El Papa San Juan Pablo II en su Audiencia del 27 de noviembre de 1996, refiriéndose a la Virgen María, Madre de Dios, nos recordaba que:
“La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha
impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima
como Madre de Jesús, sino a reconocerla como Madre de Dios.
Ya en el siglo III, como se
deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a
María con esta oración:
<Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios: no desoigas la oración
de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y
bendita> (Liturgia de las Horas).
En este antiguo testimonio
aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, (Madre de
Dios)… En el siglo IV, este término, ya se usaba con frecuencia tanto en
Oriente como, en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a
menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de la
fe de la Iglesia.
Por ello se comprende el gran
movimiento de protestas que surgió en el siglo V cuando Nestorio (Patriarca de
Constantinopla), puso en duda la legitimidad del título de <Madre de
Dios>. En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús,
sostenía que sólo era correcta la
expresión doctrinal <Madre de Cristo>.
Lo que indujo a Nestorio a ese
error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de
Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas
–divina y humana- presentes en él.
El concilio de Éfeso, en el año
431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y
de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de
Dios”
En definitiva, las teorías
heréticas de Nestorio, quedaron al descubierto por el análisis profundo
realizado por los Padres de la Iglesia en el importante Concilio de Éfeso, pero
aun así siempre ha habido y habrá personas increyentes en este sentido, que sin
conocimientos teológicos y faltos de fe se preguntan: ¿Cómo es posible que una
criatura humana engendre a Dios?
Esta es una pregunta que no tiene
sentido porque la Iglesia siempre ha dicho que el Hijo de Dios, Jesús, fue
engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con Él.
La maternidad divina de María se
refiere sólo a la generación humana del hijo de Dios y no, a su generación
divina. Por lo tanto, al proclamar a María <Madre de Dios>, la Iglesia
desea afirmar que ella es la <Madre del Verbo encarnado, que es Dios>. Su
maternidad, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona,
al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.
Por otra parte, el papel de María
con relación a la Iglesia, es inseparable de su unión con Cristo, deriva
directamente de ella:
<Esta unión de la Madre con el
Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la Concepción virginal de Cristo
hasta la muerte> (LG 57).
Se manifiesta particularmente en
la hora de su Pasión:
<La Bienaventurada Virgen
avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente unión con su Hijo hasta
la Cruz. Allí, por voluntad de Dios se mantuvo de pie, sufrió intensamente con
su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba
su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente
Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio como madre al discípulo con estas
palabras: <Mujer, ahí tienes a tu Hijo> (Jn 19, 26-27)> (LG 58)
Otro ejemplo maravillo de la intercesión de María a favor de los hombres, a través de su Hijo, se encuentra en el primer milagro realizado por Éste durante la asistencia a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea, hecho trascendental narrado en el Evangelio de San Juan (Jn 2, 1-12).
En efecto, sucedió que María se
encontraba presente junto con su Hijo y los discípulos de su Hijo, en una
fiesta de bodas a la que habían sido invitados por unos amigos y pasado un
tiempo, faltó vino para agasajar a los asistentes a aquel festejo. La Virgen
segura de lo que hacía les dijo a los
servidores del banquete, refiriéndose a
su Hijo:
Como nos enseñaba el Papa san
Juan Pablo II al comentar la orden de la Virgen María, a los servidores del
banquete, Ella, pronunció una frase que desde antiguo ha caracterizado al
pueblo elegido:
“La espiritualidad del Antiguo
Testamento puede ofrecernos una pista para precisar el origen remoto de la
exhortación de María.
En efecto, en el Monte Sinaí, el
Señor por medio de Moisés invitó al pueblo de Israel a entrar en su Alianza (Ex
18, 3-7).Respondiendo al ofrecimiento divino, todo el pueblo exclamó con una
sola voz:
<Nosotros haremos todo cuanto ha dicho
Yahveh > (Ex 19, 8; 24, 3-7).
Puede afirmarse que todas las
generaciones del pueblo elegido han hecho memoria de esa inmediata declaración
de obediencia, pronunciada en <el día de la asamblea> (Dt, 10), al pie
del Sinaí.
Pensando nuevamente en ella,
Israel se complacía en redescubrir la frescura del primer amor (Jer 2, 2; Os 2,
17 b). De hecho, el contenido de esta misma frase era repetido puntualmente
cada vez que el pueblo, guiado por sus jefes, renovaba los compromisos de la
Alianza llevada a cabo en el Monte Sinaí, a lo largo de la historia del Antiguo
Testamento” (Ángelus; domingo 17 de julio de 1983)
Es interesante destacar el hecho de que el Papa san Juan Pablo II, en su catequesis, se haya referido al eterno compromiso del pueblo de Israel con Dios, en el Antiguo Testamento, utilizando tres ejemplos fundamentales.
En este sentido, recordemos que
Josué fue el sucesor de Moisés, y su libro, recogido en el Antiguo Testamento,
fue escrito, en gran parte, por el mismo, para narrar la historia de su pueblo
en un tiempo, caracterizado por hechos históricos, tan importantes, como <el
paso del Jordán>, <la toma de Jericó> o <la espontanea sumisión de
los gabaonitas>.
El Papa San Juan Pablo II se
refiere en su cita a la despedida de Josué y a la <Alianza en Sikem>. El
pueblo de Israel escuchó las palabras de Josué cuando les decía (Jos 24,23):
<Apartad los dioses extraños que hay en vosotros e inclinad vuestro corazón
hacia Yahveh>, Dios de Israel>; al punto ellos aceptaron sus palabras y
respondieron (Jos 24, 24):
<A Yahveh, nuestro Dios,
serviremos y su voz hemos de obedecer>.
Por otra parte, Esdras fue un
sacerdote y escriba judío que narró en forma de crónicas la historia de su
pueblo después de la ruina de Babilonia. En el año 538, en tiempos del rey
persa Ciro I, una parte de los israelitas fue liberada de su esclavitud y
muchos pudieron regresar a Judea; asimismo, bastantes años después, hacia el
año 458, fue igualmente liberado, otro grupo importante de judíos, que
regresaron a Jerusalén, en tiempos del rey Artajerjes I, con Esdras como
comisionado. Es entonces cuando este hombre santo encuentra que una gran parte
de su pueblo ha caído en el grave pecado de negar a su Dios, Yahveh, y
aceptar otros dioses y las licenciosas
costumbres paganas de otros pueblos con los que convivían.
Tras llorar y rezar a Dios para
que perdonara a su pueblo, el pueblo elegido, Esdras logró que éste se arrepintiera
y confesara sus pecados para hacer
solamente la voluntad de Yahveh (Esd 10, 12): <Toda la asamblea respondió en
voz alta: Sí, se hará tal como nos has dicho>.
En cuanto a Nehemias, se sabe que
fue un intrépido caudillo que en el año 445, reinando aún Artajerjes I, volvió
a Jerusalén y colaboró con Esdras en la
renovación de la Alianza con el único Dios verdadero, para así completar la
reforma religiosa del pueblo de Israel; todo el pueblo estuvo de acuerdo al
decir (Neh 5, 12): <Haremos lo que
nos digas>.
Muchos siglos después, la Virgen
María, recordara esta misma frase en las bodas de Caná, le pedirá a los
sirvientes del banquete que hagan lo que su Hijo les diga y ellos la
obedecieron como ya hemos recordado, y el Señor realizó su primer milagro, de
un alto contenido teológico.
Precisamente, el Papa Pablo VI al
finalizar su Exhortación Apostólica <Marialis cultus>,dada en Roma el 2
de febrero del año 1974, se expresaba en los siguientes términos, recordando el
valor teológico y pastoral de la devoción a Virgen María, basándose en su
relevante papel en la bodas de Caná:
“Una prueba del valor de la
devoción a la Virgen María para conducir a los hombres a Cristo son las
palabras que Ella dirigió a los siervos de las bodas de Caná: <Haced lo que
Él os diga>; palabras que en apariencia se limitan al deseo de poner remedio
a la incómoda situación de un banquete, pero que en la perspectiva del cuarto
Evangelio son una voz que aparece como una resonancia de la formula usada por
el pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí (Ex 19, 8; 24, 3.7; Dt
5, 27), o para renovar los compromisos
(Jos 24, 24; Esd 10,12; Neh 5, 12) y son una voz que concuerda con la del Padre
en la teofanía del Monte Tabor (Jn 17, 5): <Este es mi Hijo, el Amado, en
quien me he complacido: escuchadle>”
Refiriéndose a estas palabras del Papa san Pablo VI, el Papa san Juan Pablo II, hacia a su vez, esta atinada interpretación (Ángelus de 17 de julio de 1983):
“Comentaba mi venerado predecesor
Pablo VI en su Exhortación <Marialis cultus>, las palabras que la Virgen
dirigió a los servidores de las bodas de Caná…se limitan en apariencia al deseo de poner remedio a la incómoda situación de un banquete, pero en la perspectiva del cuarto
Evangelio son una voz que parece como una resonancia de la fórmula usada por el pueblo de Israel, o para renovar los
compromisos…
Hoy, los servidores de las bodas
somos nosotros, queridos hermanos y hermanas. La Virgen no cesa de repetirnos a
cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, lo que dijo en Caná. Esa consigna
podría llamarse su testamento espiritual. Es, en efecto, las últimas palabras
que de Ella, Madre Santa, nos han
transmitido los Evangelios: <Haced lo que Él os diga>
¡Recojámoslas y conservémoslas en
el corazón!”
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