de la Iglesia.

Por ello se comprende el gran movimiento de protestas que surgió en el siglo V cuando Nestorio (Patriarca de Constantinopla), puso en duda la legitimidad del título de <Madre de Dios>. En efecto, al pretender considerar a María  sólo como madre del hombre Jesús, sostenía  que sólo era correcta la expresión doctrinal <Madre de Cristo>.

Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas –divina y humana- presentes en él.

El concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios”

 
 

En definitiva, las teorías heréticas de Nestorio, quedaron al descubierto por el análisis profundo realizado por los Padres de la Iglesia en el importante Concilio de Éfeso, pero aun así siempre ha habido y habrá personas increyentes en este sentido, que sin conocimientos teológicos y faltos de fe se preguntan: ¿Cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios?

Esta es una pregunta que no tiene sentido porque la Iglesia siempre ha dicho que el Hijo de Dios, Jesús, fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con Él.

 


La maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del hijo de Dios y no, a su generación divina. Por lo tanto, al proclamar a María <Madre de Dios>, la Iglesia desea afirmar que ella es la <Madre del Verbo encarnado, que es Dios>. Su maternidad, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.        

Por otra parte, el papel de María con relación a la Iglesia, es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella:

<Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el  momento de la Concepción virginal de Cristo hasta la muerte> (LG 57).

Se manifiesta particularmente en la hora de su Pasión:

<La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por voluntad de Dios se mantuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: <Mujer, ahí tienes a tu Hijo> (Jn 19, 26-27)> (LG 58)



Otro ejemplo maravillo de la intercesión de María a favor de los hombres, a través de su Hijo, se encuentra en el primer milagro realizado por Éste durante la asistencia a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea, hecho trascendental narrado en el Evangelio de San Juan (Jn 2, 1-12).

En efecto, sucedió que María se encontraba presente junto con su Hijo y los discípulos de su Hijo, en una fiesta de bodas a la que habían sido invitados por unos amigos y pasado un tiempo, faltó vino para agasajar a los asistentes a aquel festejo. La Virgen segura de lo que hacía les dijo a  los servidores  del banquete, refiriéndose a su Hijo:

 



                                                         <Haced lo que Él os diga>.   

Como nos enseñaba el Papa san Juan Pablo II al comentar la orden de la Virgen María, a los servidores del banquete, Ella, pronunció una frase que desde antiguo ha caracterizado al pueblo elegido:

“La espiritualidad del Antiguo Testamento puede ofrecernos una pista para precisar el origen remoto de la exhortación de María.

En efecto, en el Monte Sinaí, el Señor por medio de Moisés invitó al pueblo de Israel a entrar en su Alianza (Ex 18, 3-7).Respondiendo al ofrecimiento divino, todo el pueblo exclamó con una sola voz:

 <Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahveh > (Ex 19, 8; 24, 3-7).

Puede afirmarse que todas las generaciones del pueblo elegido han hecho memoria de esa inmediata declaración de obediencia, pronunciada en <el día de la asamblea> (Dt, 10), al pie del Sinaí.

Pensando nuevamente en ella, Israel se complacía en redescubrir la frescura del primer amor (Jer 2, 2; Os 2, 17 b). De hecho, el contenido de esta misma frase era repetido puntualmente cada vez que el pueblo, guiado por sus jefes, renovaba los compromisos de la Alianza llevada a cabo en el Monte Sinaí, a lo largo de la historia del Antiguo Testamento” (Ángelus; domingo 17 de julio de 1983)

 
Es interesante destacar el hecho de que el Papa san Juan Pablo II, en su catequesis, se haya referido al eterno compromiso del pueblo de Israel con Dios, en el Antiguo Testamento, utilizando tres ejemplos fundamentales.

En este sentido, recordemos que Josué fue el sucesor de Moisés, y su libro, recogido en el Antiguo Testamento, fue escrito, en gran parte, por el mismo, para narrar la historia de su pueblo en un tiempo, caracterizado por hechos históricos, tan importantes, como <el paso del Jordán>, <la toma de Jericó> o <la espontanea sumisión de los gabaonitas>.

El Papa San Juan Pablo II se refiere en su cita a la despedida de Josué y a la <Alianza en Sikem>. El pueblo de Israel escuchó las palabras de Josué cuando les decía (Jos 24,23): <Apartad los dioses extraños que hay en vosotros e inclinad vuestro corazón hacia Yahveh>, Dios de Israel>; al punto ellos aceptaron sus palabras y respondieron (Jos 24, 24):

<A Yahveh, nuestro Dios, serviremos y su voz hemos de obedecer>.

Por otra parte, Esdras fue un sacerdote y escriba judío que narró en forma de crónicas la historia de su pueblo después de la ruina de Babilonia. En el año 538, en tiempos del rey persa Ciro I, una parte de los israelitas fue liberada de su esclavitud y muchos pudieron regresar a Judea; asimismo, bastantes años después, hacia el año 458, fue igualmente liberado, otro grupo importante de judíos, que regresaron a Jerusalén, en tiempos del rey Artajerjes I, con Esdras como comisionado. Es entonces cuando este hombre santo encuentra que una gran parte de su pueblo ha caído en el grave pecado de negar a su Dios, Yahveh, y aceptar  otros dioses y las licenciosas costumbres paganas de otros pueblos con los que convivían.

Tras llorar y rezar a Dios para que perdonara a su pueblo, el pueblo elegido, Esdras logró que éste se arrepintiera  y confesara sus pecados para hacer solamente la voluntad de Yahveh (Esd 10, 12): <Toda la asamblea respondió en voz alta: Sí, se hará tal como nos has dicho>.

En cuanto a Nehemias, se sabe que fue un intrépido caudillo que en el año 445, reinando aún Artajerjes I, volvió a Jerusalén y colaboró con Esdras  en la renovación de la Alianza con el único Dios verdadero, para así completar la reforma religiosa del pueblo de Israel; todo el pueblo estuvo de acuerdo al decir  (Neh 5, 12): <Haremos lo que nos digas>.

Muchos siglos después, la Virgen María, recordara esta misma frase en las bodas de Caná, le pedirá a los sirvientes del banquete que hagan lo que su Hijo les diga y ellos la obedecieron como ya hemos recordado, y el Señor realizó su primer milagro, de un alto contenido teológico.

Precisamente, el Papa Pablo VI al finalizar su Exhortación Apostólica <Marialis cultus>,dada en Roma el 2 de febrero del año 1974, se expresaba en los siguientes términos, recordando el valor teológico y pastoral de la devoción a Virgen María, basándose en su relevante  papel  en la bodas de Caná:

“Una prueba del valor de la devoción a la Virgen María para conducir a los hombres a Cristo son las palabras que Ella dirigió a los siervos de las bodas de Caná: <Haced lo que Él os diga>; palabras que en apariencia se limitan al deseo de poner remedio a la incómoda situación de un banquete, pero que en la perspectiva del cuarto Evangelio son una voz que aparece como una resonancia de la formula usada por el pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí (Ex 19, 8; 24, 3.7; Dt 5, 27), o para  renovar los compromisos (Jos 24, 24; Esd 10,12; Neh 5, 12) y son una voz que concuerda con la del Padre en la teofanía del Monte Tabor (Jn 17, 5): <Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle>”


Refiriéndose a estas palabras del Papa san Pablo VI, el Papa san Juan Pablo II, hacia a su vez, esta atinada interpretación (Ángelus de 17 de julio de 1983):

“Comentaba mi venerado predecesor Pablo VI en su Exhortación <Marialis cultus>, las palabras que la Virgen dirigió a los servidores de las bodas de Caná…se limitan  en apariencia al deseo  de poner remedio a la incómoda situación  de un banquete, pero en la perspectiva del cuarto Evangelio son una voz que parece como una resonancia de la fórmula usada  por el pueblo de Israel, o para renovar los compromisos…

Hoy, los servidores de las bodas somos nosotros, queridos hermanos y hermanas. La Virgen no cesa de repetirnos a cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, lo que dijo en Caná. Esa consigna podría llamarse su testamento espiritual. Es, en efecto, las últimas palabras que de Ella, Madre Santa, nos han  transmitido los Evangelios: <Haced lo que Él os diga>

                                          ¡Recojámoslas y conservémoslas en el corazón!”     

 

 

 

 

 

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